LITERATURA › HORACIO SALAS Y MEMORIA DEL TIEMPO, PRIMER TOMO DE SU POESíA REUNIDA
El volumen reúne los cinco primeros libros del poeta, ensayista y periodista. Los textos comprenden el período 1962-1969 y las preocupaciones de Salas “eran las de una generación que estaba tratando de cambiar porque el mundo había cambiado”.
› Por Silvina Friera
Un joven porteño hasta la médula –melancólico incorregible– quiere ser poeta. A principios de los años 60, empieza a garabatear sus primeros poemas. “Cuando la soledad/ pesa en el hombro/ y baja por la sombra resbalando,/ amanece su nombre, y navegamos/ sobre una misma noche iluminada,/ la misma pregunta solitaria,/ el mismo rincón de la nostalgia”. Son versos tímidos, dirá el poeta, ensayista y periodista Horacio Salas con muchos libros publicados y un aire de compasión hacia el joven que fue desde el amplio living de su departamento en Palermo, cerca del Jardín Zoológico. La poesía –esa palabra “que nace entre los árboles”, ese misterio “que viene por el aire”– le crece en las manos y sigue escribiendo: “Angustiado/ por este amplio dolor de estar viviendo/ en la dura ciudad de la tristeza,/ donde se quiebra el mundo; donde la voz se aplasta...” Cuando mira el ejemplar de Memoria del tiempo (1962-1969), el primer tomo de su poesía reunida publicado por editorial Lisboa, que incluye sus primeros cinco libros –El tiempo insuficiente, La soledad en pedazos, El caudillo, Memoria del tiempo y La corrupción–, dice a Página/12 que la culpa de esta “locura” de volver a poner en circulación sus primeros poemarios después de cuarenta años la tiene un joven editor, Felipe Herrero, quien lanzará un segundo volumen, Gajes del oficio (1971-2015), el próximo año.
“La poesía que habita este libro remite a la suavidad del recién nacido. Trata de un mundo agraciado y desgraciado que nos llena de vida”, advierte Herrero en el texto de la contratapa. Salas estuvo tres años sin caminar. Ahora ofrece café y camina con pasos cortos y muy ligerito, como si quisiera desafiar a sus piernas. “De pronto me encontré con poemas que no me desagradan del todo. Ahora siento que mi poesía tiene la voluntad de narrar”, subraya el poeta.
–Tenía 24 años cuando publicó su primer libro, El tiempo insuficiente. ¿Por qué el poeta que escribió ese libro parece más grande y está preocupado por la muerte o la soledad?
–¿Sabés qué? Mi madre acababa de morir y eso para mí fue un sacudón. A ella le encantaba que su hijo fuera poeta, cosa rara porque todo el mundo prefería que un hijo estudiara abogacía y se recibiera de abogado. Me quedaban cuatro materias para recibirme de abogado cuando decidí dedicarme al periodismo y a la poesía. El tiempo insuficiente lo empecé a escribir en el 58 o 59, pero no lo publiqué hasta el 62, cuando todavía era un prolijo estudiante de derecho que trabajaba en una empresa de propiedad horizontal (risas). Después hubo un concurso de poemas históricos sobre el Chacho Peñaloza y me dije: ¿por qué voy a hacer un poema? Mejor hacer un libro. El caudillo quedó armado y después se publicó.
–El epígrafe de su primer libro es una cita de Borges. ¿Quería escribir como el Borges poeta cuando empezó?
–Mi admiración por Borges era impresionante, para mí fue un descubrimiento cuando tenía 18 años. Y sigo admirando a Borges más allá de todos sus inconvenientes, tanto que cuando me fui al exilio el título de la nota, una especie de despedida, era: “Borges, pese a todo”. Y así lo sigo creyendo. Siempre digo que hoy nadie sabe quiénes eran ni güelfos ni gibelinos; en su época había guerras civiles tanto por uno o por otros. Nadie se acuerda si Dante Alighieri era güelfo o gibelino; de lo único que se acuerdan es de la Divina Comedia. Por eso pienso que más allá de todo, lo que hay que juzgar son las obras, no la ideología. La ideología que fue como una ola que nos barrió a todos fue la Revolución Cubana, tanto que tengo un poema, que no está publicado en ningún libro, que se llama “1959: tu día primero”.
–¿Por qué aparece mucho la infancia en sus poemas?
