Domingo, 31 de diciembre de 2006 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA A ORHAN PAMUK
El escritor turco, acosado por los sectores fascistas de su país, obtuvo el reconocimiento que su obra merecía. Aquí cuenta cómo obtiene su entusiasmo de la melancolía, “una tristeza llena de vitalidad que, en vez de cerrarme los ojos, me los abre al mundo”.
Por Juan Cruz *
Orhan Pamuk tiene la cara del adolescente de algunas fotografías y sobre todo en las que cubren de frescura su último libro, Estambul. En su cuarto se ve un paisaje que explica su alegría, que no viene sólo del Nobel que le concedió la Academia Sueca, sino de ese paisaje, de su melancolía. En el pasado (asaltado por denuncias reaccionarias por sus declaraciones en torno de antiguas matanzas turcas contra los kurdos y contra los armenios) recibió arremetidas de sectores fascistas; arrostró con valor los ataques, y hoy recibe la recompensa del reconocimiento: muestra en su casa una pintada con una rosa roja: “Gracias, Orhan Pamuk”. Nieve es su novela más política; la notoriedad que alcanzaron sus posiciones lo convirtieron en un hombre con connotaciones políticas. El cree que a partir de ahora se lo puede conocer en su faceta literaria mucho mejor.
–Estambul parece una caja negra de toda su obra... Y ese concepto en el que ahonda, hüzün, “amargura”, parece un símbolo de su literatura...
–Cuando me planteé escribir Estambul, mi primer impulso fue escribir un libro sobre la ciudad, no sobre mí. Pero después me di cuenta de que también debía ser un libro personal. Walter Benjamin dijo que hay dos tipos de libros sobre ciudades: los escritos por extranjeros, que tienden a ser exóticos porque sólo los extranjeros perciben lo exótico, y los escritos por los oriundos del lugar, que terminan siendo libros de memorias. Cada edificio nos recuerda vivencias que experimentamos. Así me di cuenta de que debía titularlo Estambul, una autobiografía. Escribí un libro en dos mitades: una sobre Estambul y otra sobre mí. Dramaticé ambas partes y entrelacé las dos historias.
–Un libro en el que se lo ve feliz.
–Escribir este libro me hizo feliz e infeliz a la vez. Por un lado, para poder escribir las escenas desde dentro tuve que revivirlas; ¡y si contaba todo lo que recordaba tendría que haber escrito 5000 páginas! No incluirlo todo en el libro suponía olvidarlo. Puede que algunos de esos recuerdos borrados los use para una novela. Pero me entristeció darme cuenta de que de todo lo que vivimos es muy poco lo que conseguimos enmarcar para compartirlo con otros.
–A pesar de esa felicidad que le transmite el Bósforo, escribe desde la melancolía... ¿De dónde viene esa amargura?
–Es de donde viene el entusiasmo. Ese estado de melancolía viene del hecho de vivir en un país relativamente pobre, en la frontera de Europa; de estar expuesto a la cultura europea, y de saber que en París, en Roma, en Madrid, la gente vive una vida mejor, mientras que nosotros, al lado de Europa, vivimos una economía empobrecida. Por otra parte, subsiste la conciencia de que Estambul fue en el pasado un imperio adonde revertía toda la riqueza de los Balcanes y de Medio Oriente, y que dio lugar a una civilización activa. Cuando yo era niño todo eso desapareció y quedó la sensación de que una vez hubo abundancia, pero que ahora esa abundancia estaba en Europa, y no formábamos parte de Europa. De modo que se aúnan la sensación de pobreza (aunque yo procedo de una familia adinerada) y la sensación de haber perdido algo. La sensación de pérdida se asocia con la tristeza y la melancolía, de modo que el hüzün viene de ahí. En Estambul quería hacer una crónica que explicara por qué nos sentíamos así. Hay algo que hace que la melancolía turca sea especial, autóctona: y es que posee elementos morales. La preside la idea de que no perseguimos el éxito, ni la gloria: en todo caso se está preparado para la derrota. Se trata de un concepto que incluye la humildad: no se trata de conseguir dinero o mujeres. Esta noción nuestra de melancolía está más relacionada con un concepto japonés que contempla la nobleza del fracaso.
–Toma prestada una frase de Robert Burton: “De todos los placeres, ninguno es tan dulce como la melancolía”.
–Burton se refería a la melancolía privada de cada individuo; en mi libro yo hablo de esa melancolía colectiva, de toda la ciudad. Es un sentimiento que alcanza a todos en Estambul. Como la melancolía turca es colectiva, implica una moralidad: no persigas el dinero ni el éxito, sé humilde, prepárate para una vida limitada. Las connotaciones de la palabra melancolía son tan amplias que solemos asociarla a la depresión. Pero no creo que sea su acepción más importante. Es un estado muy vivo, una tristeza llena de vitalidad y energía que, en vez de cerrarme los ojos, me los abre de par en par al mundo. No estoy diciendo que me guste la melancolía, sino que es un estado que no aniquila mi voluntad. Puede que castre la voluntad de poder, pero si estás abierto a la vida te ves obligado a disfrutar del mundo. Además, mi afán por ver, por reunir impresiones visuales, por contar, por ponerlo todo por escrito, por poseer la realidad a través del arte, únicamente procede de la melancolía. Y me gusta que sea así. A fines de los ’60 y principios de los ’70, cuando me sentía en Estambul un simple provinciano destinado al fracaso y a la pobreza, resistí aquel presentimiento de derrota gracias a una especie de adopción lírica del mundo; me sentía unido a la realidad y acepté mi destino, definido de antemano como fracaso. Era una intensa reacción lírica que me hacía confundirme con las cosas, con la gente... Estambul es el producto de esa intensidad lírica.
