LITERATURA › ENCUENTRO DE POETAS EN LA HISTORICA ESTANCIA LOS TALAS
Fundada en 1824, Los Talas atesora una biblioteca única, con más de 50.000 volúmenes, entre ellos incunables de Quevedo, Garcilaso y Góngora, más las cartas personales de Alberdi. Allí donde Esteban Echeverría escribió El matadero se reunieron Jorge Boccanera, Laura Yasán, Roberto Díaz y otros poetas argentinos con el español Juan Barja.
› Por Silvina Friera
A veinte kilómetros de Luján, por la ruta 47, en dirección a Navarro, las vacas pastan y se mueven en cámara lenta. Como si fueran juguetes de colección, exhibidos en las vitrinas del horizonte, van y vienen hombres montados en sus caballos. El paisaje es apacible, placentero, relajado. “Estamos en el medio del campo”, dice un poeta con un tono eufórico, y se adivina el alivio que siente por escapar, aunque más no sea por un par de horas, de los ruidos agresivos de la ciudad. La combi está llegando a la estancia Los Talas. Fundada en 1824, tiene una biblioteca en la que se conservan códices medievales del siglo XIII, incunables, ediciones únicas y miles de ejemplares anteriores al 1800 (entre otras reliquias), además del archivo de Juan Bautista Alberdi, compuesto por 7500 cartas, algunos manuscritos de sus obras y otros documentos de valor histórico incalculable. El chofer cruza la tranquera blanca de la entrada y recorre los cuatro kilómetros que restan hasta llegar al casco. Etelvina Furt, la actual propietaria, saluda e invita a desayunar café con tostadas y mermeladas caseras, que desaparecen de la mesa como si el aire de campo –esa mezcla de olor a talas, pasto, eucaliptos y menta– abriera más el apetito de Jorge Boccanera, Laura Yasán, Alejandro Archain, Pablo Anadón, Carlos Aldazábal, Roberto Díaz, Eugenio Mandrini, Leonardo Gherner, Carlos Surghi, Horacio Marino, Samuel Bossini, Ricardo Costa, Emilce Strucchi, entre otros poetas, que participarán de este encuentro informal de lecturas, organizadas por la cátedra de Poesía Latinoamericana de la Escuela de Humanidades de la Universidad de San Martín (USAM), en el marco del ciclo de conferencias que dictó el escritor y director del Círculo de Bellas Artes de Madrid, Juan Barja, considerado uno de los poetas más prolíficos de España.
La biblioteca de la estancia es una de las colecciones bibliófilas más impresionantes del país. Atiborrada del piso al techo de ejemplares antiguos, Etelvina invita a pasar a la sala donde están los libros más venerables, anteriores al 1800. Hay códices medievales del siglo XIII, incunables e ediciones únicas. “A mí no me saca nadie de aquí”, bromea Alejandro Archain, mientras recorre las salas con otros poetas. Basta mencionar algunas de las joyas que dejan boquiabierto al visitante: hay un ejemplar del Amadís de Gaula impreso en Venecia en 1533 y ediciones de Petrarca y Boccaccio del siglo XVI, primeras ediciones de Góngora, Garcilaso, Quevedo y Gracián, entre otros. Espacio de consulta frecuente de estudiosos de universidades argentinas, europeas y norteamericanas, la biblioteca empezó a gestarse a mediados del siglo pasado por iniciativa de Jorge Furt, el padre de Etelvina. Jorge, además de escritor y traductor, fue un coleccionista apasionado al que no le tembló el pulso cuando en 1946 hipotecó un campo para reunir dinero y comprar el Archivo Alberdi, cuya dueña, por entonces, lo había ofrecido al Estado argentino, que no se mostró muy interesado en comprarlo. Se sabe: costumbres argentinas de decir no. Pero gracias al empecinamiento y la pasión de Furt, hoy esas cartas manuscritas de Sarmiento, Florencio Varela y Esteban Echeverría quedaron en el país y no fueron “rifadas” a los coleccionistas extranjeros.
