LITERATURA › PUBLICAN ANTOLOGíA BILINGüE DE WISLAWA SZYMBORSKA
Una bella edición local le rinde merecido homenaje a la escritora polaca, fallecida en 2012. Cuando le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 1996, la definieron como una “Mozart de la poesía”, un elogio solemne que no estaba en sintonía con el humor sutil de su obra.
› Por Silvina Friera
La intensa levedad estalla en la piel de un puñado de poemas que cautivan por el encanto del instante en que las pequeñas palabras alzan vuelo. Hay una especie de “himno”, un poema de Wislawa Szymborska (1923-2012) que decían, dicen y dirán los polacos: “Nada sucede dos veces/ ni va a suceder, por eso/ sin experiencia nacemos, / sin rutina moriremos”. La antología bilingüe Saltaré sobre el fuego (Nórdica), traducida por Abel Murcia y Gerardo Beltrán, que cuenta con ilustraciones de Kike de la Rubia y prólogo de Juan Marqués, comienza con este emblemático poema de su tercer libro, Llamando al Yeti. Ahí está el germen de la sigilosa ironía de la poeta, un humor sutil y a la vez malicioso rubricado por una voz que enuncia desde un tono sin aseveraciones drásticas, con versos hilvanados desde el tejido de la incertidumbre, la vacilación, el estado de interrogación y de pregunta que se extrema en el inicio de otros poemas. “Un amor feliz. ¿Es normal,/ serio, útil?/ ¿Qué saca el mundo de dos personas que no ven el mundo?”, se lee en un poema que podría condensar esa vivacidad inagotable de la duda como principio existencial.
Wislawa nunca se tomó en serio los epítomes que le adosaron los académicos suecos cuando le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 1996. Entonces la definieron como una “Mozart de la poesía por la riqueza de su inspiración y sobre todo por la leve gracia con que ordena las palabras”, también dijeron que “hay algo de la furia de un Beethoven en su actividad creadora”. Nadie como ella para huir despavorida de la grandilocuencia y el exceso de adjetivaciones solemnes. Leerla –volver sobre sus poemas– genera un estado de alegría que oscila del entusiasmo hacia el escepticismo, de la risa hacia la perplejidad. Como si la poeta pudiera tensar las cuerdas de todas las vibraciones anímicas en un mismo poema. “Mi no llegada a la ciudad N./ tuvo lugar puntualmente./ Fuiste avisado con una carta no enviada./ Lograste no llegar/ a la hora prevista./ El tren llegó al andén número tres./ Bajó mucha gente./ Entre la muchedumbre se dirigió a la salida/ la ausencia de mi persona”, se lee en “La estación de ferrocarril”, poema que pertenece a Mil alegrías-un encanto (1967). Nada queda del inicial y efímero romance con el realismo socialista de su temprana juventud. Aunque integró el comunista Partido Obrero Unificado Polaco, a fines de la década del 50 fue adoptando una postura cada vez más crítica. La distancia creció cuando comenzó a tener contacto con los disidentes, entabló una amistad con Jerzy Giedroyc y colaboró en su revista Kultura, que se publicaba en París.
El itinerario que propone la selección Saltaré sobre el fuego alumbra paisajes y climas muy representativos de Szymborska, según pasan los años, en siete de sus libros, excluidos los dos primeros que publicó, que consideraba demasiado apegados al realismo socialista: Llamando al Yeti (1957), Sal (1962), Mil alegrías-un encanto (1967), Si acaso (1975), El gran número (1976), Gente en el puente (1986) y Fin y principio (1993). La sensibilidad y la curiosidad están íntimamente enlazadas a la manera de alguien que escarba en los abismos de la vida cotidiana siempre con una sonrisa a flor de piel para conjurar el pulso dramático. “Cuatro mil millones de seres en esta tierra/ y mi imaginación sigue siendo la misma./ No se le dan bien los grandes números./ Le sigue conmoviendo lo individual”, dice en el inicio del poema “El gran número”, que luego reitera, en otra estrofa, esa suerte de circularidad de la interpelación que se dilata en su obra poética: “Non omnis moriar, preocupación prematura./ Pero ¿vivo del todo?, ¿bastará con eso?/ Nunca ha bastado, y ahora tanto menos./ Escojo rechazando, porque no hay otra forma,/ pero lo que rechazo es más numeroso,/ más denso, más insistente que nunca”. La intensa levedad de Wislawa, conviene aclarar, inocula antídotos para no ser confundida ni homologada con la ligereza ni el cinismo.
Que se haya alejado del comunismo no la convierte en una devota de la parroquia del liberalismo. Sus poemas más “feroces” o incisivos cuestionan de cabo a rabo el sistema que triunfó tras la caída del Muro de Berlín. “Nada en propiedad, todo prestado./ Hundida en deudas hasta las orejas./ Tendré que pagar por mí/ conmigo misma,/ por la vida dar la vida./ Así está convenido:/ el corazón, devolverlo,/ el hígado, devolverlo/ y dedo por dedo también”. Un fragmento del discurso de aceptación del Premio Nobel pone de relieve parte de su credo poético.
“Estimo altamente estas dos pequeñas palabras: ‘no sé’. Pequeñas, pero dotadas de alas para el vuelo. Nos agrandan la vida hasta una dimensión que no cabe en nosotros mismos y hasta el tamaño en el que está suspendida nuestra tierra diminuta –dijo Szymborska–. Si Isaac Newton no hubiera dicho ‘no sé’, las manzanas en su jardín podrían seguir cayendo como granizo, y él, en el mejor de los casos, solamente se inclinaría para recogerlas y comérselas (...). También el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente ‘no sé’. Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria.”
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