Mar 18.10.2016
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LITERATURA › JUAN SASTURAIN Y EL VERSERO. CIEN POEMAS (1976-2016)

“Me gustan las costuras, que el trabajo esté en el poema”

El escritor y periodista señala que “muchos de estos versos fueron paridos sin red por alguien que de algún modo es otro”, pero que no quiso enmendar ni revisar nada, que “se vieran las hilachas”. Hoy presentará el libro en el C. C. de la Cooperación.

› Por Silvina Friera

“Los primeros tipos que me deslumbran y me hacen escribir poemas son Juan y Alberto Szpunberg. Y el Pelado Eduardo Romano y Juana Bignozzi.” Foto: Sandra Cartasso

El “negro” Artemis, un gato siamés de veinte años, se pasea por la mesa de la cocina con la elegancia impertérrita de un felino que parece diez años más joven. Juan Sasturain le acaricia el lomo y sonríe cuando el “negrito” decide sentarse cerca del mate y apoya sus patitas chocolate sobre El versero. Cien poemas (1976–2016), su poesía reunida publicada por Gárgola Ediciones, que presentará hoy a las 19 en el Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543) junto a Daniel Santoro, Horacio González y Lautaro Ortiz. El poeta versero –una aproximación necesaria, pero no suficiente– hace un alevoso uso funcional del poema. Juan se la banca o, mejor dicho, la rompe como poeta, aunque la sensación de sentirse un “infiltrado” en la poesía le muestre los dientes y lo amedrente un poco. Hay varios versos memorables: “La Historia se abre de piernas en la/ Plaza y de cabeza/ de cabecita/ en un parto y a los gritos/ llena la cuna de la patria”. O esa especie de poema “chino–peronista” en el que suelta poéticamente un puñado de verdades: “El tiempo es lobo del hombre/ lobo en general/ y es bueno que sople y coma, se lleve/ lo que es suyo, tenga siempre qué morder,/ nos haga olitas en el lomo,/ arrugas en la piel del río”.

En la contratapa de El versero, explica la doble y consciente significación del título que eligió. “Versero es, en el habla popular, el que hace el verso, el que utiliza cierta supuesta habilidad verbal para persuadir/ halagar/ seducir/ trampear incluso a su interlocutor con fines precisos. En ese sentido, el versero es una versión acaso degradada, pudorosa y más o menos amable o burlona del poeta, despojado de solemnidad o impostada trascendencia”. Este neologismo, confiesa Sasturain, le gusta mucho también porque versero “se puede/ debe leer y entender como el sustantivo común que denomina/ contiene/ define un conjunto, en este caso, de versos”. Lejos del poeta que enmienda la plana de sus primeros poemas, Juan prefiere que se perciban las hilachas de lo que escribió hace tiempo. “Muchos de estos versos paridos sin red en cada momento y publicados, a veces con tachaduras y curitas, juntos hoy –tarde y mal, como siempre– fueron escritos por alguien que de algún modo ya es otro. Habría que cortar, acaso. Pero el que corta suele lastimarse solo. Y nadie puede cortar(se) por lo sano. La saludable mano que corta está enferma de la misma soberbia de la que pretende deshacerse. Es decir: volveré y tendré muñones”.

Cuarenta años de escritura poética no es nada. O es mucho, según las relaciones más o menos intensas que cada quien entable con el tiempo. El único poemario que se había animado a publicar Sasturain es Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión (2005). Después siguió escribiendo libros como Nueve poemas escritos para recuperar una mujer o The carne blues, que abandonan su condición de inéditos, aunque algunos poemas fueron publicados en las páginas de este diario. “Ahora aparezco como un colado y me gastan y dicen que Perón tenía razón con los infiltrados: ‘¡Encima escribís poesía, no tenés vergüenza!’. He escrito poesía siempre, pero tuve el pudor de no publicarla”, aclara Sasturain en la entrevista con Página/12. “Que arranque con poemas del 76 tiene que ver con una decisión más racional. La primera vez que me decidí a juntar los poemas fue en los años 90. Quise hacer una antología de poemas que tuvieran que ver explícitamente con la política; la unidad de sentido de esos poemas estaba dada por los sentimientos que motivó la derrota del 76, que coincidió con mis treinta años. Una derrota de esa envergadura, un golpe tan poderoso en tu proyecto de vida, en tus ilusiones, te marca. En ese momento junté los poemas, pero recién los publiqué quince años después en Carta al sargento Kirk y otros poemas de ocasión. En esos poemas aparece una profunda autocrítica respecto de mi adhesión al peronismo. No tengo que borrar nada de aquello que escribí entonces, lo que no quiere decir que yo sea el mismo”.

