LITERATURA › MARIO MENDEZ, ARIELA KREIMER, FRANCO VACCARINI Y LOS NUEVOS CAMINOS DE LA LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL
Los tres escritores reconocen que fenómenos como Harry Potter “instalaron un estándar muy alto”, porque demuestran que, aun en la era digital, la pasión por leer no disminuye. Pero al mismo tiempo señalan la importancia de la escuela a la hora de incentivar la lectura: “Si no reciben un impulso para leer en la escuela, en la casa no leen”.
› Por Silvina Friera
Recambio, transición, nuevos autores publican, se suman a los catálogos y colecciones y conviven con los “próceres” de la literatura infantil: María Elena Walsh, Graciela Montes y Adela Basch, entre otros. Etapa de creación pura, de libertad, de riesgos, claro, de expansión del mercado con emprendimientos editoriales que apuestan exclusivamente al género como Crecer Creando, donde se codean autores consagrados, Graciela Repún o Basch, y jóvenes que publican su primera novela, como Ariela Kreimer. Esta es la historia que se está construyendo aquí y ahora. No parece un boom sino un fenómeno que llegó para quedarse. Estudiosos y críticos quizás estén ensayando hipótesis que permitan tirar del ovillo y desentrañar la madeja de este presente tan prolífico como desinhibido. La escuela ha tomado las riendas de la circulación de los libros, colocándose en el lugar de promotora por excelencia de la lectura. La eclosión que generó Harry Potter –tan cuestionado como pontificado– es insoslayable para quienes escriben hoy. Lo saben, mal que les pese, los docentes y los escritores. Los chicos, que ya se devoraron más de 3000 páginas de la saga del famoso mago, no son más inocentes. Al menos, provisoriamente, esta etapa se podría titular como “La pérdida de la inocencia”.
Página/12 reunió a tres autores que acaban de publicar nuevos libros: Mario Méndez (El partido y otros cuentos), Ariela Kreimer (Fiesta) y Franco Vaccarini (Los crímenes del mago Infierno), con el propósito de trazar una suerte de diagnóstico precoz –con notas, apuntes y reflexiones– sobre la literatura infantil y juvenil que se está escribiendo en la Argentina.
–¿Cómo explicarían este momento tan expansivo y creativo?
Mario Méndez: –Desde hace unos quince años, el lugar de promoción de la lectura para los chicos lo tomó la escuela y las editoriales captaron que servía mucho que las maestras o bibliotecarios pidieran determinados libros. Esto hizo que creciera mucho la venta del libro infantil y, además, trajo aparejado que aparecieran autores nuevos. También se dio otro fenómeno: autores para adultos son convocados para que escriban para chicos, por ejemplo Osvaldo Soriano, cuando publicó El negro de París.
Franco Vaccarini: –La idea de aprovechar la escuela para introducir el libro en los más jóvenes surgió en España, después de la caída de Franco. Y algo parecido empieza a ocurrir acá en 1983. Lo que se está viendo quizá sea ese ir recogiendo los frutos de un trabajo de más de 20 años, en el que las editoriales, a través de distintas colecciones, han ido probando temáticas, algunas más políticamente correctas que otras. Sin embargo, ahora se está viviendo un momento de creación pura en el que el autor tiene más libertad y menos condicionamientos. Por otro lado, hay una diferencia entre escribir para chicos y para adultos. Los libros para chicos de Vargas Llosa, Soriano o Mempo Giardinelli no han sido sus libros más felices, incluso en su currículum casi nunca ponen que publicaron libros para chicos por el prejuicio de que es una literatura menor. Me parece que a veces las editoriales buscan aprovechar nombres que venden bien, pero evidentemente hay que manejar el género juvenil con herramientas propias del género, y no es tan sencillo como parece.
A. K.: –Estamos viviendo un momento de transición. Ya pasaron más de veinte años del gran boom de la literatura infantil que ocurrió luego del inicio de la democracia. Los autores continúan, pero lo que tienen que decir ya no está en consonancia con el lector actual, por eso se está produciendo un recambio y están apareciendo nuevas voces que pueden apuntar mejor al lector infantil. