Dom 25.10.2015
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LITERATURA › PANFLETOS DE PAPEL PICADO, LO NUEVO DE RODOLFO EDWARDS

Fluir de la máquina poética

“La poesía es como comer; para mí es una necesidad vital, yo respiro poesía”, dice el autor, que descree del carácter desdeñoso que suele adosarse al término “panfletario” y prepara para el año próximo una antología que editará Eloísa Cartonera.

› Por Silvina Friera

El cotillón de la felicidad dura poco; suele ser eclipsado por el nubarrón de la finitud que se derrama en el horizonte. “Los juegos de la Plaza Matheu/ nos enseñaban a vivir/ nos mostraban ingratas maquetas/ del futuro/ ensayos de lo que vendría/ caíamos por el tobogán/ subíamos y bajábamos/ en la tabla del subeybaja/ y en la calesita nos mareábamos/ para olvidar/ pero mirando hacia el balcón/ de la vecinita de enfrente/ también aprendíamos/ a soñar.” Este poema, pequeña joyita de Rodolfo Edwards, pertenece a Panfletos de papel picado, su último libro, el primer título de una nueva editorial: Peces de Ciudad. “La poesía es como tomar este café o comer; para mí es una necesidad vital, yo respiro poesía. Tuve un verano complicado porque mi papá falleció el 28 de enero a los 86 años, después de una larga agonía”, cuenta el poeta en la entrevista con Página/12. “Mi poesía está muy cercana al flujo de mi vida. César Fernández Moreno, que es mi gran maestro, le llamaba a esto ‘poesía coloquial de la existencia’, un fluir vital que va alimentando constantemente la máquina de la poesía”.

Edwards (Buenos Aires, 1962) subraya que los poemas de Panfletos de papel picado están marcados por la ausencia de su padre, pero también por las muertes recientes de su madrina y su padrino. “Mi padrino me regaló La razón de mi vida cuando yo tenía 16 años, y me dijo: ‘Rodi, esto te va a servir’. Fue un libro muy significativo por mi militancia en el peronismo y todo lo demás... Este año fue durísimo para mí; pero hay que terminar de aceptar que somos mortales y tomar la muerte como algo que nos va a suceder inevitablemente a todos”, plantea el autor del ensayo Con el bombo y la palabra. El peronismo en las letras argentinas. Una historia de odios y lealtades (Seix Barral), que publicará en 2016 La épica del movimiento continuo, su poesía reunida por Eloísa Cartonera; un solo tomo con fotos de distintos momentos su vida, que incluirá ocho poemarios imposibles de conseguir como Culo criollo, Los Tatis, That’s amore, Mosca blanca sobre oveja negra y Mingus o muerte, entre otros.

–¿Por qué eligió unos versos de Eduardo Jorge Bosco como epígrafe del libro?

–Bosco (1913–1943) era un poeta de la generación del 40. Lo descubrí hace no mucho tiempo. Yo tenía muchos prejuicios con la generación del 40 porque era una poesía muy lírica, cuasi religiosa, muy marcada por Rainer Maria Rilke, que no es mi palo. Lo descubrí cuando trabajé en la biblioteca de la Academia de Lunfardo; hice una especie de curaduría de un proyecto muy lindo y me encontré con Bosco: “¡la puta madre, cómo escribe este tipo!”. Me quedé fascinado con su poesía. Tuvo una vida muy loca porque se suicidó a los 30 años; es una poesía muy transparente que va al hueso con palabras concretas, y realmente me emociona ese verso que dice: “¡Cuidado!/ Que Dios nos está viendo”. Ahora estoy leyendo a Hugo Caamaño (1923–2015), un viejito que era muy amigo de Joaquín Giannuzzi y que me lo presentó Washington Cucurto porque a Caamaño le había gustado Culo criollo, mi primer libro. Y el viejo iba a verme a leer. ¡Para mí era un honor! Caamaño es un poeta extraordinario.

–En unos de los poemas se lee: “Hace un rato/ vi a un hombre/ hablando solo por la calle/ ahora recién caigo:/¡la poesía es lo mismo!”. Este poema es como su arte poética, ¿no?

