LITERATURA › JUAN CRUZ, SU NUEVO LIBRO Y EL ESTADO DE LA INDUSTRIA
El escritor se interroga sobre el “énfasis por lo anglosajón”, analiza el lugar –y el ego– de los escritores y reconoce: “Nunca abro mis libros, es como si viniera a visitarme alguien que me va a pedir cuentas”.
› Por Silvina Friera
Aunque su madre le decía que la melancolía estaba en las manos, Juan Cruz parece tenerla doblemente en la mirada: en sus ojos, que evocan lo vivido con tristeza, a veces con una rabia que parece ancestral, y en un modo de escribir que reproduce ese sentimiento que deja al hombre solo con su dolor ante el paso inexorable del tiempo, de las ausencias reiteradas, de las muertes sucesivas. En Retrato de un hombre desnudo (Alfaguara) el escritor, periodista y editor español se deja llevar por la música de los recuerdos de su tierra natal (Tenerife), de sus amigos, de sus padres, de sus mujeres. No es un libro de memorias; no hay cronología de los hechos, ni confesiones, ni una reconstrucción exhaustiva y documentada de su vida. Las historias están escritas desde la fragmentación, el caos y la arbitrariedad de quien sólo es capaz de escribir de lo que le sucede y deja que ese flujo incesante ingrese libremente en la escritura. El contraste es curioso: la simpatía y el humor del autor, que se ha ganado la fama de ser siempre el bromista, el que llama la atención en una fiesta, en una charla, en una presentación, choca con su melancolía congénita. “Todos los seres humanos tenemos dos personalidades, ¿no? Y esto arranca desde mi adolescencia. Era un chico muy enfermizo, entonces tenía que hacer lo posible para que mis amigos vinieran a jugar conmigo a casa; tenía que hacerles gracias. Pero en el fondo me hago muchas preguntas. En la soledad me realizo como persona. La presencia de los demás me hace actuar”, confiesa Cruz en la entrevista con Página/12.
“Cuando estoy solo, me desnudo y soy extremadamente autocrítico, pero eso me ha ayudado muchísimo a defenderme de algunas de las dentelladas más terribles de la escritura, que tiene que ver con la vanidad”, explica el escritor. “Tengo una vanidad instantánea que se resuelve de inmediato. Escribo un libro y si alguien me dice que está bien, ya queda saciada mi vanidad. De hecho nunca abro mis libros, es como si viniera a visitarme alguien que me va a pedir cuentas. El trabajo con los escritores me ha ayudado a entender por qué son vanidosos. El artista parte de una enorme inseguridad, de un hueco real en su propia personalidad que lo lleva a tratar de encontrar razones para seguir haciendo lo que hace. En la soledad uno ve muchos fantasmas; por eso se crea y se busca compañía en el elogio.”
–¿Y la vanidad es parecida al ego?
–Sí, el ego es como un hermano menor que está siempre tratando de exigirte más. Yo acuñé una frase cuando era editor. Decía que “los escritores desayunan egos revueltos”. Nadie está libre de un ego exacerbado, aunque se debe hacer una gimnasia moral para impedir que lo domine todo. Es natural que se escriba para satisfacerlo, pero es atosigante que sea lo más persistente.
–En el libro aparecen algunos comentarios peyorativos sobre el periodismo de parte de uno de los personajes. ¿Qué piensa usted de esta mirada descalificadota hacia el oficio que suele abundar entre los escritores?
–El problema de la literatura contemporánea es que no se ha planteado todavía que la ficción no lo es todo. La no-ficción literaria es el porvenir de la literatura. En un mundo como el nuestro, en el que el hombre es tan protagonista y la realidad es tan rica y variada, y las experiencias son tan precisas para entender lo que les pasa a los otros, yo me inclino por la no-ficción.
–¿Retrato de un hombre desnudo es no-ficción literaria?
– Sí, creo que es no-ficción literaria, porque es un libro que parte de la realidad, de unos acontecimientos vividos que tienen que ver con mi país, con mi entorno, con la soledad, con la muerte, con la despedida de las personas, con el final de la alegría. La literatura que me interesa ahora es la que proviene de la poesía.
–¿Tuvo la ambición de ser poeta?
–A mí siempre me interesó la poesía, los poetas son mis maestros, más que los narradores, aunque hay algunos narradores que son mis maestros, como Onetti, Cortázar, Scott Fitzgerald. Lo que me influye es el tono poético de los autores, una música o una sintaxis. Me interesa también la escritura veloz, la forma literaria como arquitectura del libro, pero luego tiene que haber carne, sentimiento, tienes que encontrar una persona que está escribiendo.
–Por momentos parece seguir la preceptiva literaria de Fernando Vallejo, escritor que aparece en su libro.
–Vallejo es autobiográfico, poético, rabioso y veloz. Es de los grandes escritores que hay en nuestra lengua y es una pena que la gente se pierda en lo anecdótico a la hora de analizarlo.
–¿El trabajo con la sintaxis en el libro está relacionado con los movimientos del mar?