–Aunque no sea estrictamente una reescritura de Leónidas Lamborghini, el poema “Aluvión” entabla un diálogo con “El solicitante descolocado”, ¿no?

–Sí, es el Lamborghini de los años 60 y 70, no es tanto el Lamborghini posterior que fue despojándose casi hasta lo gutural. El Lamborghini que he podido compartir y he sentido más cercano, como se ve en casi toda mi poesía, es un Lamborghini en que la comunicación entrecortada permanece. La vacilación de la palabra en lugar de ser previa a la escritura transcurre durante la escritura; es decir que la escritura vacila, pero no mostrás solamente el resultado, sino el camino y las costuras que juntan una palabra con otra. Me gusta lo de las costuras expuestas, que el trabajo esté en el poema mismo. “Aluvión” lo escribí en el 87, en la misma época en que escribí “Evita, de evitar”; en términos políticos biográficos es la víspera de mi salida del peronismo. Yo me fui del peronismo tardíamente con el indulto, después de haberme tragado unos sapos de todos los tamaños posibles. Los años previos al indulto fueron años de militancia y apuesta, después de la derrota electoral con (Raúl) Alfonsín hasta la derrota política con (Carlos) Menem, a quien votamos por disciplina partidaria.

–En la zona del libro titulada “Variaciones/ Apropiaciones”, empieza con un poema a Cesare Pavese. ¿Qué significó Pavese para usted?

–Pavese hoy en día es poco leído y comentado, pero en Argentina tuvo un apogeo prematuro. Pavese estaba todo traducido en los 60 por las editoriales de izquierda. “Los mares del sur”, por ejemplo, es un poema emblemático que ha tenido una profunda influencia no sólo por su contenido narrativo, sino por la respiración; es un texto eminentemente poético, pero las marcas de lo poético están muy atenuadas. Pavese, en el fondo, es un sensible y un derrotado. Sus poemas de amor son muy hermosos. Como los grandes poetas, es autor de grandes versos: “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos” vale por varios libros. Un gran poeta es autor de grandes versos.

–En “Los dientes del tiempo” incluye versos de Victor Segalen. ¿Cómo llegó al poeta francés?

–Yo no lo conocía, pero un día fui al estudio de Daniel Santoro y leí: “Si el tiempo perdona la obra, ataca al obrero”. ¡Qué buena frase!, ¿qué es eso? Y me contó que Victor Segalen era un poeta francés que había ido a China a principios del siglo XX, a trabajar, a construir puentes, y descubrió la cultura china y escribió poemas, siempre en francés, impactado por el descubrimiento de valores diferentes de los occidentales. Hay un libro que se llama Estelas; las estelas son una especie de monolitos de piedra con inscripciones que están a lo largo de la Muralla China; son mensajes al viajero que tenían que ver con la orientación, pero también con lo entreverado y lo espiritual. Entonces Segalen le puso Estelas a su libro con ese concepto de textos orientadores y reflexivos. Uno de esos poemas se llama “A los diez mil años”, de donde está extraído ese verso. La cultura china tiene conciencia del tiempo y la verdad es el transcurrir y no tratar de fijar una definición, sino que la metafísica consiste en la percepción y la entrega al devenir. En la arquitectura china construyen con materiales no resistentes al tiempo, no pretendiendo superarlo sino como quien lo alimenta. Nosotros somos alimento del tiempo: el tiempo nos ilumina, nos muestra y después nos come y nos devuelve al devenir.

–Otro gran poema es “Acerca del Estado de los Cantos”, variaciones sobre un tema de Pound, un poeta muy vilipendiado y poco leído por su adhesión al fascismo.

–Sí, pero Pound es de los más grandes poetas del siglo XX. Además, es un gran poeta anticapitalista. Su adhesión políticamente incorrecta a (Benito) Mussolini tuvo que ver con encontrar un enemigo que derrote a la sociedad perversa, a la perversión de la usura, que él describió con tanta pasión y precisión. En ese sentido, lo amamos al viejo loco.

–Llama la atención que hay varios poemas que tienen una adjetivación vallejiana. ¿Qué influencia ha tenido César Vallejo?