–Sí, ese poema define mucho lo que es la poesía para mí. Son voces que uno tiene adentro; es el mismo mecanismo del tipo que habla solo. Cuando uno adquiere este vicio de la poesía, está con la oreja atenta todo el tiempo, escuchando esas voces de la calle o esas voces interiores que hablan constantemente. Yo no hablo solo por la calle, pero escribo solo por la calle. Ando constantemente con mi libreta y anoto ideas. Y así va saliendo la poesía: de juntar esas voces.

–¿Por qué eligió como título Panfletos de papel picado?

–La palabra panfleto me obsesiona porque siempre fue muy desprestigiada. Me acuerdo que una vez un poeta militante de izquierda dijo: “Voy a leer unos poemas, pero no son panfletarios...” Yo le hice un reportaje a Raúl Zurita y hablamos de Pablo Neruda. Y me dijo que los últimos libros de Neruda son malísimos, pero el último libro que se publica antes de su muerte, en febrero del 73, Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena, es un libro maravilloso. Y es un panfleto. Todos los poetas en algún momento de su vida escribieron un panfleto. Hasta Jorge Luis Borges con su poema a Rusia. Hay muchos que dicen “no me voy a rebajar a hacer poesía panfletaria, yo escribo buena poesía, no escribo panfletos”... Pero el panfleto es una necesidad civil que tiene un autor –un poeta o un novelista– de expresar una idea en un momento dado. “La fiesta del monstruo” de Borges y Adolfo Bioy Casares es un panfleto destituyente; “El matadero” es un panfleto en contra de Juan Manuel de Rosas. Siempre me llamó la atención ese desprecio al panfleto cuando es un método maravilloso para expresar ideas. Por eso metí la palabra panfleto en el título. Y “de papel picado” porque la poesía es una fiesta, una celebración. Yo entiendo la poesía como un ritual participativo, como una apuesta por la alegría de la creación.

–”Las líneas de la hoja/ son como cornisas/ hay que vencer el vértigo/ de que los versos/ se caigan al vacío”, se dice en uno de los poemas. ¿Cuándo se caen los versos al vacío?

–Cuando el poema fracasa, cuando no tiene la posibilidad de nacer. Un poema fracasa cuando no puede salir. Cuando el verso sale triunfa, por más que no tenga calidad poética. El verso se cae al vacío cuando no puede salir, cuando queda atascado. Pero los poemas son como mis hijos y yo soy muy prolífico (risas).

–Llama la atención la forma de sus poemas, prácticamente no tienen puntuación ni mayúsculas. ¿Esto es deliberado?

–Desde el primer libro que lo hago; es mi forma de escribir. Viene un poco de la poesía norteamericana, de Edward Estlin Cummings; es una decisión estética: pongo el título en mayúscula y el resto del poema en minúscula. Solamente pongo en mayúscula Dios y Perón.

–Como lo hace en “Silogismo”: “Si tomó alcohol/ no conduzca/ Perón no tomó alcohol/ Perón conduce”.

–¡Ese me salió bien, es un buen poema! (risas).

–Otro poema muy bueno es: “Entrar a un juguetería/ es como entrar a un templo/ de una religión/ de la que fuimos excomulgados”.

–Yo soy muy niño con los juguetes... el otro día me compré un tigrecito cachorro en una juguetería. Yo no soy dulcero, soy de lo salado, pero durante mucho tiempo coleccioné los juguetes de los huevos Kinder. Mi biblioteca está llena de adornos, muñequitos, vaquitas de San Antonio de distintos tamaños... mi mujer me quiere matar (risas).

–¿Por qué, a pesar de las ausencias y de la muerte, Panfletos de papel picado es también un libro que celebra la vida?

–Un poeta que admiro y que me influye mucho es Vinicius de Moraes: la tristeza no tiene fin; la alegría sí. Hay una celebración del presente, pero a la vez la tristeza es lo que no tiene fin. Esto también tiene que ver con mi ideología peronista. El goce inmediato tiene mucho de peronismo; es el presente, es el aquí y el ahora. Hay una novela de Hugo Barcia, El dragón del Sur, donde María, una santiagueña que va a participar del 17 de octubre, dice una frase que me quedó grabada: “Defendamos este ahora”. Esta frase me parece una excelente definición poética de lo que es el peronismo, y se puede aplicar también a este momento histórico.

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