–Pues fíjese que sí. El mar fue el que inspiró este libro. Luego se metieron la enfermedad y la muerte de la escritora Dulce Chacón, que cambiaron por completo el tono. Pero en principio, escribí el libro para contarme a mí mismo cómo era el mar y qué ocurría en la mente de una persona cuando lo contemplaba, qué imagen me devolvía el mar de lo que era. Después el mar me dio otros ritmos y otras aproximaciones, aparecieron personajes como Onetti, Cabrera Infante, Vázquez Montalbán, mi madre o mi padre. Fue un libro que de pronto se constituyó en una crónica del final de la alegría, del final de la salud y de cómo el hombre se queda progresivamente solo con el tiempo.
–¿Pero este estado de ánimo no sería el de una persona más vieja, que ya pasó los 70 años?
–Sí, pero a lo mejor soy más viejo de lo que aparento. Empecé a tener este tipo de preocupaciones cuando tenía 13 años, ya estaba este temor por lo que el tiempo nos hace. A no ser que sea un autor de ficciones, siempre se escribe un libro parecido, que es la esencia, por otra parte, de la poesía. Se suele decir de los poetas que tienen una voz, pero no sé por qué los narradores no han de tener una voz, por qué se les exige que escriban un libro distinto. Creo que hay una continuidad desde mi primer libro, Crónica de la nada hecha pedazos, que lo escribí a los 19 años.
–¡Qué título que se las trae!
–Hace poco fue utilizado para describir cómo jugaba el Real Madrid (risas). En un periódico deportivo titularon: “Crónica de la nada hecha pedazos”. Ese es el origen de mi escritura y sigue siendo así.
–Ese sentimiento de derrota ante el paso del tiempo, ¿siempre sirve para escribir?, ¿es posible sostenerlo permanentemente?
–Sólo escribo cuando soy capaz de reproducir interiormente esa melancolía. Y es un sentimiento que no me lo provoco, que viene. La escritura es como una carta que uno recibe y que después pone por escrito. Cuando uno recibe la carta, está involuntariamente abriéndola. Decía César Vallejo: “Me pongo a escribir y me sale espuma”. Yo me pongo a escribir y me sale lo que me sale. A veces no hay melancolía, también puede haber rabia, como en el libro que estoy escribiendo ahora, porque creo que he confrontado algo que antes no veía: cómo contar que la vanidad humilla. No sé cómo lo voy a hacer todavía, pero me están llegando cartas íntimas acerca del tema.
–¿Por qué las evocaciones de las mujeres de su vida no están teñidas de rencor, de reproches, de un toque de malicia?
–Hay una frase de Albert Camus en El revés y el derecho: “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todos los sentimientos”. Nací en un tiempo y en un ámbito muy susceptibles de generar odio hacia los que humillaban, y yo no he tenido nunca el sentimiento del odio, sino el de la justicia. Franz Kafka decía que el momento más arriesgado del día era cuando te despertabas, porque si te levantabas de la cama odiando, el final del día sería un infierno. Y decía el Che Guevara: “Hay que endurecerse, pero nunca perder la ternura”. Estas dos frases están al principio de Crónica de la nada hecha pedazos y están en lo que sería el emblema de mi vida: cuídate del odio, cuídate de la falta de ternura.
“Leo novelas, pero me gusta más leer libros basados en las experiencias. Los escritores se ocultan demasiado; la ficción es como un velo que se ponen”, admite Cruz. “He pensado mucho últimamente en una estupidez que nos persigue, que es el papanatismo de la cultura en español”.
–¿En qué consiste ese papanatismo?
–No soy nacionalista de ningún sitio ni tampoco de la lengua, pero las generaciones de lectores en español están desaprovechando una ocasión única de asistir a la literatura que se hace en América latina. Hay demasiado énfasis puesto en lo inglés, cuando los españoles no tienen ningún espacio en el mercado anglosajón. El mundo editorial español debiera buscar la manera de divulgar mejor su propia literatura. Fernando Vallejo tiene mucha más fuerza y es mucho más interesante que todos los Ian McEwans que andan por el mundo, pero como parece que nosotros tenemos que rendirnos siempre ante la literatura extranjera, estamos perdiendo la posibilidad de divulgar la realidad latinoamericana y española a través de nuestros escritores. Héctor Tizón es extraordinario, es un Rulfo de la Argentina, pero hay que darlo con cucharaditas. La divulgación de la literatura en español es un desastre. Nosotros vivimos en este mundo, necesitamos conocerlo y defender nuestro imaginario. Tuvimos el boom, que en España fue recibido con cierto alborozo, pero después pusieron unas fronteras a la literatura latinoamericana de tal calibre que cuando llegué a la editorial Alfaguara, en el ’92, vi que los libros de Cortázar estaban arrinconados. Alguien me dijo que tendrían que traducirlos y aquello me produjo tanta rabia que organicé una campaña y empecé a publicar toda la obra de Cortázar, con una faja que decía: “Queremos tanto a Julio” y otra que decía: “Hay que leer a Cortázar”. Y es de lo que más orgulloso estoy, además de la creación de la colección Cuentos Completos, donde publicamos al propio Cortázar, a Onetti, a Julio Ramón Ribeyro. Me gustaría que se profundizara en el encuentro literario del español. Hay signos muy alarmantes de pérdida de vigor de la difusión de nuestro imaginario.
–¿Cuáles?
–Ahora se dice mucho que la gente no lee, que sólo se venden best sellers. La gente no lee porque decidió que no leer era mejor que leer, porque en las escuelas en España no hay bibliotecas escolares o están mal dotadas. La defensa del español, de la cultura o del imaginario literario se hace desde la escuela y los medios de comunicación.
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