LITERATURA › JORGE BOCCANERA, UN POETA QUE NADA SABE DE FRONTERAS
La edición de dos antologías, Servicios de insomnio y Marimba, permite asomarse al universo de un poeta admirado por Juan Gelman y José Saramago. Nacido en una ciudad portuaria que dejó su marca, Boccanera rescata el valor de la migración perpetua: “El viaje implica desplazamientos, pero cuando uno llega a un lugar se termina el movimiento.”
› Por Silvina Friera
Las modas poéticas no lo afectaron ni le importan demasiado. No es que desmerezca o no admita esa red de influencias inevitables, sino que con más de treinta años de oficio, sus versos lograron trascender, con “sana insolencia”, las vanguardias efímeras y las consignas rígidas, adoptando una gran libertad formal. Su itinerario poético y vital sigue funcionando como una gran procesadora que mezcla las distintas experiencias estéticas y produce un estilo tan personal que, según escribe Juan Gelman, consigue que su poesía no se parezca a la de nadie (ver aparte). Jorge Boccanera acaba de editar dos antologías: Marimba (Colihue) y Servicios de insomnio (Colecciones Visor de Poesía), una selección de su obra que incluye poemas del primer libro que publicó, Los espantapájaros suicidas (1973), hasta el último, Bestias en un hotel de paso (2001), varios inéditos y las letras de las canciones que compuso para Alejandro del Prado y Raúl Carnota, entre otros. Dice que no le gusta hacer un balance, porque la palabra tiene algo de “cosa concluida” que va en contra de la naturaleza de este poeta que nació en Ingeniero White (Bahía Blanca), una ciudad portuaria en la que respiró esa atmósfera que dejan los pescadores, los marineros, las prostitutas y todo ese puñado de gente que se desplaza por el mundo “con su errancia a cuestas”.
“No hay espacios vacíos en la poesía de Jorge Boccanera”, escribió nada menos que el Premio Nobel de Literatura José Saramago. “Cada palabra extiende la mano hacia la siguiente, la agarra con firmeza de modo que la intensidad del sentido se ve duplicada.” Boccanera prefiere que estas dos antologías sean leídas como diarios de un largo viaje. “Ahí están las distintas obsesiones y miradas sobre el mundo, los ‘comentarios’ de un viaje que empecé hace muchos años. La poesía tiene un poco ese jadeo del viaje”, señala en la entrevista con Página/12.
–Entre sus libros, Sordomuda parece ser un punto de inflexión en cuanto a sus búsquedas. ¿Lo siente así, a la distancia?
–Es un punto de intensidad y de búsqueda. A mí se me cataloga como un poeta “muy de Buenos Aires” y cargo con toda esa urbanidad, pero sin embargo puedo ser a la vez un habitante de esta ciudad y extrañarme en otro tipo de geografías, de sonidos, de olores. A mí me gusta dejarme construir por lo diferente, ir a lo diferente y hacia el enigma. Para mí es fundamental el tema del viaje, la cuestión de explorar, de saber cuándo uno sale, aunque nunca sepa a dónde se llega. Un maestro mío, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, al que le dediqué el ensayo Sólo venimos a soñar, un gran escritor ajeno a las vidrieras y a los escaparates, decía: “Navegar me fascina, no la llegada a puerto alguno”.
–¿Entonces el oficio del poeta es un “estar en tránsito”?
–Sí, porque el viaje implica desplazamientos, pero cuando uno llega a un lugar se termina el movimiento. Creo que Peter Handke decía que él había visto a muchas personas que andaban por la vida sin destino, pero encontraban en ese modo de estar su felicidad. Los que nacimos en un puerto tenemos incorporado el tema del viaje. Me crié en un lugar con gente de paso, con forasteros, estibadores, camioneros. Mi abuelo tenía una peluquería muy grande, así que todos pasaban por el espejo de mi abuelo, y yo me acuerdo que miraba esas caras en el espejo como si juntara figuritas. Yo me formé con las historietas de Oesterheld, pero también me marcaron las historias que veía en esa gente de paso, sus silencios, los hombres acodados en los mostradores de los bares con una nostalgia muy pesada. Y creía que estaba leyendo esas nostalgias. Las mismas historietas que leía de chico las estaba leyendo en las caras de la gente.
