LITERATURA › HUGO BARCIA HABLA DE SU NOVELA LAS SOMBRAS CARDINALES DE PORFIRIO
En su novela, teñida por lo que llama “un realismo mágico a la manera rioplatense”, el escritor sigue los pasos de Porfirio Gómez, un idealista desmesurado que convive con el ánima de su difunta esposa y sueña con convertir a las prostitutas al proletariado.
› Por Silvina Friera
El inolvidable Porfirio Gómez es más que “un loco lindo”. Su metamorfosis representa la desmesura peronista encarnada en un personaje. “Vivir de rentas no es una profesión ni un oficio, es un despojo, un delito de la más baja estofa porque suma, al robo perpetrado, la infamia de la cobardía. El que vive de rentas ni siquiera sabe de la valentía de jugarse la vida en un asalto a un banco. Trabajar, amigos míos, es otra cosa: trabajar es fabricar algo con las propias manos o con el propio cerebro. Y se los digo con conocimiento de causa: hasta el día de hoy yo he sido propietario de casas y de putas. Es decir, jamás trabajé.” Las prostitutas devienen obreras en la década del cuarenta. Porfirio, como un redentor profano, transforma sus burdeles en talleres textiles por obra y gracia del ánima de “La polaca”, su esposa muerta con la que habla, baila valsecitos y hace el amor. Las sombras cardinales de Porfirio (Corregidor), novela de Hugo Barcia prologada por Horacio González, es una alegoría barroca del peronismo construida desde “un realismo mágico a la manera rioplatense” con destellos de la picaresca y el costumbrismo.
Barcia, escritor y periodista que nació en Buenos Aires en 1952, cuenta a Página/12 que “desde chiquito” soñó con un destino vinculado con la escritura. “Yo decía que quería ser escritor o nueve de River. Pero amo tanto a River que decidí dedicarme a la literatura”, bromea el autor de la novela El dragón del sur (2011). “No soy un apasionado de Julio Cortázar, pero a los 14 o 15 años leí Los premios y ahí me di cuenta de que quería escribir. Al poco tiempo cayó en mis manos Cien años de soledad y la leí como cinco veces seguidas. La pasión por la literatura nunca se contrapuso con mi pasión por el peronismo.”
–Porfirio, ex proxeneta devenido dueño de fábricas textiles, tiene la desmesura de los personajes arltianos, ¿no? Hay ecos del mundo de Los siete locos y Los lanzallamas, pero atravesado por el peronismo.
–Es la primera vez que me hablan de Arlt. Por lo general, me han comparado más con Leopoldo Marechal. ¡Pobre Marechal y pobre Arlt ahora! (Risas.) Cuando uno escribe, no piensa en estas cosas. Conscientemente he desarrollado a la manera rioplatense una suerte de realismo mágico para rendirle tributo a escritores que amo como Juan Rulfo o Gabriel García Márquez, pero como un juego de estilo. Pero ahora que lo dice, sí tiene una atmósfera arltiana. Si bien es una novela bastante vital, la atmósfera de los burdeles es arltiana.
–Además de la atmósfera, Porfirio quiere salvar a las prostitutas y convertirlas en obreras textiles.
–Sí, gracias al estado de conciencia que le genera el ánima de “La Polaca”, que es la conciencia de la patria... Te podés enamorar del recuerdo de un muerto, eso puede ser común. Lo que no es común es hacer el amor con el ánima de una finada. Para eso me resultó muy útil el juego con el realismo mágico. Porfirio nunca se había atrevido a sentir nada por nadie porque pensaba que los seres vivos son inasibles y te traicionan. En cambio los muertos, despojados de los deseos carnales, se aquerencian para siempre. Esa es la fantasía de Porfirio. A partir del amor que se anima a sentir por primera vez por “La Polaca”, que a pesar de ser puro espíritu es puro deseo, entra en Porfirio la idea de la salvación. Y ahí es donde empieza una suerte de paralelismo con la historia de la Argentina.
–¿Esta idea de cruzar la vida de Porfirio con la vida política estuvo desde el comienzo de la novela?
