LITERATURA › SEXTA EDICION DEL FESTIVAL DE POESIA “EN LA LETRA”
Hoy en la Biblioteca Nacional, un nutrido grupo de poetas leerá sus textos al público, en un encuentro que busca calibrar, cara a cara, el volumen de las palabras para volver a recuperar la efusividad del arrebato comunicativo.
› Por Silvina Friera
Intimar con el sonido de las palabras es inaugurar un recorrido acústico engarzado por la vibración de un verso con otro en una cadena irrevocable de puro ritmo; un balbuceo liberador en las variaciones que despliega la experiencia intransferible de la escucha. Los recienvenidos podrán entrecerrar los ojos y afinar los oídos, como quien busca pepitas de oro sonoras, en esta sexta edición del Festival de Poesía “En la letra”, que se realiza hoy a las 19, con entrada libre y gratuita, en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Carlos Battilana, Carlos Carrique, Cristian Aliaga, Daniel del Percio, Enrique Solinas, Gabriela Pais, Laura Yasan, Liliana Recondo, María Casiraghi, María Negroni, Miguel Gaya, Mónica Sifrim y Paulina Vinderman leerán sus poemas. Quizá la función primordial de la poesía en este tipo de encuentros –cara a cara, gesto a gesto con los otros– sea calibrar el volumen de las palabras para volver a recuperar la efusividad del arrebato comunicativo.
Laura Yasan (Buenos Aires, 1960) cuenta a Página/12 que leer es “una oportunidad única de agregarles a mis poemas la respiración con que fueron concebidos y, a la vez, poder percibir cómo esa musicalidad resuena en los otros, porque si leés concentrada y compenetrada se puede sentir la energía que se genera con el público”. Enrique Solinas (Buenos Aires, 1969) confiesa que siempre es un placer, difícil de explicar, la lectura en vivo y en directo para un público diverso. “Que cada cual se lleve de mis poemas el sentido que desee, que los deteste o los guarde en su corazón como una caja de música. Pero que no pase inadvertida la ocasión en que nos encontramos en el momento exacto del poema, cuando sucede toda esa pequeña luz en medio de la oscuridad. Como una estrella de rock leo mis poemas. Si sucede la magia, el público es el mar que nado”. Para Carlos Battilana (Paso de los Libres, Corrientes, 1964) leer en público implica “volver al origen de la poesía, un acto de enunciación que hace de la voz la posibilidad de reconocer una manera de ver las cosas, una forma de vínculo con el otro y, tal vez, un modo de la amistad”. Cristian Aliaga (Darragueira, Buenos Aires, 1962) dice que “el poema tiene que salir a respirar, confrontar al espíritu público, como pedía Artaud, y así abrir el juego con los otros; desde la voz del poeta, y utilizando recursos escénicos también”. “Siempre busqué escapar de las convenciones y formalidades, y por eso armé alianzas con músicos, poetas, actrices y actores para potenciar la enunciación y seducir a otros públicos. De eso surgió el disco compacto Un ring para Dios que grabamos junto a Titín Naves y Andrés Cursaro, con invitados como Palo Pandolfo, Osvaldo Bayer, Ingrid Pelicori y Arturo Carrera. El poema se reconstruye en la performance, se hace más intenso, se completa”, afirma Aliaga.