–Usted dice que vive en una esquina del mundo. ¡Pero leyéndolo se siente envidia de donde vive!
–¡A lo mejor me envidian porque gané el Nobel! En serio, es complicado. Una vez que me hice con el control de mi propia historia, y logré hacerla accesible y comprensible para los demás, la gente piensa que si mis libros son capaces de llegar a todo el mundo es porque la mía fue una experiencia única... Puede que en cierto modo tengan razón, pero al principio, cuando escribía El libro negro, todos me decían: “Es estupendo, pero los europeos no van a entenderlo; sólo los turcos podemos entenderlo”. Y cuando terminé Estambul, un amigo turco me dijo que sólo los turcos de mi generación iban a apreciar el libro. Pero no fue así...
–¿Cómo se sintió cuando le concedieron el Nobel?
–Aliviado y feliz. Porque en los últimos cinco años la prensa turca, y también la internacional, estuvo especulando acerca de que podía ganarlo, y cada año todos los periodistas me llamaban y no paraban de molestarme. En Turquía la situación había llegado a ser muy incómoda. Así que ahora estoy aliviado. Paradójicamente, no pude disfrutar la noticia en las primeras dos semanas porque tuve que ocuparme de muchas cosas, y me enfureció la reacción de la opinión pública en mi país. La presión, sin duda desmesurada, que había sobre mí, me impedía sentirme como una persona normal. Era como lo que les ocurre a las personas después de un accidente de tráfico: “Estaba sangrando, pero no sentía dolor”. Justo después de la noticia del premio no podía sentir una gran felicidad.
–¿Y cómo se siente ahora?
–Bien. Me siento feliz de mi premio, el Nobel no me llegó tarde sino a la mitad de mi carrera. Voy a escribir más libros, estoy terminando uno en el que llevo trabajando tres años, El museo de la inocencia... El Nobel fue una alegría enorme, y no me avergüenzo de mostrarla. Prefiero mostrar mi alegría, experimentar esta catarsis infantil, para seguir mi camino.
–Menudo año tuvo: la denuncia en 2005, el juicio, el Nobel... ¿Cómo fueron sus sentimientos?
–Muy intensos. Me gustaría volver a la calma. Lo que ocurre es que después del premio la opinión pública turca se dio cuenta de que los ataques contra mí eran tan exagerados, llenos de envidia, tan innecesarios (incluso para la causa conservadora y nacionalista turca), que al final sólo ponía en evidencia resentimientos personales y el autoritarismo, pero que en esas críticas no había ningún hecho político. Desgraciadamente, el autoritarismo aún anula la libertad de expresión. Estos dos o tres últimos años fueron extraordinarios. Primero, la campaña de descrédito; luego, el juicio; a continuación, la reacción internacional; después, la soledad en la que todos me dejaron, seguida de la solidaridad de intelectuales proeuropeos y liberales, y el premio. Fue demasiado, y la opinión pública parece haberse dado cuenta. Ahora me van aceptando, incluso parecen estar considerando la idea de añadir mi nombre a los libros de texto.
–¿A causa del Nobel?
–Sí, y la gente que sigue enojada conmigo dice que soy un renegado y que por un premio no van a ponerme en los libros de texto. Sobre eso discuten ahora. Está bien.
–Leyendo sus libros es difícil imaginar que se lo llame renegado...
–La gente que dice esas cosas no lee mis libros, se limita a hacer política. Sólo leen mis comentarios políticos, que desde hace años son tergiversados y exagerados por la prensa turca.
–Usted dijo que a los turcos les preocupa saber qué piensan en Europa de ellos...
–Toda la ansiedad turca a causa de la Unión Europea, y la mala gestión que las autoridades hacen de las negociaciones, tienen que ver con que hay sentimientos encontrados sobre cómo nos ven en Europa. Turquía aspira a ser occidental y desea ser política y culturalmente “aprobada” por la civilización occidental. Para un turco occidentalizado es devastador escuchar a un intelectual europeo decir que este país no tiene nada que ver con Occidente. Comentarios como esos hacen que la idea de Europa esté teñida de amargura. El hecho es que el Estado turco, ya desde la fundación de la República por Kemal Atatürk, intentó formar un país occidental, pero que no se haya conseguido 80 años más tarde es algo muy triste para los gobernantes. A la gente normal eso no le importa, pero para las elites políticas es un fracaso. Las elites turcas están occidentalizadas y son las que se ocupan de los medios, las que toman las decisiones en política... Por otra parte, los anhelos prooccidentales de la clase media son un sentimiento muy frágil, por eso cada vez que Francia u Holanda rechazan a Turquía les es muy difícil a los políticos turcos responder al problema con una estrategia astuta y de largo recorrido. La reacción, por el contrario, termina siendo una reacción nacionalista y llena de furia.
–¿En qué momento histórico están ahora?
–Por desgracia, en un momento de desencanto. Hace cinco o seis años, los dos grandes partidos votaron a favor de entrar en la UE, y tanto Turquía como Europa parecían entusiasmadas. A causa de la mala gestión por ambas partes, y por culpa de los nacionalismos turco y europeo, este interés inicial se desvaneció, y atravesamos un período de desencanto y de auge de los nacionalismos de todos los lados. Hay sentimiento antiturco en Europa y, desafortunadamente, en Turquía aumenta el sentimiento antieuropeo.
–Dice usted de su adolescencia: “Estaba más influido por la imaginación que por la vida”.
–Si no hay imaginación no hay vida. Soy un tipo feliz porque produje fantasías cada vez que tuve problemas. En El libro negro escribí que el estado más duro de la derrota es no poder contar una historia. Cuando me veo en problemas me acojo a mi imaginación, me encierro y entro en contacto con mi segunda vida: la fantasía, las historias.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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