Mar 05.04.2016
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LITERATURA › SIETE BREVES LECCIONES DE FíSICA, DE CARLO ROVELLI, SE EDITó EN LA ARGENTINA

Una ventana para mirar a lo lejos

El físico italiano visitará la Argentina entre mañana y el miércoles, invitado por la Universidad Nacional de San Martín. Sus lecciones para quienes desconocen la ciencia moderna o la conocen poco están escritas con inusual belleza literaria.

› Por Silvina Friera

El gran premio de leer al físico italiano Carlo Rovelli –que recibirá hoy el Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de San Martín (ver aparte)– gravita en la perplejidad de descubrir belleza página tras página, como si fuera algo imposible, casi un acto de magia o una excepción que inocula asombro. “La teoría más hermosa” –la teoría de la relatividad general enunciada por Albert Einstein hace cien años, hoy llamada “relatividad restringida”– narra una realidad que parece hecha de la misma materia de la que están hechos los sueños. “No es sólo el espacio el que se curva: también lo hace el tiempo. Einstein predice que el tiempo transcurre más deprisa arriba y más despacio abajo, cerca de la Tierra”, explica Rovelli en Siete breves lecciones de física (Anagrama), un librito inolvidable a pesar de un título tan “académico”. “La teoría describe un mundo colorido y asombroso, donde explotan universos, el espacio se precipita en agujeros sin salida, el tiempo se ralentiza al descender sobre un planeta, y las ilimitadas extensiones del espacio interestelar se encrespan y ondean como la superficie del mar”, agrega el físico italiano, promediando la primera lección, y advierte que todo es el resultado de una intuición elemental: “El espacio y el campo son una misma cosa”.

Las lecciones en cuestión fueron escritas para quienes desconocen la ciencia moderna o la conocen poco, según declara el físico en el prefacio de este libro de menos de cien páginas. Los textos incluidos son la ampliación de algunos artículos publicados por el autor en el diario italiano Il Sole 24 Ore. En la segunda lección, “Los cuantos”, el relato comienza con el físico alemán Max Planck, que calcula el campo eléctrico en equilibrio en el interior de una caja caliente a través de un “truco”: imagina que la energía del campo está distribuida en “cuantos”, es decir en paquetes o grumos de energía. Será Einstein, una vez más, quien comprenderá que los “paquetes de energía” son reales. Que la luz está hecha de paquetes, partículas de luz, que hoy se llaman “fotones”. Rovelli cita un fragmento del gran físico alemán: “(...) La energía de un rayo de luz no se distribuye de forma continua en el espacio, sino que, en cambio, consiste en un número finito de ‘cuantos’ de energía que se localizan en puntos del espacio, se mueven sin dividirse, y son producidos y absorbidos como unidades individuales”.

En “La arquitectura del cosmos”, la tercera lección, el físico teórico italiano plantea que el mundo se ha convertido ahora “en una extensión uniforme e ilimitada” y muestra una fotografía tomada por el telescopio orbital Hubble, donde cada punto negro de la imagen es una galaxia con cien mil millones de soles parecidos al nuestro. Rovelli (Verona, Italia, 3 de mayo de 1956) ha desarrollado su obra principalmente en el campo de la gravedad cuántica. Fue uno de los fundadores de la teoría de la llamada “Gravedad cuántica de bucles”, es miembro del Instituto Universitarios de Francia y de la Academia Internacional de Filosofía de la Ciencia y responsable del equipo de gravedad cuántica del centro de Física Teórica en la Universidad de Aix-Marsella (Francia), donde reside actualmente. “La predicción central de la teoría de los bucles es que el espacio no es continuo, no es divisible hasta el infinito, sino que está formado por granos, esto es, por ‘átomos de espacio’. Estos últimos son extremadamente minúsculos: cien mil millones de veces más pequeños que el más pequeño de los núcleos atómicos (...) Se denominan ‘bucles’, o ‘anillos’, porque ninguno de ellos está aislado, sino ‘anillado’ a otros similares, formando una red de relaciones que teje la trama del espacio”, anota Rovelli en Siete breves lecciones... “La física abre una ventana para mirar a lo lejos. Y lo que vemos no hace sino causarnos asombro. Nos damos cuenta de que estamos llenos de prejuicios y nuestra imagen intuitiva del mundo es parcial, provinciana e inadecuada. El mundo no deja de cambiar ante nuestros ojos a medida que lo vemos mejor”.

¿Habrá partículas literarias en la física? O será que el físico italiano, que parece un escritor de ficciones, cuando escribe frases como ésta: “La diferencia entre el pasado y el futuro sólo existe cuando hay calor. El fenómeno fundamental que distingue el futuro del pasado es el hecho de que el calor va de los objetos más calientes a los objetos más fríos”. O cuando recuerda que físicos y filósofos han llegado a la conclusión de que la idea de un presente común a todo el universo es una “ilusión”, y el discurrir universal del tiempo, “una generalización que no funciona”. “Cuando muere su gran amigo italiano Michele Besso –ejemplifica Rovelli–, Albert Einstein escribe una conmovedora carta a la hermana de éste: ‘Michele ha partido de este extraño mundo, un poco antes que yo. Eso no significa nada. Las personas como nosotros, que creen en la física, saben que la distinción entre pasado, presente y futuro no es otra cosa que una persistente y tozuda ilusión’”.

Hay una suerte de lección magistral, a modo de epílogo, en la que Rovelli lanza la pelota hacia el campo de los seres humanos. “Creíamos estar en un planeta en el centro del cosmos, y no lo estamos. Creíamos ser una raza aparte en la familia de los animales y de las plantas, y hemos descubierto que descendemos de los mismos padres que todos los demás seres vivos que nos rodean. Tenemos bisabuelos comunes en las mariposas y los alerces. Somos como un hijo único que crece y descubre que el mundo no gira sólo a su alrededor como creía de pequeño: tiene que aceptar ser uno más. Reflejándonos en los demás y en las otras cosas, descubrimos quiénes somos”, manifiesta Rovelli. Un libro inolvidable tiene que tener un final abierto, a la altura de la voracidad y curiosidad insaciables: “En el límite de los que sabemos, en contacto con el océano de cuanto no sabemos, brillan el misterio del mundo, la belleza del mundo, y nos dejan sin aliento”.

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