LITERATURA › JOSé SUPERA HABLA DE SU NOVELA LIMPIAVIDRIOS
El escritor platense abordó un relato extremo, un golpe demoledor contra los mecanismos que transforman en “normal” lo que debería ser una excepción o rareza, como vivir colgado para limpiar los vidrios de un edificio.
› Por Silvina Friera
La altura quizá lo aleja más de la realidad. Por más paradójico que suene, el hombre que está colgado de una soga y le saca brillo a los ventanales de las bestias espejadas siente que su realidad es cada vez más sucia. Confunde los días y los nombres de una mujer que espía, Silvia o Sandra; mujer que limpia temprano las oficinas, antes de que lleguen los empleados, y que no le gusta al jefe de seguridad Ferreyra –un rengo que nunca pudo entrar a la Policía Federal– porque tiene “pinta de boliviana”. A veces quiere acordarse de “cosas que nunca pasaron”. Los pensamientos de este “monstruo mitológico de techos modernos” se agitan y revuelven en la licuadora de una existencia solitaria y paranoica que pende de un hilo demasiado frágil. “Hay cosas que el agua no limpia. Cosas que se juntan. Me están agregando más y más laburo. Me quieren barrer. Todos los días limpio. Todos los días tengo que ver mi puta cara de empleado de quinientos mil años brillando sobre el vidrio”, dice el personaje de Limpiavidrios (Reservoir Books) del escritor platense José Supera, que obtuvo la primera mención en la segunda edición del Concurso Nueva Novela de Página/12 en 2012.
Limpiavidrios es una novela extrema, un golpe demoledor contra los mecanismos que transforman en “normal” –ganarse la vida literalmente colgado, por ejemplo– lo que debería ser una excepción o rareza. “Otra paloma muerta en la terraza. Voy al cuarto donde guardo los productos de limpieza. La bolsa negra de consorcio. Vuelvo. No hay paloma. Se empieza a tensar la soga de mi realidad. La cosa se pone extraña. Traer el cuchillo doble hoja al trabajo sería una opción más que viable”, advierte el personaje. Supera tenía otra novela para presentar al concurso organizado por este diario sobre un mago en la época de la dictadura. “‘No puedo mandar algo sobre la dictadura, tengo que escribir algo distinto’, pensé. Estaba caminando por la diagonal 74 de La Plata y vi a un tipo colgado de una soga, limpiando un vidrio: ‘Qué loco esto de poner en riesgo la propia vida por la limpieza de un edificio’. Incluso me imaginaba que la gente ni lo miraría. Me dije ‘acá hay una historia, no puedo dejar de contar esto’. Y empecé a escribirla medio en tiempo récord, pero no llegaba con las 150 páginas porque me quedaban veinte días”, recuerda el escritor.
“La estética de la novela se dio por una cuestión de apuro, no llegaba a escribir la cantidad de páginas que pedían; por eso la frase corta. ‘Mi vida cuelga de una soga’. Esa frase del segundo capítulo me da un poco de vértigo –admite–. Cuando terminé de escribirla, la mandé al concurso sabiendo que no iba a pasar nada. Después me puse a corregir tranquilo. Y tenía un montón de errores de sintaxis, de tipeo, de ortografía. Esos errores los corregí; pero el personaje entra a confundirse los nombres y me pareció bueno que esa confusión que tuve, ese escribir al palo, fuera del personaje que confunde la realidad. Desde chico me pasa que cuando me quedo mirándome a un espejo durante un rato entro a desconocerme. Y creo que es lo que le pasa al tipo, que está todo el tiempo mirándose en un espejo”. Como un estribillo que se adivina, la soledad del limpiavidrios es una cuerda que se dobla pero no se rompe. “Tengo el tema de que hay una soga en mi familia”, confiesa el escritor. “Mi primo se suicidó colgándose de una soga. Igual la novela la escribí antes, fue como premonitorio. En la última corrección estuvo mucho más presente la soga. Y no fue gratuito ni fácil. El personaje soy un poco yo. La novela también habla de esos que la ven pasar de afuera y que no van acceder nunca a ese mundo de gente con vacaciones pagas y toda la vida resuelta.”
–Dice que el personaje es un poco usted. ¿Su vida cuelga de una soga?
–Sí, obviamente...
–¿En qué sentido?
