LITERATURA › ENTREVISTA AL NOVELISTA HORACIO VAZQUEZ-RIAL
El escritor argentino residente en España presenta su novela El camino del norte, ganadora del premio Norma, sobre la historia de un ex militante en busca de un amor de juventud.
› Por Silvina Friera
El shock de regresar a Buenos Aires, y con el premio de novela Norma debajo del brazo por El camino del norte, lo dejó afónico. Horacio Vázquez-Rial abre la puerta del departamento de la calle Solís, pide disculpas por el desorden y promete hablar lo más alto que pueda, aunque la voz va y viene como si estuviera buscando acomodarse en algún sitio. “Siempre es emocionalmente fuerte volver a la Argentina. En esta casa están los primeros libros que leí en mi vida”, aclara mientras prepara café. “Sé que aquí hablo como español, pero allá nadie tiene la menor duda nunca de que soy argentino.” En una de las paredes hay una foto retrato restaurada, en blanco y negro, de la madre y el padre de uno de sus tatarabuelos, que es de 1860. El teléfono suena y el escritor arregla para cenar con un amigo en el primer piso de un restaurante cercano a la calle Corrientes, que tiene habilitado un sector para fumadores. “Está bien que se respete el derecho de los no fumadores, pero también respeten el mío”, se queja, y enciende el primer cigarrillo rubio. Vázquez-Rial vive entre Madrid y Barcelona desde noviembre de 1974. “Me fui por López Rega; un día me llamó un amigo mío, hijo de un general, y me dijo: ‘Tenés que irte ahora’. Le hice caso y una semana después apareció gente en la casa en la que vivía, que se identificó como coordinación federal –cuenta el escritor en la entrevista con Página/12–. Vine en el ’86 por primera vez, pero fue un viaje tremendo, demoledor, y después caí en una depresión terrible durante casi un año.”
En los años ’70, además de empezar las carreras de Medicina y de Sociología, Vázquez-Rial militaba en el ERP 22 de Agosto. “De mi grupo quedamos sólo dos vivos. Después de la muerte de Santucho, era evidente que no se podía esperar un éxito y que lo que había que hacer era sobrevivir.” En El camino del norte, Kramer es un médico y ex militante de una organización armada que intenta recuperar un amor de juventud, su prima Lucinda, justo en medio del tembladeral de diciembre del 2001. El escritor señala que no todas sus ficciones transcurren en la Argentina, pero algunas de las centrales sí, como Frontera sur o La capital del olvido, una novela negra sobre el tráfico de bebés durante la dictadura. Kramer y Bruno, los protagonistas de El camino del norte, vienen de esta historia. “Mi idea fue contar la vuelta a la vida de Kramer y, por otra parte, aprovechar el escenario de la caída de De la Rúa, esos días en que no hubo gobierno y el dinero no tenía valor”, explica el autor.
El escritor llegó días después de la caída de De la Rúa para hacer unos reportajes que terminaron publicados en el libro El enigma argentino cifrado para españoles. “Pero desgraciadamente me perdí el momento mismo de la caída, que en la novela está contado a partir de lo que me dijeron mi hermano y mi madre. Ellos estaban viendo desde el balcón pasar a la gente y de pronto decidieron bajar y sumarse y llegaron hasta Plaza de Mayo. Esto me hace acordar mucho a la escena final de El siglo de las luces, de Carpentier. Cuando Sofía, el 2 de mayo, en la rebelión de Madrid, frente a los franceses, simplemente se lanza a la calle con la gente, y ahí se termina la historia y no se sabe más qué pasa con ella.” Vázquez–Rial admite que en todas sus novelas hay muy poca participación de la voz narradora. “Cada vez tiendo más a delegar el relato de la historia en los personajes. El resultado me parece mucho más vivo y más intenso, y se lee mejor y con más fluidez.”
–¿Kramer está inspirado en algún militante que usted conoció?
–Sí, fue médico cirujano, un militante de Montoneros que desapareció justo en la transición entre el gobierno de Isabel y la dictadura. Mucha gente creyó que después del ’83 reaparecerían militantes que estaban en la clandestinidad. Me pasó de encontrarme con alguien que me decía que vio a fulanito hace poco y fulanito figuraba en la lista de desaparecidos. No podía haberlo visto nunca. Han quedado cosas en suspenso y creo que ése es el efecto terrible de la figura del desaparecido. Un muerto es un muerto, con nombre y apellido: hacés el duelo y pasás a otra cosa. El desaparecido está envuelto en una bruma y por eso nunca se puede completar el duelo. Para mí la mejor película sobre el tema de la represión es Kamchatka, precisamente porque los milicos no aparecen, pero están ahí, aunque no los vemos. La figura de la amenaza no aparece nunca y creo que fue realmente así como se vivió, porque si alguna vez los veías era porque te mataban, no había vuelta atrás. Es el mejor relato que se hizo hasta ahora; salí destrozado del cine, pero al mismo tiempo feliz de que alguien hubiera podido contar con tanta sabiduría y claridad psicológica cómo operaba el terror.
–¿El camino del norte podría ser entendida como una novela que refleja las secuelas que dejó la dictadura?
–Sí, sin duda, destrozó vidas, rompió familias y destinos. En mi caso, curiosamente, digo siempre que tuve la beca López Rega y otros tuvieron la beca Videla porque, al obligarnos a irnos, terminamos haciendo vida universitaria (soy doctor en Geografía e Historia), que a lo mejor no hubiéramos hecho nunca en la Argentina.
“Lo que buscamos todos es ser queridos –plantea el escritor–. Hay un momento en que uno se baja del caballo de la revolución, de cambiar el mundo, y sólo quiere que lo quieran. La revolución la dejo para mañana, si ahora hay una mina que me quiere.” Vázquez-Rial sostiene que con la edad todos tienden a volverse más conservadores. “Buñuel cuenta en sus memorias que cuando perdió el deseo sexual, empezó a vivir mucho más tranquilo, con mucho menos problemas.”
–¿La palabra revolución también se fue volviendo conservadora con el tiempo?
–Sí, la revolución es aquello que marcó nuestras vidas, pero de la que nos fuimos alejando felizmente, porque es posible que con un progreso más lento se puedan conseguir muchas más cosas que de un día para el otro. La revolución implica instaurar necesariamente una dictadura. ¿Querés tomar el poder? Preparate: hay que matar al zar y a toda su familia, hasta el bebé del zar, y hay que encontrar al compañero que se anime y mate al bebé. Tenés que tener monstruos en tu propio equipo porque va a haber mucha tarea sucia, y vas a tener que ser un dictador y fusilar gente. De esto parece que no nos dimos cuenta. Pensábamos que todo iba a ser un canto a la vida.
–Kramer, mientras hace un racconto de su pasado en los ’70, cuenta que hacía “una serie de cosas irracionales, injustificadas y a veces criminales a las que llamaba militancia”. ¿Coincide con esa definición de la militancia?
–Sí, estoy convencido de eso (se queda pensando varios segundos). Matamos gente, más o menos entre 2000 y 2500, entre ERP y Montoneros. Yo llevaba siempre un revólver pequeño encima porque lo que sabía, lo que tenía claro, porque ya había habido otras experiencias, es que era preferible que te mataran. Lo llevaba no para defenderme, sino para justificar que me mataran, porque la tortura era infinitamente peor. Y convivíamos con eso con naturalidad. Visto desde hoy, todo esto a mí me aterra. ¡Qué pelotudo insigne, jugando con la abstracción pura!
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