LITERATURA › ENCUENTRO ARGENTINO DE GENERO FANTASTICO
Escritores y especialistas se dieron cita para aportarle al género nuevas miradas.
› Por Facundo García
Los fines de semana, la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA mete un poco de miedo. Hay quien explica ese efecto aludiendo a los ecos que pululan por pasillos deshabitados y aulas. Otros aseguran que es la presencia de las ventanas más altas del edificio la que trae ese aire tenebroso: después de todo, los estudiantes cuentan que desde ahí se ha tirado más de un suicida. Sin embargo, no hay nada en esa casa de estudios que sea más peligroso que los Falsos Creadores de Novelas. El contacto con ellos puede hacer ingresar a la víctima en una perorata sobre textos inexistentes, cuyo único antídoto es la presencia de un escritor. Es de agradecer que el sábado pasado la Fundación Ciudad de Arena haya organizado el Cuarto Encuentro Argentino de Género Fantástico. Escritores y especialistas se dieron cita para dedicar el día a la imaginación, y debatieron sobre el futuro en el “Café de lo que vendrá 2006”. Estuvieron presentes Claudio Sánchez, Carlos Gardini, Elsa Drucaroff y Alberto Laiseca, entre otros paladines del género. Los urdidores de falsas obras, en consecuencia, anduvieron bastante silenciosos.
A las dos y cuarto de la tarde el docente y escritor Claudio Sánchez inició las conferencias públicas con “La física en Futurama”, una visita a la creación de Matt Groening desde el punto de vista de la ciencia. Durante la charla hubo tiempo para detenerse en los innumerables guiños que tiene la serie animada, desde problemas de astrofísica ocultos en los paisajes hasta homenajes a figuras de la matemática. “Alguien le preguntó una vez a Ken Keeler por qué había decidido trabajar en los guiones de Futurama después de haberse recibido de matemático con honores en Harvard. El respondió que, justamente, no encontraba un uso más divertido de lo que sabía que meter bromas ‘científicas’ en los dibujos animados”, bromeó Sánchez. Después fue el turno de Elsa Drucaroff y Carlos Gardini, que dieron, cada uno a su turno, su visión sobre el proceso que conduce a la “Construcción de mundos imaginarios”. Drucaroff, autora de El infierno prometido, comenzó dando algunas precisiones sobre su método de invención, y aprovechó para reivindicar a los géneros como maquinarias que colaboran con el trabajo del literato. “Toda literatura es ficcional, ya se refiera a la guerra gaucha o a mundos completamente ideales”, aseguró. Cuando comenzó a referirse a su forma de construir verosimilitud a partir de las ideas que expresó Barthes en El efecto de lo real, un borracho entró en la sala con un vaso de sangría en la mano y empezó a increpar al auditorio. Después de algunos manotazos, la exposición de Drucaroff se completó, mientras el “visitante” era conducido hasta la puerta.
Gardini debió emprender el fantástico esfuerzo de imponer su voz por sobre los tangos que cantaba el borracho desde afuera del aula. El autor de Mi cerebro animal relató algunas detalles de su propio método de creación de mundos: “En los primeros tramos, uno hace muchas descripciones que después no van a entrar. La idea, al final de este proceso, es que las cosas funcionen con naturalidad, no necesariamente con realismo”, sentenció. Gardini se refirió asimismo al problema de la verosimilitud recordando a Salambó, de Flaubert. Cuando se publicó por primera vez, la obra fue acusada de “mentirosa” por un arqueólogo, ante lo que el ilustre francés replicó: “La verdad es que me resulta raro, un hombre tan serio como usted leyendo novelas”.
Para entonces las cosas estaban mucho más tranquilas. En el pasillo, Alberto Laiseca fumaba y miraba con ternura a la pequeña hija de una escritora. “¿Sabés lo que hago yo con las nenas como vos?”, dijo. Los que estaban cerca contuvieron la respiración. El gigante siguió: “Me las como, ¡¡jajaja!!”. La nena se escondió detrás de su mamá, que sonreía nerviosa. Laiseca tuvo que dedicar los siguientes treinta segundos a explicarle a la chica que en realidad era un “ogro bueno”; pero ella no quedó muy convencida. Luego, el autor de El jardín de las máquinas parlantes se quejó varias veces por el cierre del Centro Cultural Brandon, donde tenía planeados algunos recitales en los que contaría sus historias. “Y bueno, Alberto. Es como dice Willy Polvorón: la vida es una sucesión de asados”, le comentó alguien insólitamente. Laiseca afiló los ojos y contestó con su vozarrón: “¿Sabés lo que pasa, viejito? Que en esos asados a veces te comen a vos”. Minutos más tarde se sentó frente al auditorio y aclaró que el vaso con líquido ambarino que llevaba desde hacía rato era en realidad Coca-Cola amarilla, un nuevo producto que, de acuerdo con su versión, la multinacional prepara sólo para él.
Laiseca hizo un breve homenaje a la revista Más Allá. “Para mí fue la revista más genia, loco. Fueron cuarenta y ocho números. Dos años en los que muchos de los que creíamos que había vida en Venus y Marte pudimos seguir entusiasmándonos. Un día un tipo dijo que en Venus había por lo menos doscientos grados de temperatura. Lo odiamos todos. ¡Contradecía nuestros deseos!”, recordó. El cuento elegido para compartir con los presentes fue “Los jueces”, una obra escrita por William Morrison. No hubo mosca que se atreviera a zumbar por sobre la narración sazonada de alaridos espeluznantes que Laiseca fue construyendo, ayudado por generosas dosis de su “gaseosa” amarilla.
La última actividad fue el “Café de lo que vendrá”. En el subsuelo de la facultad, decenas de escritores, estudiantes, críticos y aficionados se reunieron para avizorar el país que tendremos en 2033, cuando se cumplan cincuenta años ininterrumpidos de democracia. El objetivo para el año que viene es lograr que “Argentina 2033” se convierta en un proyecto nacional para que en las escuelas de todas las provincias se discuta, a partir de textos ficcionales, cómo construir una sociedad distinta.
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