LITERATURA › FESTIVAL INTERNACIONAL DE LITERATURA DE CóRDOBA
Lo dijo la escritora y ensayista Gabriela Massuh en la sexta edición del encuentro que finalizó el sábado. El FILiC tuvo una gran convocatoria de público y contó con la presencia de Ruth Zylberman (Francia), Leonardo Sanhueza (Chile) y Luis Miguel Rivas (Colombia), entre otros.
› Por Silvina Friera
Desde Córdoba
Explota el FILiC, el Festival Internacional de Literatura de Córdoba, que dirige el entrañable quijote cordobés, el editor y librero Javier Folco. Cómo no celebrar este intenso desborde al llegar adonde los libros o la palabra no suelen estar tan fácilmente como la cárcel de Bouwer o el popular barrio Güemes. Cómo no alentar esta dosis de desmesura tan necesaria, esa vivacidad que se alcanzó en esta sexta edición, organizada por el Eunic (los institutos culturales extranjeros en la provincia) y Portaculturas, librería y editorial de Folco. Hay jóvenes parados, adentro y afuera del auditorio del Centro Cultural de España, para escuchar a Juan Forn, uno de los invitados en esta sexta edición junto con el ilustrador español Javier Zabala, los escritores Ruth Zylberman (Francia), Leonardo Sanhueza (Chile), Luis Miguel Rivas (Colombia), Luiz Ruffato (Brasil), María Teresa Andruetto (Córdoba), Liliana Tozzi (Córdoba), Lilia Lardone (Córdoba), Federico Falco (Córdoba), y por Buenos Aires Gabriela Massuh y Mauro Libertella; y el director de cine Luis Puenzo. Página/12 repasa algunos de los momentos más significativos del FILiC, que terminó el sábado a la noche con la proyección de La historia oficial a sala llena.
“El perro andaluz” se va llenando. Algunos prefieren quedarse al lado del aljibe, en esta casa del siglo XIX, para mirar por la pantalla. En el auditorio del Centro Cultural de España, cuyo nombre es un guiño explícito a la película de Luis Buñuel, las cordobesas María Teresa Andruetto y Liliana Tozzi junto con Gabriela Massuh analizan la cuestión de cómo aparece la política en sus escrituras. “Lo político y las temáticas sociales me aparecen de un modo oblicuo. Me parece que lo más político que tiene la literatura consiste en ponernos en cuestión y pensar el lugar que ocupamos en la sociedad. Me interesa que un escritor esté con su persona y sus palabras haciéndose cargo. Lo pensaba en relación a un fenómeno como el de Elena Ferrante, la escritora italiana. Leí uno de los libros de la saga y pensé: ‘no me interesa una escritura que no tenga detrás un sujeto capaz de hacerse responsable de sus palabas’”. Massuh plantea que es imposible pensar la noción de escritor comprometido como la había formulado Jean-Paul Sartre. “El mundo no puede ser cambiado. El mundo ya cambió, el comunismo murió; entonces tenemos instaurado como un eterno presente, el fin de la historia, como lo dijo (Francis) Fukuyama, el capitalismo para siempre. En ese contexto, pensar lo político es muy difícil porque no hay posibilidad de vanguardia, no en el sentido de la experimentación poética, sino en el sentido de pensar en la utopía”.
Massuh advierte que la generación posterior a la lucha armada en la Argentina quedó con un miedo “frenético” al énfasis de la política. “Entonces hubo como una hipérbole de la apoliticidad y la literatura se metió para adentro. No hay vanguardias posibles sin utopías políticas y sin una clase social que pueda ser redentora. La idea de un mundo mejor está siempre con las vanguardias políticas –explica la autora de Desmonte–. Yo estoy en permanente asfixia con el tema político porque siento que falta en los medios de comunicación un verdadero intercambio de ideas. Todo debate se centraliza en los 140 caracteres de Twitter o el ‘me gusta’ de Facebook. Es difícil pensar en una comunidad entera porque tenemos una sociedad cada vez más cercenada. Facebook me arrincona en un grupo determinado y estoy como en el country de los míos. Mis libros son producto de esta asfixia, pero mi afán es ser leída. Me encantaría ser best seller, pero no lo voy a ser porque es difícil lo que escribo”. Tozzi, autora de Duelos, coincide en que se ha caído la fe de cambiar el mundo. “La cuestión política se mete a veces de prepo en la escritura, más allá de lo que una pueda querer introducir voluntariamente”.