–Sí. Mi vida está atravesada por la militancia peronista. Si no vuelco algo del peronismo en mi obra, me parece que estoy escribiendo zonceras.
–¿Por qué la locura es uno de los grandes temas de Las sombras cardinales de Porfirio?
–¿Quién no querría ser loco como Porfirio Gómez y fundar un imperio de justicia social? La locura es declararlo loco; la locura es la Libertadora, no Porfirio y su fábrica. La locura es desfinanciar las fábricas. La locura es proponerle a Porfirio que se endeude para que pague sus deudas. Una colega periodista me decía que le llamaba la atención el realismo mágico en mi novela porque no es propio del Río de la Plata. Esto no será el Caribe, pero la llanura es una desmesura. Y el peronismo ni te cuento. Cómo explicás al peronismo si no es con realismo mágico, con todas las cosas buenas y malas que han anidado en el peronismo, desde José López Rega a la astucia de la historia que significó Néstor Kirchner. El peronismo tiene profundas fosas y adorables cumbres. Mi novela tiene un lenguaje muy barroco. Yo soy un absoluto descocado al que poco me importa el qué dirán literario. No estoy en ningún círculo ni me debo a ningún público especial, con lo cual cuando me siento a escribir suelto amarras y estoy dispuesto a llorar, a reírme, a darles vuelo a todas las pasiones. Es una buena pregunta para hacerles a los escritores argentinos: ¿Por qué no usan el realismo mágico?
–¿Qué busca en el lenguaje barroco?
–Debe tener que ver con mi locura personal y con la necesidad intensa de decir un montón de cosas y de expresar a borbotones lo que quiero. Y mezclar eso con el humor. Si de un laberinto se sale mirando para arriba, de una situación crítica se sale con humor. Es como si me crecieran alas; el barroco me permite volar y expresarme mejor. Adoro barroquizar el lenguaje. La literatura es decir lo mismo que pueden decir los demás de otra manera. Mi literatura es comprensible, no es ilegible por más que sea barroca. No me gusta la literatura como un saber de pocos. Quizá sea por mi cosmovisión y pasión peronista. Me gustan las pasiones de muchos, no los saberes de pocos.
–Pero la literatura es un saber de pocos, los lectores literarios no son multitudes.
–Es verdad, pero eso no quiere decir que haya que bajar los brazos. Hoy Mozart no es popular, pero sin embargo en un momento lo fue. Algo pasó en el medio que alguien se apropió de ese arte popular y lo transformó en un arte de élite. Yo intentaría popularizar la literatura. Si el cine y la música pueden ser masivos, ¿por qué no la literatura? Hubo una época en que se llevó la violencia a la política y también se la transformó en un saber de pocos. Eso no me gusta.
–O sea que en los ’70 rechazó la lucha armada, ¿no?
–Sí. La resistencia peronista no tenía objetivos humanos, después eso lamentablemente cambió. La resistencia peronista era casi gandhiana. No digo que no haya habido ningún muerto porque siempre hay algún error. Pero los objetivos eran materiales: tirar una torre de alumbrado, un piedrazo o una bomba en un supermercado, cuando se sabía que no había nadie. En los ’70 no todo hombre de a pie estaba dispuesto a llevar una 38 al cinto.
–Pero el espíritu mayoritario de la militancia era la lucha armada. Quienes se oponían a la violencia estaban en minoría.
–Eso es verdad... Pero una cosa era destituir al tirano militar y otra cosa era continuar con la violencia habiendo un gobierno popular. Ese es el planteo que yo hago. Y se lo hago a los míos. Sé que había otras organizaciones armadas que no eran peronistas, pero por respeto no me refiero a ellas. Me refiero a los propios. Se decidió discutir la conducción de Perón y pasar a la clandestinidad. Pasar a la clandestinidad era seguir ejerciendo la violencia, cuando estaba en el poder el gobierno que elegiste. Yo jamás le hubiese discutido la conducción política a Perón. Ese fue el error de los compañeros.
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