–Tuve una infancia rara... a mí me gustaba ser grande, quería ser grande. Vengo de una familia de gente vieja, no mis padres, pero sí mis tíos y mis abuelos. Eso se notó en algo que el resultado no fue bueno: di quinto grado libre porque si entraba al Nacional Buenos Aires la nota del examen me permitía entrar sin pasar por sexto grado. Y lo hice. Y después di libre dos años; entonces llegué a la facultad con 15 años. ¿Qué iba a elegir? El ambiente donde estaba mi viejo era la Corte Suprema. Él trabajaba en la Corte pero con la “revolución” del 55 a mi viejo lo echaron de todas partes por peronista. Y tuve que dejar de ser un “niño” que nada más estudiaba y tuve que salir a laburar porque había que mantener la casa. Eso fue un golpe bastante fuerte. Yo estaba haciendo la colimba cuando una noche me tocaron la puerta y me dijeron: “Váyase a su casa que su madre se murió”. No era la mejor manera de dar una noticia así. Pronto me di cuenta de que lo más importante para mí eran mis poemas. Que mis poemas fueran leídos me parecía alucinante.
–El poema “Angustiado”, que cierra su primer libro, está dedicado a Ernesto Sabato. Más allá de la dedicatoria, queda claro que el angustiado es también esa voz poética.
–Sí, por supuesto. El poema está dedicado, pero por otros motivos. Ernesto siempre fue un tipo muy generoso conmigo, tanto que a lo largo de los primeros años de relación de pronto yo me quedaba sin trabajo, como les suele pasar a los periodistas, y siempre había un personaje rarísimo que no conocía y me ofrecía trabajo. ¡Yo era un chico! Y todo venía desde Ernesto Sabato o la mujer. La vez pasada me preguntaban: ¿y usted qué ha hecho? Lo único que hice en mi vida fue laburar, que es lo que hice con más felicidad.
–Esa angustia que refleja el poema, ¿era generacional o algo personal?
–Era generacional, pero también mía. Yo no quería quedarme solo con eso... Quería encontrar más, pero no había dónde. Y empecé a buscar en los poetas latinoamericanos, algunos de mi edad, algunos mayores. He sido muy amigo de Gonzalo Rojas, a pesar de la enorme diferencia de edad. Otro poeta con el que me encontré fue el peruano Carlos Germán Belli; lindas personas, además de ser buenos poetas. No es que nos copiáramos con Antonio Cisneros, pero siempre estábamos haciendo bromas: ¿qué me copiaste ahora?, en este nuevo libro, ¿desde dónde me espiás?... ese tipo de cosas. Me pasó con (Francisco) Paco Urondo, que trabajábamos prácticamente en la misma oficina en Panorama. Y no es que nos copiáramos, sino que había preocupaciones de época. Eran las preocupaciones de una generación que estaba tratando de cambiar porque el mundo había cambiado. Y éramos muy jóvenes.
–Ahora que lo puede ver en retrospectiva, ¿cómo definiría al poeta que fue en esos años 60?
–Lo justifico, pero no me gusta. Mis poemas me parecen pobres, pero era lo que podía hacer en ese momento. Yo nunca creí que eran fantásticos los poemas que estaba escribiendo: “Esto es lo que puedo dar”, me decía. Y con esa fórmula de dar lo que puedo seguí avanzando.
–El poema “Los fracasados”, de su quinto libro, termina así: “Por eso sonrío cuando mis hijos/ quieren cambiar el mundo y hacen planes./ Pero comprendo, porque también fui joven”. El poeta que escribe estos versos y los publica en el 69 es muy joven, ¿no?
–Sí, es joven pero tiene un espíritu escéptico. Yo estudié mucho historia y tenía miedo de lo que podía pasar. Y finalmente pasó y estuve siete años exiliado. El exilio me marcó la vida, fui padre muy joven y teníamos tres hijos cuando nos fuimos.
–¿Recuerda el día que se fue?
