LITERATURA › HOY SE PUBLICA EN 30 PAISES Y 15 IDIOMAS “PETER PAN DE ROJO ESCARLATA”
La novelista británica Geraldine McCaughrean escribió la segunda parte del clásico de Barrie. Best-seller garantizado, respeta el espíritu del original, aunque muchos sostienen que el personaje del niño volador que no quería crecer no necesitaba una continuación.
› Por Silvina Friera
“No pienso irme a la cama.” Así empieza Peter Pan de rojo escarlata (Alfaguara), la segunda parte oficial del clásico del escritor escocés James Matthew Barrie (ver aparte) que se lanza hoy mundialmente en 30 países y en 15 idiomas. La frase parecería referir al capricho de un niño que se niega a dormir, pero le dice John, uno de los hermanos de Wendy, que al final de la versión original era un hombre de barba al que nunca se le ocurre ninguna historia que contar a sus hijos. La novelista británica Geraldine McCaughrean (ver aparte) comienza la historia con los personajes creados por Barrie, los ex Niños Perdidos ahora adultos. Excepto Peter, claro. El problema es que por las noches sueñan con el País de Nunca Jamás y cuando despiertan descubren objetos en sus camas: dagas o rollos de cuerda, un montón de hojas o un garfio. En un conciliábulo de caballeros, los gemelos Nibs y Curly, el ahora barón Slighty y el juez Tootles deciden consultar a Wendy. Ella propone regresar al País al que volaron cuando eran niños el sábado 6 de junio.
Cuando se cumplieron 100 años de la creación de Peter Pan, en 2004, el Hospital Infantil Great Ormond Street (institución que por voluntad de Barrie recibe las regalías por un plazo de setenta años de todos los libros, realizaciones fílmicas, representaciones de la obra y productos relacionados con Peter Pan) decidió autorizar, por primera vez, una segunda parte del clásico. Se organizó un concurso para encontrar, entre autores de todo el mundo, a alguien que escribiera una continuación de las aventuras. Con un esquema de la trama y un capítulo a modo de muestra, Geraldine McCaughrean fue la escritora premiada. La segunda parte, entonces, arranca con los preparativos de este viaje que les acelera el corazón con sólo pensar que van a volver a encontrarse con ese amigo que dejaron atrás hace muchos años, que oirán el trino del Pájaro de Nunca Jamás o verán a Campanita. Pero las tareas pendientes son muchas y nada sencillas: recordar cómo se volaba, encontrar polvillo de hada y pensar excusas para sus familiares. McCaughrean preserva el espíritu del original –quizá sea demasiado respetuosa, aunque resulta entendible por el peso de la figura de Barrie y de Peter Pan– y despliega una cadena de aventuras que se van enlazando, siempre bajo el mandato del viaje (viaje al País de Nunca Jamás, a la infancia, al Mar de las mil Islas), porque “explorar es tarea de héroes” y hay que vivir todo lo que sea necesario hasta dar con el tesoro de Garfio, que contiene el deseo más valioso de aquel que lo busca.
En las primeras páginas aparece Luciérnaga de Fuego, el equivalente de Campanita (aunque muy lejos de esa pequeña de tan mal genio, que tenía un modo grosero de contestar), un hada que en realidad es un chico o un duendecillo y que ayuda a los personajes a volar. Pero el País de Nunca Jamás es absolutamente distinto al que ellos recordaban o añoraban: la luz del sol es más tenue y pálida, las sombras más alargadas y los árboles dorados, naranjas y rojos escarlata se agitan y sueltan una lluvia de hojas secas. No oyen el canto de los pájaros y a pesar de lo que les había dicho Peter, la que había sido la casita de Wendy tiene las ventanas cerradas. “¡Yo, en cambio, nunca he cerrado la ventana de mi habitación, ni en verano ni en invierno! ¡Nunca desde que volví del País de Nunca Jamás!”, protesta, indignada, Wendy, uno de los personajes que más trabajó y matizó la escritora inglesa. La Wendy de la segunda parte tiene más carácter, es mucho más feminista que el prototipo ideado por Barrie y no está tan pendiente de Peter. Incluso se anima a cuestionarlo y a decirle que es un “crío egoísta”.
El reencuentro no es como lo imaginaban, y está bien que así sea, porque siempre hay una distancia insalvable entre el recuerdo y la realidad de quien es recordado. Peter no los reconoce, se muestra un tanto indiferente a la visita del grupo, mantiene intacta su vanidad (“soy maravillosamente inteligente”, dice), está mucho más malhumorado que de costumbre, hace comentarios machistas (“las chicas no servían para nada”) y se va obsesionado cada vez más con el capitán Garfio, pese a que está muerto. Cuando le preguntan dónde está Campanita, primero contesta que se había escapado y después que la había convertido en una avispa para castigarla por su mal genio.
Pero en el transcurso de las aventuras que irán viviendo los miembros de la liga de Peter Pan –todos tuvieron que jurar que no iban a crecer–, se irán limando las asperezas iniciales. La fidelidad al escenario, a los personajes y al espíritu de Barrie quedan en el trasfondo de algo que se torna más que evidente: un tufillo Harry Potter por los recursos a los que apela permanentemente la autora para “resolver” esta continuación. La casita de Wendy se convierte en un vagón del Transigobiano Express, en el periplo tropiezan con el circo Ravello (“odio a los payasos”, dice Peter, “no hay manera de saber en qué están pensando”); consiguen que se una a la causa de la liga de Peter Pan el domador del circo, Ravello, “el hombre deshilachado”, se suben al barco Jolly Roger –rebautizado, en un arrebato imperial, Jolly Peter– y resucita el temible Capitán Garfio, ese pirata que donde lo dejó Barrie, estaba muerto en el interior de un cocodrilo.
“Me gusta estar en compañía de exploradores”, decía Barrie y McCaughrean utiliza esta cita a modo de epígrafe en Peter Pan de rojo rojo escarlata. Es cierto que el regreso de estos exploradores no decepciona, que son una compañía grata para los lectores que se sumerjan en las páginas de libro, que la atmósfera se parece, que el humor, la ironía y la melancolía se prolongan de un libro a otro al punto de causar, por momentos, la impresión de que se está leyendo dos historias escritas por el mismo autor. Pero así como hay personajes que se resisten a crecer, hay historias que por más honrosas segundas partes que se escriban, se resisten a continuar. La fórmula colorín, colorado, no es válida en el caso de Peter Pan. No sólo porque esta continuación tiene chapa de ser un best-seller garantizado, con ediciones rápidamente agotadas, y quién sabe si no vendrá una tercera saga de Pan, además de los films que puedan realizarse aprovechando el fenómeno. La cuestión es literaria y también afectiva: Barrie dejó una ventana abierta que nunca se cerrará. “Y así será siempre, mientras los niños sean alegres, inocentes e insensatos.”
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