Cada vez hay más gente que recorre la Feria del Libro que se hace en el patio del Centro Cultural de España. El catálogo de una editorial se destaca por el cruce de diversas experiencias artísticas que van del teatro a la poesía, de la palabra a las artes visuales. Ediciones DocumentA/Escénicas es un sello creado por Gabriela Halac (1972), poeta y gestora cultural que ha publicado Visitas a La Perla. Ensayos sobre lo que no desaparece de Halac, La boca de la tormenta de Eugenia Almeida, El contenido limitado del mundo de Dolores Esteve y Cuerpos sin duelo de la cubana residente en México Ieana Diéguez Caballero, entre otros títulos. “Me voy a esconder a las contratapas del diario”, cuenta Juan Forn la decisión que tomó después de terminar la novela María Domecq. No hay duda de que el escritor, como señalan José Heinz y Flavio Lo Presti, es una máquina de narrar. ¿Son vidas excepcionales las que aparecen en sus contratapas de Página/12 o cualquier vida, puesta bajo la lupa de la forma que encontró para los viernes tendría esa forma de excepción?, le preguntan. “Yo creo que con la vida de (Mauricio) Macri no me sale una contratapa”, responde el escritor. El público se ríe y aplaude; acá, evidentemente, no está el 74 por ciento de cordobeses que votó a Macri. Y si alguno está por ahí anda arrepentido o de capa caída. “Lo que me empieza atrayendo de una historia es una persona sometida a una circunstancia excepcional y cómo la enfrenta –agrega el autor de Nadar de noche–. Pueden ser dos hermanos lituanos fanáticos de los libros que van al campo de deportados porque nadie los quiere aceptar después de la segunda Guerra, y que terminan trabajando en la línea de montaje de una fábrica en Chicago. Trato de buscar lo que llamo el ‘primer anzuelo’ que le tiro al lector, que es esa historia que tiene que aparecer en los primeros diez renglones”.
El “patio trasero” de la ciudad de Córdoba está en Bouwer. Lastima ver esa mole tricolor –gris, verde musgo, marrón–, una especie de recipiente monstruoso que acumula la basura de toda la ciudad. Hay bolsas blancas enredadas en la vegetación que se extiende al costado de la ruta, como si fueran restos fantasmales de un naufragio que diseminó el viento. Los escritores van a leer al Complejo Penitenciario de Bouwer. Los alumnos del Programa Universitario en la Cárcel (PUC) esperan con sus cuadernos en mano a Gabriela Massuh, Juan Forn, Leonardo Sanhueza (Chile) y Luis Miguel Rivas, colombiano que hace seis años que vive en Buenos Aires. “Los amigos míos se viven muriendo. Antes nos la pasábamos hable y hable de carros y carros y mujeres y mujeres. Pero a la vida se le está ocurriendo no dejar con quién conversar”. Así arranca el cuento que da título al libro Los amigos míos se viven muriendo de Rivas, ambientado en la ciudad de Medellín de los años 90, cuando los jóvenes morían por el fuego cruzado entre las fuerzas del narcotraficante Pablo Escobar y del Estado. Escuchan atentos, con la llama de la curiosidad titilando en las pupilas, Daniel Fidani, Jorge Cantarutti, Mario Quiñónez y varios más que estudian Letras, Filosofía, Ciencias de la Educación, Historia y Bibliotecología, entre otras carreras que ofrece el PUC, coordinado por la entusiasta Beatriz Bixio con un cuerpo docente integrado por Francisco Timmerman y Anabela Flores. El cuento de Rivas genera una peculiar electricidad en el aire. Lee Massuh un texto muy íntimo sobre la experiencia de desarmar el departamento de sus padres, que murieron en 2008, con cinco semanas de diferencia. “Hay que tener mucha cintura para encontrarse con las pertenencia de los seres queridos cuando ya no están”, dice. Forn lee “El Buda de los buitres”, una de sus contratapas; y Sanhueza comparte un capítulo de su novela La edad del perro, la voz de un niño de 9 años que vive en Temuco, en 1983, en un país militarizado por la dictadura de Augusto Pinochet. Ahora se animan a leer los muchachos que estudian en el penal Bouwer –las edades oscilan entre los veintipico y los sesenta años– a hablar, a intercambiar impresiones. Fidani se refiere al momento crítico que vive Latinoamérica con el regreso del neoliberalismo que aniquila ciertos sentidos para instaurar y naturalizar ajustes económicos, y confiesa que para él una lectura muy iluminadora es Friedrich Nietzsche. Y lee un capítulo “De los despreciadores del cuerpo” de Así habló Zaratustra. Cantarutti comparte un texto de su autoría, reflexiones sobre estudiar en la cárcel. Un muchacho pelado –que es psicólogo– agradece la presencia de los escritores y dice: “Si veo un árbol frondoso, me pongo a llorar. En este lugar necesitamos belleza”.