–Sí, fue el 2 de mayo del 76. El exilio me sacudió mucho. Había gente a la que no le importaba nada. Que el exilio era otra aventura más, parte de la vida. Y lo es, pero estoy muy metido con Buenos Aires, con la cosa del tango, aunque cada vez escribo menos sobre tango. Pero siete libros sobre tango es ya un exceso. En mi poesía no aparece el tango. “Hoy vas a entrar en mi pasado”: me encantaría haberlo escrito. Yo he tomado muy serio la idea de que el tango es una forma de la cultura argentina, por eso escribí una biografía de Borges y una de Homero Manzi, dos poetas que se pueden juntar. Una vez me preguntaron qué es la cultura para mí. Y contesté con un chiste: “La cultura es ir a la cancha de Boca, a la popular, con un librito de Borges en el bolsillo”. Esa mescolanza es la cultura.
Trabajaba como jefe de prensa y publicaciones de YPF cuando el 24 de marzo de 1976 sucedió el golpe de Estado tan anunciado. “Unos días después me encontré en la calle con un coronel retirado, del grupo de Viola, y me dijo: “¿Qué hacés?, ya te tendrías que haber ido”. Él me dijo que sabía que yo no tenía nada que ver con los grupos armados, pero eso no quería decir que la Marina estuviera convencida –recuerda Salas–. Pasan unos quince días y me lo vuelvo a encontrar en la calle y ya de mala manera me dijo: “Vos sos loco, ¿qué hacés acá?”. La llamó a Graciela por teléfono, a quien no conocía, y le pidió que me convenciera para que me fuera. Esa noche Graciela había hablado con unas amigas que teníamos en una agencia de turismo para sacar el pasaje a Madrid. Llegué con 200 dólares en el bolsillo, que no me alcanzaban para vivir ni una semana. En España me habían prometido trabajo. La editorial Planeta iba a hacer una historia de cada uno de los países latinoamericanos, pero se dieron cuenta de que la mayoría tenía dictaduras. Graciela estaba en el barco en el cual se iba para España cuando Planeta anuló el proyecto. Al principio fue muy dura la vida en España. No nos alcanzaba para comer. Y no era una metáfora. A principios del 83 había posibilidades de regresar. Graciela estaba haciendo papa fritas y me agarró y me dijo: “Llevame a casa...” Y ahí decidimos volver.
–En el poema que le dedica a su abuelo, que lo lleva a sus antepasados, a otros Salas de la época de Rosas, ya aparece la familia dividida por el rosismo, división que luego se prolongaría con el peronismo, ¿no?
–Las leyendas familiares dicen que había dos militares de apellido Salas, que uno estuvo peleando a favor de Rosas y otro en contra. Cuando echaron a mi padre por peronista, no conseguía laburo en ninguna parte. Mi relación con el peronismo fue mala. El peronismo es un poco absorbente: o estás con todo o no estás con nada. Nunca he sido fanático y creo en el diálogo.
–¿Discutía con su padre sobre el peronismo?
–Sí, discutíamos mucho porque mi padre era un “peronista, peronista...”
El silencio aleja el canto de los pájaros que andan con su concierto matinal por los árboles de la calle República de la India. El silencio crece con palabras no dichas. Horacio mira a los ojos a esta cronista con la emoción contenida de quien reclama ese modo de la piedad que consiste en no preguntar más sobre el tema. Dejar esa entidad exagerada, la de ser un “peronista, peronista”, en la zona de los misterios indescifrables. El poeta se pone de pie y con pasos cortos y ligeritos llega hasta su biblioteca para buscar la primera edición de La soledad en pedazos. “En la poesía todo es posible. Y creo que por eso es tan difícil”, plantea Salas.
–“Mi voz se angosta/ sin nombrarte/ y lentamente/ aprende a recordar/ que es la forma más triste del olvido.” ¿Recuerda cómo llegó a esa idea de que recordar es la forma más triste del olvido?
–Supongo que habrá sido por una relación que se rompió. Yo he sido melancólico toda mi vida.
–¿Cómo explica esa melancolía?
–Me viene del tango. A los cinco años estuve enfermo de escarlatina, que era una enfermedad terrible en esa época. Ahora que he visto la muerte mano a mano, es otra cosa. He estado enfermo muchos años, una enfermedad que nadie me descubría qué era, pero no pude caminar unos tres años. Tengo una carencia de dopamina y eso me impide caminar. Puedo caminar dos o tres cuadras, nada más. No me permite cosas elementales como ir al cine. Yo era un enorme caminador. Hay un verso de Atahualpa Yupanqui que suelo repetir: “Me gusta el aire de aquí”. Buenos Aires es mi lugar en el mundo.
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