Jue 31.08.2006
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LITERATURA › A LOS 94 AÑOS, MURIO AYER EL ESCRITOR EGIPCIO NAGUIB MAHFUZ

Adiós al hombre que pintó Egipto

Fue el único autor en lengua árabe que ganó el Nobel, pero su dimensión va más allá del premio: Mahfuz retrató con precisión al egipcio que se debate entre tradición y modernidad.

› Por S. F.

El mayor cronista árabe contemporáneo, el escritor egipcio Naguib Mahfuz, murió ayer a los 94 años. Pero la crónica de su agonía quizá empezó mucho antes. En 1994 lo habían acuchillado en la puerta de su casa, en el barrio cairota de Agouza. Se salvó, pero había perdido la visión y la audición y tenía paralizado el brazo derecho. El motivo de la fatwa fue por escribir “libros blasfemos”, como Hijos de nuestro barrio, aún prohibido en Egipto. “Lo único que hice es retratar a la gente de esta ciudad y contar las cosas que hacían y sentían. Nunca podré entender por qué algunos aman tanto la violencia”, comentó al evocar los hechos. “Me sentiría muy satisfecho si, al final, resulta que contribuí a impulsar el desarrollo social de mi país”, agregó el único autor en lengua árabe premiado con el Nobel de Literatura en 1988, por “haber elaborado un arte novelístico árabe con validez universal”. A pesar de las dificultades para mover su mano derecha, seguía escribiendo: el año pasado publicó El séptimo cielo, una colección de relatos sobre el más allá.

Mahfuz nació el 11 de diciembre de 1911. El menor de siete hijos de un funcionario de bajo rango, adquirió un profundo conocimiento de la literatura medieval y arábiga. Estudió filosofía y comenzó a escribir artículos en revistas especializadas. Para perfeccionar su inglés tradujo al árabe la obra de James Baikie El antiguo Egipto, en 1932. Cuando terminó sus estudios, decidió dedicarse a la literatura y publicó más de 80 relatos. Entre 1939 y 1954, mientras trabajaba en el Ministerio de Asuntos Religiosos, publicó tres volúmenes de una proyectada serie de 40 novelas históricas ambientadas en el período faraónico; proyecto que después abandonaría para escribir guiones cinematográficos, como Principio y Fin, con la participación de un joven Omar Sharif. En 1947 publicó El callejón de los milagros, que fue llevada al cine por el mexicano Jorge Fons, quien la ambientó en el México actual y con la que ganó el Premio Goya a la mejor Película Extranjera de Habla Hispana en 1996.

El cine siempre le interesó. “Me ofreció algo que no tiene precio: la posibilidad de que muchos compatriotas míos que no leían conocieran mi obra”, confesó Mahfuz. El escritor, que abarcó casi todos los géneros literarios –novela, cuentos, ensayos y obras de teatro–, describió con realismo al hombre egipcio que se debate entre la tradición y el mundo moderno. “Lo que hace cualquier cultura es tomar de otros círculos culturales aquello que da por bueno. Siempre fue así y así seguirá siendo. ¿Qué perjuicio puede depararme el análisis de las obras de Shakespeare y Goethe?”, se preguntaba, refutando el modo en que muchos islamistas asocian la democracia a la idea de invasión cultural sacrílega de Occidente. Su trilogía de El Cairo, las novelas Camino al palacio, El palacio del deseo y Calle de azúcar, fue apareciendo después del cambio político que siguió al derrocamiento de la monarquía egipcia en 1952.

Una de las novelas que más problemas le ocasionó fue Niños de nuestro callejón. Era una alegoría de una serie de profetas que, según el Islam, incluyen a Jesucristo y a Moisés, y culminan en el profeta Mahoma. La novela apareció como folletín en un periódico egipcio en 1959, pero causó tal escándalo que las autoridades religiosas prohibieron que fuera publicada como libro. La novela, finalmente, fue editada en Líbano. En Charlas de mañana y tarde (1987), Mahfuz recreó la historia de una familia cairota a través de seis generaciones y sesenta y siete personajes que conocen el amor, la muerte y la fragilidad de los afectos, entre la invasión napoleónica y la revolución de julio de 1952. Esos personajes, que no apelan a la religión, creen vagamente en Dios. El Islam aún flota en la conciencia colectiva, pero el escepticismo crece tan deprisa como esa ciudad que estrangula su centro histórico con barrios nuevos. “Vino al mundo únicamente para escribir”, señaló el escritor egipcio Yusef. “Tenía una capacidad increíble para crear y lo hizo durante toda su vida.”

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