–¿Por qué eligió como modo de leer esas historias la poesía y no la narrativa?
–No sé... porque se dio una manera de condensar el sentido, de simbolizar, que tiene ver con una respiración y una música interior; es como un animal que uno tiene adentro, que si está vivo respira de esa manera. Uno intenta hacer hablar al poema, lo escribe y lo escribe hasta que el poema habla y uno tiene que callarse. Yo parto de una idea, pero lo que viene de vuelta no es esa idea, es una imagen, una paradoja, un choque de contrarios muy fuerte.
–¿Por qué en varios poemas aparecen con frecuencia, y con mucha fuerza, dos adjetivos: oxidado y tatuado?
–Puede ser que sea la marca del tiempo. Quizá lo de tatuado tenga que ver con algo que dijo Cardoza y Aragón: “Yo no escribo sobre papel, estoy tatuando”. Lo que uno escribe se lo está marcando a fuego en el cuerpo. No es que te lo sacás y te liberás de eso. No sé mucho más qué decir porque soy un autor que no me leo mucho, no me frecuento (risas).
–Pero el uso de “oxidado”, ¿estaría aludiendo a una de las paradojas del oficio, que las palabras que sirven para nombrar también se gastan?
–Sí, puede ser, es cierto que hay palabras que pueden estar gastadas pero sirven para ciertas construcciones. En cambio otras hay que buscarlas en el armado del poema. Hay gente que cree que existe un lenguaje poético a priori, un problema que se da especialmente en muchos talleres literarios en los que se escribe la idea y no el poema, o se abusa de palabras que supuestamente aluden a un éxtasis poético.
En un breve poema, Del oficio de la poesía, Boccanera escribió: “Hay que incendiar a la poesía y cantar luego con las cenizas útiles”. El poeta explica que en muchos de sus libros aparece la poesía como personaje. “La poesía es uno de los temas de la poesía, pero en mi caso mezclo lo conceptual con situaciones y con personajes. Quizá mi poesía está más cerca del teatro que de lo conceptual, porque tiene una textura, escenas y mucho de la historieta. En Sordomuda, el poeta está atado espalda con espalda a la poesía, rodeado de centinelas –ejemplifica Boccanera–. La poesía aparece como un personaje real y a través de eso marco lo que quiero decir, que casi siempre gira en torno de la imposibilidad del poeta.”
–¿Y cómo digiere usted esa imposibilidad?
–Trato de ver hasta dónde llego. Hay muchas teorías del fracaso... que la poesía no se termina, sino que se abandona. Se termina en el momento en que se dibuja el enigma que se redondea en el poema. El poeta es como un tipo que va cargando un collar de preguntas. En esa incertidumbre, en ese preguntar constante, está señalando una serie de cuestiones que de otra manera no se podrían nombrar. La poesía no tiene que ser pesimista ni optimista. Lo que debe tener, verdaderamente, es intensidad, hondura.
–¿Y por qué se confunde esta hondura con lo hermético?
–Hay un prejuicio frente a la poesía: se le pide que sea digerible, y no creo que tenga que ser así. La poesía, aun la más hermética, plantea un montón de lecturas, de puertas, de situaciones líricas para el lector. La poesía no se mide por los circuitos comerciales, está dando vuelta en el lenguaje, en las canciones, en el habla popular. Me parece que circula por muchos lugares.
Boccanera confiesa que no sabe qué se vende en este país, pero opina que los buenos poetas, con mayor o menor esfuerzo y dificultades, consiguen publicar. “No sé si es bueno publicar un libro de poesía a los 15 años o si es mejor empezar a trabajar y esperar. ¿Graduarse de poeta es publicar un libro? La poesía va más allá de la publicación.”
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