–En “La nalga maltratada” empiezo: “Si la nalga cae –digo, es un decir–…” es el comienzo de “España aparta de mí este cáliz”. Vallejo es el poeta que no se puede soslayar. Aunque parezca raro, hasta fines de los años 50, no tuvo la llegada profunda que se mereció. Tal vez la razón es poética y política también. Aunque Vallejo era un hombre de izquierda, la izquierda argentina se mantuvo ortodoxamente alineada con el PC; entonces el poeta siempre fue (Pablo) Neruda. Entre los nuestros (Raúl González) Tuñón tiene cositas de Neruda y por suerte algunas cositas maravillosas que son de Raúl. Pero en Tuñón no está Vallejo. Cuando Juan (Gelman) publicó Violín y otras cuestiones, el prólogo de Tuñón es la bendición del padre poético y del padre partidario. Pero en el prólogo, Tuñón no ve a Vallejo en Gelman. Juan le abrió la puerta a Vallejo y entramos todos por ahí. Esos horriblemente titulados Poemas humanos de Vallejo son un monumento de la poesía; con Residencia en la tierra y los poemas de Vallejo le pusimos la tapa a los gallegos por dos siglos. Vallejo ha sido muy fuerte para todos nosotros, vía Gelman. Los primeros tipos que me deslumbran y me hacen escribir poemas son Juan y (Alberto) Szpunberg. Y el “pelado” Eduardo Romano y Juana Bignozzi. También los poetas conversacionales del grupo Zona: Noé Jitrik, César Fernández Moreno, el primer Paco Urondo, el que venía de Poesía Buenos Aires. Uno lee Cólera buey y te caés de culo: está todo ahí.

–¿Cómo se lleva con Borges poeta?

–Amo profundamente al Borges poeta. Pese a que pertenezco al campo de la militancia popular o populista, jamás pudimos aceptar quedarnos sin el maestro. ¿Por qué se lo vamos a regalar a la derecha? Es como la envidia que ellos tienen de Evita, ¿no? La izquierda siempre piensa: “¡cómo estos putos tienen a Evita y no la tenemos nosotros!”. No tenemos que permitir que a Borges se lo quede la derecha. Tenemos que ser capaces de trascender dicotomías tan imbéciles. En los 50 y 60 los textos canónicos eran (Juan José) Hernández Arregui y (Jorge) Abelardo Ramos, que tenían cuestiones interesantes desde lo cultural, pero eran absolutamente sectarios y cuadrados; cosa que no tenía (Arturo) Jauretche, que era mucho más perspicaz e inteligente.

–Jauretche, que era lector de Borges, le pidió que le prologara su poema gauchesco “Paso de los libres” y Borges lo hizo.

–El prólogo de Borges a “Paso de los libres” es muy lindo. Hace poco me regaló la primera edición Lili (Liliana Escliar, la compañera de Juan). Yo lo tenía, pero se la regalé a Jorge Rivera en un acto de amor… Podemos definir la historia de nuestro país para después alinearnos políticamente y tomar decisiones sobre la dependencia y el papel del liberalismo versus una mayor autonomía. Pero hasta ahí, después sentémonos a leer…

–La literatura es otro cantar, ¿no?

–Es un cantar contaminado y cruzado por todos los vientos, pero tiene su especificidad maravillosa que no le vamos a regalar a ningún idiota.

–¿Por qué tiene varios sonetos en “El versero”? ¿Qué le interesa de esa forma?

–Los sonetos los usé para la poesía bien de ocasión. Se murió (Emilio Eduardo) Massera y escribí un epitafio en forma de soneto. También son sonetos los dedicados a (Jorge Rafael) Videla y (José Alfredo) Martínez de Hoz. Hace poco Marcelo Cohen me recordaba el elogio que hace T.S. Eliot de Rudyard Kipling. Como en el caso de Pound, Kipling fue maltratado por la inmediata posteridad por su colonialismo virulento. Pero Kipling es un muy buen poeta. También podemos pensar en la poesía ocasional de Francisco de Quevedo. El verso que Borges siempre citaba: “Su epitafio la sangrienta luna” es de un poema de Quevedo dedicado a uno de los benefactores que tenía. Era un poema de circunstancia y el verso se sostenía solito.

–¿Cómo fue evolucionando la escritura de sus poemas?

–La lectura me amplió el horizonte de escritura. El tiempo me ha dado cierta dosis de impunidad para escribir poemas que se van a publicar al día siguiente. Lo cual no es bueno ni es malo, es algo que pasó. Si hay poemas que tardaron veinte años en publicarse, algunos tardaron cinco horas, con todo lo bueno y lo malo que puede tener. Si la poesía siempre ha exigido un alto grado de cuidado, me acostumbré a trabajar como un payador.

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