Mar 03.10.2006
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LITERATURA › ALICIA STEIMBERG Y LOS CONSEJOS DE “APRENDER A ESCRIBIR”

“¿Cómo saber lo que pienso antes de ver lo que escribo?”

La escritora señala que en su generación “no había tanta ansiedad por publicar”, pero trata de evitar el tono de todo tiempo pasado fue mejor y prefiere los consejos prácticos: “Hay que escuchar lo que dice la cabeza y no descartar todo lo que no está en el camino recto del cuento, que generalmente se cree que no sirve”.

› Por Silvina Friera

Aunque por el balcón se filtran los rayos de sol del mediodía, en el living de Alicia Steimberg un reloj antiguo marca las cinco en punto. “Un día se detuvo y nunca lo quise arreglar”, cuenta la autora, que acaba de publicar Aprender a escribir (Aguilar). No es un decálogo para principiantes ni hay reglas a seguir para ser escritor en un mes, pese a la ansiedad que caracteriza a esta época en la que muchos desean publicar antes de tener una escritura más o menos madura. ¿Es posible aprender, o a la literatura sólo acceden los elegidos, los que han sido distinguidos con ese “don”? ¿Son escritores o escritoras quienes se autodenominan así, o también aquellos que escriben cuando pueden y guardan sus papeles hasta el día en que deciden publicarlos? Lejos de un tono académico, la ganadora del premio Planeta con Cuando digo Magdalena explica en el libro cómo se escribe un cuento o cuáles son las condiciones imprescindibles de un buen relato, como la visualidad y el carácter concreto. Y pone como ejemplo los comienzos de cuentos de Hebe Uhart, Felisberto Hernández, Jorge Luis Borges, Juan José Hernández, Isidoro Blaisten, Clarice Lispector y Joyce Carol Oates. Siempre partiendo de su propia experiencia de lectora y de escritora, con más de veinte años de coordinación de talleres literarios, da consejos entre los que se destacan “irse por las ramas” –una defensa y reivindicación de la asociación libre que “hace más variada y entretenida la escritura”– y la reescritura porque “no hay nada nuevo bajo el sol”, como dice el Eclesiastés. Además de las anécdotas que cuenta, con el humor y la gracia que la caracterizan, al final del libro hay un relato que Steimberg escribió, inspirado en un alumno suyo que no aprendía.

La escritora sirve café y empieza a mechar anécdotas repletas de ironías. “Estuve cinco años sin publicar y supongo que algunos se habrán preguntado: ‘¿Steimberg vive?’. Y está bien, porque a mí me pasa lo mismo con otros que creo que están muertos”, bromea en la entrevista con Página/12. “Nunca me puso nerviosa ser escritora. Empecé a decir soy escritora cuando tenía dos o tres libros publicados”, aclara.

–Se puede conocer cómo es el proceso de enseñanza-aprendizaje en los chicos, pero, ¿por qué no es lo mismo en el caso de los escritores?

–Las posibilidades para decir algo en una sola frase son tantas... no me animaría a decir que son infinitas, pero son muchas. Recién leía una revista muy lujosa de la ciudad de Bilbao, y casi todos los artículos tenían más palabras de las necesarias. En ficción, en cambio, verdaderamente no se sabe lo que es necesario porque es un arte. Pero sí se perciben fácilmente los errores, lo que no debe ser; ahora, por qué es tan maravilloso lo que está bien, en el fondo, no se sabe, salvo por la negativa. Creo que pude escribir este libro porque, al haber sido jurado en varios concursos, tuve oportunidad de leer muchas obras malas.

–Es de suponer que también en sus talleres...

–Sí, no es fácil hacer talleres literarios; en parte los talleristas lo tomamos como medio de vida porque nadie vive de la publicación de sus libros, excepto aquellos escritores que son publicados en el exterior. Hace un año me invitaron a un encuentro de escritoras en Guadalajara (México), y le estaba rondando a la idea de si se puede enseñar a escribir, porque supuestamente los talleres son para eso. Pero hay algo absurdo en el taller, y es que la gente no se da cuenta de la enorme cantidad de lectura que necesita y cuánto tiene que escribir para ponerse práctico, porque no se aprende de otra manera. El que asiste a un taller, al mes pregunta: “Y, ¿qué tal estoy?”. Y me acuerdo de los 20 años que estuve aprendiendo hasta que publiqué mi primer libro.

–¿Por qué hay tanta ansiedad por publicar?

–Quieren ser escritores ya y además compiten entre ellos. No estoy libre de estas cosas tampoco. Siempre hay una franja de escritores que uno considera sus pares y entre los pares hay competencia, y eso es humano y no puede ser de otra manera. Es cierto que hay una parte de ansiedad, pero hay otra en la que hay que asumir que lo que no sale hoy, saldrá mañana. Yo nunca me angustio porque algo no salga.

–Pero parecería que a su generación no le importaba tanto publicar, prefería escribir.