–Soy muy inestable emocionalmente. Después de que volvió de Malvinas, mi tío apareció muerto en circunstancias raras y cada uno de los miembros de mi familia tiene una versión distinta. Después se suicidó mi primo, el hijo de mi tío. En mi cabeza siempre dio vueltas la idea de estar pendiendo de un hilo; por eso digo que la literatura me salvó la vida. Y me la salva todos los días, porque me podría haber pegado un tiro. Siempre estuvo ese fantasma. Lo estoy contando por primera vez a alguien que lo va a publicar... Es difícil reconocer esto porque lo he hablado con mi terapeuta, con algún amigo, pero siempre sentí que mi vida cuelga de una soga y que a veces esa soga está más finita. En este momento, la soga está gruesa por el bombardeo de notas y la publicación de la novela. Pero esa soga puede volverse finita en unas horas; tengo que trabajar con eso porque no puedo ser tan inestable y que todo se pueda cortar de un segundo para otro. Aun así, el personaje no tiene vértigo de estar colgado de una soga y yo sí.
–¿Nunca se había colgado para experimentar cómo es el trabajo de un limpiavidrios?
–No, cuando escribí la novela no sabía nada. Cuando empecé a corregirla, un amigo me dijo: “tenés que hablar ya con un limpiavidrios para ver si lo que escribiste tiene verosimilitud o no...” Entonces conocí a un limpiavidrios de La Plata y le pregunté las dudas que tenía. No había grandes errores, sólo detalles que fueron muy simples. El gran miedo que tenía era si ellos subían en algún momento con la soga, pero casi siempre bajan. No hay chances de que suban.
Hace más de media hora que el escritor y periodista platense llegó al café de Santa Fe y Carlos Pellegrini. Todavía nadie se acercó a preguntarle si quiere tomar algo. Se pone de pie y le pide a una moza un café americano. Supera terminó de escribir una novela sobre su tío, el hermano de su madre que apareció muerto en “raras circunstancias” en el campo. “El año pasado fui a Malvinas y me metí en un rollo muy complicado con lo de mi tío porque me volví a conectar con él desde un lado muy oscuro. A Malvinas fui con los ex combatientes del Cecim de La Plata; algunos habían sido compañeros de mi tío. En un momento estábamos en el Monte Longdon y cada uno de los ex combatientes se metió en la trinchera en la que había estado. Uno me llevó a la trinchera donde había estado mi tío”.
–Es como si no pudiera salir de la oscuridad...
–Me cuesta salir de la oscuridad. Me metí en el personaje del escritor oscuro y me comió... o me lo comí yo al personaje y ahora ya no existe. Y somos el personaje y yo a la vez.
–¿De dónde viene esa oscuridad? ¿Se la adjudica a la historia de su familia?
–No, me hago cargo, tampoco es culpa de mi familia. Tomé un camino que me llevó a ver las cosas desde un lado más oscuro o pesimista que optimista. No puedo culpar a mi familia. Mi familia hizo lo que pudo con lo que tuvo y cada uno hace lo que quiere con su vida. No puedo culpar a nadie más que a mí. Tuve una infancia más o menos normal. Me gustaría cambiar muchas cosas, pero mi historia es la que construí. Y yo elegí los caminos de la soledad, un poco las sombras y un poco huir. Cuando estaba medio mal acá, me fui a vivir dos años a Bolivia.
–Quizá de ahí viene que el personaje de Limpiavidrios está enamorado de una de las chicas bolivianas que limpia en las oficinas, ¿no?
–Sí, Bolivia está muy presente en mí y siempre tengo ganas de volver a vivir en La Paz. Laburé en una agencia de publicidad como redactor en 2003, 2004 y 2005. En esta agencia buscaban un director creativo para trabajar en La Paz. Eso suponía un ascenso y era una época en que estaba muy rayado y me quería ir a la mierda, no quería más mi realidad. Llegué a La Paz apenas había asumido Evo (Morales) en 2006. Eso fue un antes y un después en mi vida porque cambié mucho, crecí mucho, aprendí a estar solo. Mi primera novela, Atrapamoscas de Venus, terminé de escribirla allá, una novela que quedó ahí. Y va a quedar ahí de por vida porque no pienso publicarla. La escribí más que nada por placer, como una forma de experimentar con el lenguaje y de jugar. Quería divertirme y que la historia progresara, pero sabía que no iba a pasar nada.