Desde hace unos tres años, cada vez que participa en un festival, en un ciclo, en una lectura, Solinas prefiere leer algunos poemas publicados y muchos inéditos. “Muchos poemas de libros anteriores andan circulando por la web, ya porque me piden material para revistas virtuales y blogs de poesía, ya porque muchos lectores copian y traducen mis poemas. Para el festival ‘En la letra’ voy a leer poemas de mi último libro, Corazón Sagrado (2014), editado por Viajero Insomne. También voy a leer poemas de los libros inéditos El Libro de las Plegarias y Barcas sobre la zarza ardiente”, anticipa. Aliaga, en la misma sintonía, va a intercalar la lectura de poemas ya publicados, de libros recientes como La caída hacia arriba y de uno que está por salir, El rincón de pedir; y algún inédito para “probarlo”. “Me gusta la idea de que una lectura es un laboratorio en el que los asistentes hallan sentidos, marcan momentos claves, me devuelven interpretaciones intensas. Intento tomar todo eso para re alimentar textos en progreso”. Coincide Battilana, que probará varios inéditos y algunos de Un western del frío: “Leer poemas inéditos es una forma de la reescritura”. Yasan comenta que le interesa leer poemas inéditos cuando tiene un libro por salir y que está cansada de leer poemas viejos. “Pero conforme avanza mi obra cada vez me cuesta más elegir, porque de todos mis libros editados que son diez, tengo preferencias, y antes de una lectura me veo en un verdadero round conmigo misma para decidirme por unos eis o siete poemas”, admite la autora de Loba negra, La llave Marilyn, premio Casa de las Américas 2008; y Animal de presa, entre otros.
La voz del poeta imprime huellas. “Me marcaron absolutamente lecturas en vivo de Edgar Bayley, Francisco Madariaga y Juan Carlos Bustriazo Ortiz –revela Aliaga–. La lectura se acercaba a un encantamiento: Bustriazo recitaba, no leía; y Coco Madariaga te ponía en una conexión sensitiva; eran lecturas salvajes... Arturo Carrera, con sus ‘instrumentos’. También el trabajo de Ingrid Pelicori con distintos poetas y las performances de Palo Pandolfo, Karina Kohen y Los Verbonautas. Recuerdo siempre unas grabaciones sutilísimas de Juanele Ortiz, y otras de Rimbaud hechas por Gérard Depardieu”. La primera vez que Battilana escuchó a Arturo Carrera quedó fascinado. “Aún hoy cuando lo escucho a Carrera me genera placer y deslumbramiento: una voz que parece volverse necesaria en su fonética minuciosa, y que parece recoger cada vocablo con cierto amor y cuidado, como si la atención fuera el primer gesto en relación con las palabras, y ellas adquirieran un sentido más amplio, e incluso se transfiguraran en la voz. Una voz ancestral que dice con atención de artesano sus poemas. Hace algunos años, en un ciclo de poesía en Palermo, escuché leer a Beatriz Vignoli, y empezó a cantar en inglés una parte del poema: la naturalidad, la alegría que generó con ese acto fue alucinante. Cuando leemos a un poeta que nos gusta mucho –César Vallejo, Juan Manuel Inchauspe, Estela Figueroa– también se produce una escucha, e imaginamos una voz, una suerte de voz silenciosa que pronuncia los poemas.”
Cuando Yasan escuchó por primera vez una lectura de Diana Bellessi, vivió “una experiencia deslumbrante”. Algo similar le pasó con Susana Villalba. “Muchos poetas que me fascinan destrozan su propia poesía al leerla en voz alta, pero éstos no los menciono”, advierte. Solinas tenía 13 años cuando llegó a sus manos Los juegos peligrosos de Olga Orozco. “No podía entender con exactitud los poemas, pero sabía que había allí algo encantatorio e inevitable –plantea el poeta–. Cuando cumplí quince años, leí en el diario que Olga recitaba sus poemas en la Casa de La Pampa y sin dudarlo fui a escucharla. Llegué con el acto ya empezado y mientras me dejaba guiar por su voz grave e hipnótica, sus ojos verdes iluminaban ese espacio algo opaco, lleno de gente grande. Fue algo intenso e increíble y esa intensidad creció más cuando terminó de leer y le pidió a alguien que me lleve hasta donde estaba ella. Quería saber quién era ese chico con uniforme de colegio que permanecía en su asiento, sin poder moverse. Intercambiamos algunas palabras y me invitó al sábado siguiente a su casa. Y ése fue el comienzo de una gran amistad, magnífica, inolvidable.”
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