–Es cierto, no estábamos tan ansiosos por publicar. Pienso que era una época a lo mejor menos exitista; además se hacía un culto a la humildad. Cuando publiqué mi primer libro tenía 38 años, pero las fotos de aquella época eran de una persona mucho más joven. No sé si pensábamos que eso nos aseguraba la juventud. Yo nunca le pagué a nadie para aprender, pagué con otras cuestiones, con 20 años de vida, haciendo otras cosas que no me disgustaban, como enseñar.

Defensora de la asociación libre, Steimberg la practica en la entrevista. Le encanta irse por las ramas y vuelve, siempre a tiempo. “‘Ay, Alicia, te voy a contar algo y con esto vas a escribir un cuento’. Y estoy segura de que no voy a escribirlo porque no es así la cosa, para mí por lo menos. Es cierto que hay una idea cuando me pongo a escribir, pero también tengo la costumbre de dejar que la mano escriba sin pensar demasiado. Y entonces me voy enterando de lo que quiero y de qué temas me interesan más en cada momento. ¿Cómo puedo saber lo que pienso antes de ver lo que escribo?”, señala la escritora. “Después viene el problema de si es lo mismo hablar que escribir. Obviamente que no lo es, porque uno nunca corrige lo que habla, salvo una vez que con mucha autoridad quise decir exacto y dije exicto.”

–Usted señala como óptima la visualidad del texto, lo concreto. ¿La literatura argentina tiende a la abstracción?

–Hay algo de eso, no sé si es una tendencia, pero me parece que responde a la ignorancia y a la falta de lectura, porque uno puede pensar sus ideas con visibilidad. Claro que si el que escribe es Macedonio Fernández es otro asunto. El es un extraordinario ejemplo de que la regla de la visibilidad no es absoluta, pero que tal vez tenga que ver con el comienzo de un texto. Ahora me interesa más que nunca la visibilidad, porque revisando mis libros descubrí que todos mis comienzos eran visuales, pero también lo noté en los libros de otros. Además, si uno escribe a partir de los recuerdos, cómo no recordar la sonrisa hipócrita de mi tía Cecilia que me decía: “Ay, qué rica nena” (risas). Cuando me llevaban a la casa de ella y estábamos solos, mi tía nos decía: “Chicos, no pidan que los lleve a la calesita”, porque costaba cinco centavos. ¡No podía ser tan, tan avara! (risas) Algo le pasa al que no recuerda visualmente. No digo que todos lo que tengan esta tendencia hacia lo visual se hayan convertido en escritores, pero es un rasgo que se presenta en muchos que no están tan enfrascados en la vanidad de las palabras y de los conceptos.

–¿Por qué los que empiezan a escribir prefieren la imaginación, “yo invento todo”, en vez de utilizar el material de su propia vida?

–Habría que ver qué inventó. El personaje inventado tiene desventajas respecto del personaje recordado o conocido. El problema es que una persona se distingue por sus pequeñeces, por sus peculiaridades, y eso es lo que le da carnadura al personaje y hace que el lector entre en el juego. El año pasado fui jurado de un concurso en el que se presentaron 5 mil cuentos y, como no hubo preselección, se repartieron los textos entre los tres jurados. Leyendo un primer párrafo, te das cuenta de si tenés que seguir o no. Es como si vos leyeras un amontonamiento de palabras. Lo que era basura se podía percibir inmediatamente. Los problemas del texto malo son infinitos, porque la gente no disfruta de escribir sino de la idea de ser escritor. Entonces te cuenta todo rápido, y en el fondo no está contando nada.

–¿Cómo funciona la asociación libre en la escritura?

–Lo que pido es que se la atienda, que se escuche lo que dice la cabeza y no que descarten todo lo que no está en el camino recto del cuento, que generalmente se cree que no sirve. Es cierto lo que dice Ricardo Piglia, que en cada cuento hay dos historias que se están contando. El segundo cuento, que está más oculto y disimulado, pero que avanza con el otro, da un buen final inesperado, aunque no siempre tiene que ser así.

–¿Y cómo trabaja usted esa asociación libre, que es una marca de su estilo?

–La dejo que aparezca porque siempre me dio resultado, me pareció que era divertido que el pensamiento apareciera honestamente como es. Lo hice más en La loca 101 que en Músicos y relojeros. Me sorprendí muchas veces porque sin que buscara volver para retomar el hilo, regresaba sola porque a la vuelta de una esquina me estaba esperando algo que había dicho veinte páginas antes. Para mí La loca 101 fue un experimento en el que dejé que afloraran todas esas cosas que pasaban en la cabeza.

–Pero el peligro es que un texto se vaya por las ramas y se vuelva tedioso cuando el autor se engolosina con este recurso...

–Ojalá se engolosinaran más, porque aprenderían. Al menos se darían cuenta de que están muy lejos y tienen que volver. Además siempre se puede corregir. El problema es que hay mucha gente que no puede salir del camino recto del cuento.

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