“Por favor, cierren la puerta, así los libros no se humedecen”, pide Etelvina. “Mi tatarabuelo compró estas hectáreas en 1824, cuando todo era nada más que un monte de talas. Por eso el nombre de la estancia”, explica la actual propietaria. Se conservan muebles, vajillas y trajes de época y también las construcciones originales de adobe de lo que se conoce como “la casa de Echeverría”. Los Talas fue el lugar que eligió el autor de El matadero para ocultarse de Rosas en 1839, y donde escribió El matadero, La insurrección del sud y varios poemas sobre el silencio de la estancia. “Rosas nos confiscó la estancia durante diez años, y recién se nos devolvió después de la batalla de Caseros”, cuenta Etelvina.
–¿Hay fantasmas en la casa? –le pregunta Página/12.
–Todas las casas antiguas tienen sus fantasmas, sus vivencias. Seguramente son fantasmas de la familia. A veces se escuchan ruidos muy extraños (risas). El poeta Ricardo Molinari decía que se caían las arenillas y que una vez la había visto a mi abuela, vestida de blanco. Los poetas son muy soñadores...
“Aquí murió don Pablo Torres, una vida de Los Talas leal y limpia, el primer domingo de noviembre de 1937, repentinamente, a la siesta”, se lee en la pared de una de las ocho habitaciones que tiene la estancia. ¿Estará el fantasma del “leal y limpio” Torres dando vueltas por la casa y haciendo ruidos que asustan? El humo del asado que prepara la familia para el almuerzo consigue que pronto todos se olviden de los fantasmas, tomen sus cuadernos, carpetas y libros para arrancar con la ronda de lecturas.
Belleza y felicidad
“¡Qué lindo se está acá!”, exclama Jorge Boccanera. “Usted da suerte”, le dice a su colega Roberto Díaz, el primero que lee. “Soy una criatura de los bosques de papel”, admite Eugenio Mandrini, el personaje de la jornada por el entusiasmo con el que habla, participa y alienta la charla. “Tengo una aversión particular a la publicación, aunque igual escribo. Pero practico una corrección encarnizada y no me quiero desprender de los fantasmas.” Especialista en literatura breve, Mandrini, que leyó un poema que contiene en tres versos una microficción –como observó Juan Barja–, plantea que al cuento corto le falta la inserción de metáforas y de comparaciones para terminar de redondearse como género. “Cualquiera entra o sale de la ficción breve porque es una zona esponjosa. Hay un lenguaje encubierto, enmascarado, que es poético.” De pronto la mosca de lo coloquial, que zumbó en algunos de los poemas leídos por Boccanera o Barja, se instaló en la mesa. “Cátulo Castillo con ‘decime tu condena, contame tu fracaso’ inventó un interlocutor”, señala Mandrini. “El problema –advierte Boccanera– es agarrar un interlocutor y transformarlo en ventrílocuo.” La informalidad del encuentro permitía que cada uno fuera aportando un bocadillo a los temas que se iban suscitando. “La poesía no se debe explicar, el asunto es hacerla”, sugiere Díaz.
Era inevitable que apareciera como ejemplo la obra de Raúl González Tuñón con la coloquialidad modulada en frecuencias diferentes, de acuerdo con los gustos y afinidades de cada poeta. Para Boccanera el “yo he visto” con el que Tuñón comenzaba alguno de sus poemas es el equivalente del “había una vez” de los cuentos. “Tuñón no soportó caminar en dos calles, sino en tres: el lirismo, lo social y lo político”, subraya Mandrini. El poeta salteño Carlos Aldazábal aprovechó para leer su poema “Londres”, que escribió para homenajear a Tuñón. El humo del asado y el olor de los chorizos “apuran” las lecturas. “Che, al final quién escribió el poema: ¿Bossini o Narral?”, le pregunta Archain a Samuel Bossini, poeta que publicó la mayor parte de su obra con el seudónimo Pablo Narral. Si el territorio de la poesía es la intemperie, por su marginalidad y por su ausencia del mercado del libro, en la estancia Los Talas las voces de los poetas, con sus estéticas tan diversas, demostraron que siguen teniendo esa fuerza siempre “sospechosa” y gratificante de refundar el mito.
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