Supera (La Plata, 1981) viajó también a Santa Cruz de la Sierra y a Cochabamba para filmar comerciales como director creativo. Un día se contactó con un Yatiri –un sabio para los aymara–, mal llamados brujos. El Yatiri, que era ciego, estaba todos los días en la puerta de la iglesia San Francisco en La Paz. “Si le dabas una moneda de cinco pesos y le contabas tus problemas, él te hacía la lectura de la hoja de coca y te decía el futuro, si querías o no. Veía que la gente que iba a verlo, toda muy humilde, le hablaba como si estuviera con un psicólogo. Y escribí una novela, Sin ver la paz –cuenta el escritor–. Mis dos primeras novelas salieron por editoriales de La Paz: La resurrección de la carne –sobre un chico que sale de La Paz y llega a Buenos Aires transformado en Claudia– y El chimento atómico, que es de mis primeros años, cuando trabajé en la revista Paparazzi. Esas novelas son difíciles de conseguir acá. Traje unos cien ejemplares que me dieron y los repartí en librerías de La Plata”. Supera jura que no volvería a reeditar el libro de cuentos Capacidad de asombro (2005), al que define como “una basura”. “Empecé a sentirme escritor con la novela La resurrección de la carne, cuando la publicó una editorial de La Paz, Gente Común, que ahora se llama 3600. Me acuerdo de que cuando llegué a La Paz me dijeron: ‘Llorás cuando llegás y llorás cuando te vas’. Cuando llegás, te duele la cabeza, te falta el aire, hay quilombo, ruido; no entendés nada. Y me pasó un poco eso, pero después la terminás queriendo. Es una ciudad que es un caos, un quilombo, pero es una ciudad que amo y que me dio muchas cosas lindas”.
–”Tu única defensa es escribir”, se lee en una parte de Limpiavidrios. ¿Coincide?
–Ni me acordaba... ¿dónde dice eso? (mira y lee la frase). El escudo que tengo ante la vida es la escritura. Me quedó grabada una frase de John Cheever que decía que al mundo lo va a salvar la escritura; era un romántico. Un libro no va a cambiarle nada a nadie, pero quizá sí una palabra, una frase, o por lo menos le va a cambiar un sentimiento del momento, no se va a sentir tan solo. Lo único que puedo hacer para aportar mi granito de arena y que este mundo no sea tan maldito –y yo también me hago cargo de mis miserias– es tratar de darle sentido a la palabra y contribuir a que no todo esté tan loco, como que un tipo esté colgado de una soga y pueda morirse para que un edificio de mierda se vea limpio. Hay que tratar de hacer algo con este mundo que se pone cada vez más perverso y más loco... todos estamos un poquito locos, pero me gusta por lo menos combatir desde donde puedo y con lo que tengo. Trato de combatir con la palabra, que es desde donde mejor me sale.
–En Limpiavidrios está la inminencia de una violencia soterrada que nunca termina de estallar. ¿Por qué esa violencia nunca se desmadra?
–Me parece que estamos en un mundo de violencia permanente, pero a la vez en un mundo de cagones, donde la violencia es muy verbal pero no se va al choque, la gente no se la juega y está todo el tiempo conteniéndose, a punto de estallar, pero no estalla. En el fondo somos más cobardes y creo que la violencia es una cobardía. Y cuando pasa, pasa zarpado, como un Virginia Tech en Estados Unidos o un Carmen de Patagones acá... Lo que se ve todos los días es situaciones que están a punto de estallar, pero se desactiva la bomba antes. El sistema te lleva a estar todo el tiempo desactivando mecanismos adentro tuyo para no matar a nadie.
–¿Qué autores estaban dando vueltas como influencias o referencias mientras escribía Limpiavidrios?
–En ese momento estaba leyendo mucho a Michel Houellebecq y a John Fante. Me presenté al concurso con el seudónimo de Juan Fante. La literatura de Fante me salvó de un momento de mucha oscuridad y encierro. Y me pasó un poco lo que le pasó a Charles Bukowski al leer a Fante. Hoy puedo agregar a Guillermo Saccomanno como un referente al que tengo siempre presente, a Juan Forn, a Fogwill, y de Chile a Alberto Fuguet. Me gustan mucho los norteamericanos: Cormac McCarthy me vuelve loco, Chuck Palahniuk y Bret Easton Ellis... Y de las mujeres, Aurora Venturini, que para mí es una referente pero su nivel de locura es increíble. Tenía una muy linda relación con ella, pero estamos distanciados por un malentendido. No le supe explicar algo, ella no me escuchó y me dijo: “para mí estás muerto”. Nunca me habían dicho eso en mi vida, ni siquiera una ex novia (risas). Me duele, pero tampoco tengo el ego demasiado fortalecido como para llamarla en este momento. Ya le pedí perdón, no puedo ir de rodillas a la casa porque no voy de rodillas a la casa de nadie.
* Limpiavidrios se presenta hoy, a las 19, en la sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). El autor dialogará con Leonardo Oyola y Liliana Viola.
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