Ruth Zylberman (París, 1971) presenta su primera novela, La dirección del ausente (Mardulce), un gran relato sobre cómo perdura la “radioactividad” del mal de generación en generación. No es una ficción más sobre la Shoá. La escritora y documentalista cuenta que en la novela intenta dialogar con las sensaciones, con lo que ella llama “memoria orgánica”, algo que se transmite de forma silenciosa e invisible. No hubo un momento epifánico en su infancia en el que se enteró que su abuela materna y su tía habían sobrevivido a los campos de concentración del nazismo. No hay rastros, en cambio, de su abuelo paterno, que probablemente murió en el campo Bergen-Belsen. Zylberman –que visitó el Archivo Provincial de la Memoria junto con Marc Delmon, director de la Alianza Francesa de Córdoba– aclara que esa información siempre estuvo en el aire, en las miradas, en los cuerpos de su familia. Que no necesitó que alguien la pusiera en palabras. Tenía cinco años cuando escribió una historia con el protagonista de la saga El pequeño Nicolás, un emblemático chico travieso de la literatura infantil francesa. El público pregunta. Ofelia Evangelista, una psicóloga que da talleres de escritura, quiere saber si está de acuerdo con la “banalidad del mal”, expresión acuñada por la filósofa alemana Hannah Arendt, si no cree que le quita responsabilidad al nazismo. La escritora asiente y comparte ciento por ciento el planteo de Evangelista.
El director Luis Puenzo lee un breve relato en el Teatro de la Luna en una de las propuestas de la sexta edición del FILiC: “Los libros no muerden en las calles de la luna”. Y siguen leyendo Juan Forn, Leonardo Sanhueza, Luis Miguel Rivas, actores y actrices del teatro, niños y jóvenes. Los cuentos, las palabras, circulan de mesa en mesa, entre vasos de cerveza, fernet y gaseosas. Mónica Carbone, actriz, directora teatral y dramaturga, abrió este espacio cultural en el popular barrio Güemes, la esquina del pasaje Escuti y Fructuoso Rivera, hace treinta años, junto con Graciela Albarenque. “No pasaba nada en este barrio cuando llegamos; era un barrio que estaba entre dos villas, una franja muy marginalizada. Cuando nos instalamos acá, empezamos un intercambio con los vecinos y todavía me queda la pregunta: ¿quién aprendió más? El barrio nos hizo madurar como creadoras –afirma Carbone a Página/12–. Primero hicimos la sala y después agregamos los otros espacios que rodean la sala y esta Biblioteca en la que estamos poniendo los sueños del futuro”. ¿Qué pasa con la cultura en tiempos de crisis? “La cultura es más necesaria que nunca. Hicimos un ciclo que se llamó ‘Sopa, pan y arte’, creamos una escultura con los niños y jóvenes del barrio mientras tomábamos la sopa y los negocios del barrio donaron los insumos para poder alimentarnos en todos los sentidos –recuerda Carbone–. Hicimos mucho teatro en la calle, una versión libre de Romeo y Julieta que se llamaba Siguiendo el hilo. También pusimos Desespera, una versión de Esperando a Godot en un terreno baldío. Cuando una obra se pone a consideración, todas las personas la pueden receptar desde sus experiencias. Los basureros paraban el camión y se quedaban viendo los ensayos a las once de la noche. Lo más increíble que la gente te puede decir es lo que nos dijo una niña bastante pequeña que sacaba la silla de su casa y se sentaba a ver los ensayos. “La espera no termina nunca”, nos dijo. “Yo creo que había entendido todo, ¿no?”
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