Lunes, 18 de septiembre de 2006 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A LA ESCRITORA INES GARLAND
La autora acaba de publicar su primera novela, El rey de los centauros. El protagonista es una especie de cóctel de diferentes hombres que Garland conoció, circunstancia que la lleva a hablar sobre la tendencia a buscar lo autobiográfico en la ficción. “Cuando uno escribe, es imposible no utilizar la propia vida”, señala.
Por Silvina Friera
No es fácil estar en el lugar de Julia Báez, una escritora fantasma contratada por una editorial para escribir la biografía del ex polista Teo Filippis, un dandy de la farándula de la década del ’70 que quedó paralítico por un accidente. Lo primero que le llama la atención es que el mundo de ese hombre, con el que tendrá que encontrarse tres veces por semana, le es tan familiar que tiene la sensación de que se conocen, aunque no lo haya visto nunca antes. El “ganador” en silla de ruedas, con los codos flacos y las piernas inertes, parece una caricatura del tipo que se morfaba la vida. Ahora destila odio, impotencia, resentimiento y la tristeza que tiene en su mirada es como una ola que arrasa a su interlocutora, que pronto comenzará a descubrir que se está enamorando, y que quizá sea cierto lo que le dice ese personaje avasallante al que pretende retratar: “La esencia del amor es pura trampa”. El biografiado pontifica sus conquistas, se va de boca y revela las miserias de esa clase social afectadamente frívola. Cuando lee los primeros borradores, censura todo lo que lo hace quedar mal, y la editorial también cuestiona lo narrado. El rey de los centauros (Alfaguara), de Inés Garland, es al mismo tiempo una historia de amor y una novela de iniciación de una escritora que está convencida de que, por fin, podrá demostrar que cuando decía “escribo” era una cosa seria y no un hobby.
La primera novela de Garland –autora de los cuentos de La reina perfecta (que obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes), formada en el taller literario de Liliana Heker– se presta, por la temática, a buscar los referentes en la realidad. Julia no estaría lejos de una época de la vida de Garland, cuando escribía biografías. “Es imposible no utilizar la propia vida, pero más que los hechos en sí mismos son las emociones y los sentimientos los que aprovecho hasta encontrar escenas que me permitan expresarlos –cuenta en la entrevista con Página/12–. El personaje de Teo es una especie de cóctel de diferentes hombres que conocí; Julia tiene mucho que ver conmigo, pero sólo una parte.”
–¿Tiene un interés especial por indagar en las fisuras de sus personajes?
–Sí, es mi tema favorito. Pienso mucho sobre las cargas que llevamos ocultas, los dolores, las penas y la sensación de inadecuación. Hasta el más turro tiene algo que es digno de compasión. Lo que me interesa de las fisuras es que todos las compartimos y que nos unen mucho más de lo que creemos. Mientras iba escribiendo la novela, me di cuenta de que mostramos nuestro mejor lado a los demás y quizá sea el aspecto más fracturado el que despierta amor, como le que ocurre a Julia con Teo. Soy muy curiosa y no quiero perder tiempo. A mí me gusta ir al grano: me sentaría delante de alguien y le empezaría a preguntar por las cosas que esconde. Es una especie de vértigo.
–¿Y esto le pasa también con la escritura?
–No lo había pensado. Me gustan las descripciones y considero que manejo bien los climas de una situación, pero no tiene que ver con ir al grano. Hay escritores que escriben mucho y después podan, pero yo funciono al revés. Escribo tan sintético que después tengo que abrir la escritura porque si no es una especie de gragea concentrada de lo que quiero decir (risas).
–¿El rey de los centauros es la novela de iniciación de una escritora?
–Sí. Julia dice que ahora podrá demostrar que no es un hobby. Estos comentarios son típicos del momento de iniciación, hasta que asumís que la escritura es un destino y dejás de pensar estas cosas. Cuando me dijeron de publicar la novela, hacía rato que ya no me rondaban estos temas, pero quedaron como el registro de una época de mucho cuestionamiento.
–¿Qué se cuestionaba?
–Escribo desde los diez años, pero tardé mucho tiempo en decidirme a mostrar lo que hacía porque soy muy exigente y siempre me comparaba con los grandes escritores y el resto, en el que me incluía, estaba en el montón y no quería ser del montón. Un día me di cuenta de que escribir es más o menos lo único que sé hacer bien en la vida. Con el tiempo fui aceptando mis propias limitaciones y me ayudó mucho mi maestra, Liliana Heker, porque me dio manija, fuerza y además me hizo sentir que escribir es un laburo, que no es el talento que baja de una nube el que te convierte en escritora.
–¿Por qué hay una imagen tan idealizada del oficio?
–Los escritores en general no son muy generosos, no comparten mucho y se envuelven en un aura de misterio. Lo misterioso es cómo cada uno accede a su creatividad; parecería que fuera algo complicadísimo, pero no lo es. Creo que tiene que ver con el trabajo, con la apertura y con el coraje de mirar las cosas de frente. Heker dice en Las hermanas de Shakespeare que si te podés mirar sin autoconmiseración, sin buscar coartadas y escribir, está garantizada una buena página.
–¿Piensa en los lectores cuando escribe?
–Me cuesta, porque el grado de exposición me molesta. La gente que me rodea es muy chusma y muy crítica, y cuando leen lo que escribo me parece que se sienten ofendidos, sobre todo si son del entorno familiar. Tengo cuentos feroces sobre mi familia y mamá siempre me dice: “Hablemos ahora, antes de que publiques” (risas). Hay un cuento de La reina perfecta en el que llevé al máximo lo que sentía en mi casa cuando era chica. Y la gente que conoce a mis padres seguramente se preguntará: ¿Esto ha pasado realmente? Me molesta que estén buscándome en lo que escribo.
–¿Cómo explica esta tendencia a buscar lo autobiográfico en la ficción?
–Es inevitable, pero la cuestión es la importancia que le das al asunto. Cuando no conocés a la persona, qué te importa si Paul Theroux (escritor norteamericano) tuvo una novia; pero si fueras la hermana o la prima o la compañera de colegio te importaría. Esta discusión la tenía con mi ex marido cuando me reprochaba por qué tenía que escribir estas cosas, por qué no escribía como Sidney Sheldon. Aparte de que sería millonaria (risas), a lo mejor se peleó muchísimo con su mujer por cosas que él escribió, donde ella aparecía como la bruja de la historia. En Un cuarto propio, leí que Virginia Wolf recordaba que Pericles decía que la mayor virtud de una mujer es que no hablen de ella.
–El mundo que refleja en esta historia es muy chismoso. ¿Qué función cumple el chisme?
–Lo que me impresiona del chisme es saber intimidades de personas que no conocés y que nunca viste. La gente se siente aliviada cuando cuenta algo que hizo otro, después lo señala con el dedito y no tiene que mirar para adentro. El chisme funciona como una máscara que permite hablar de los otros y no de uno mismo.
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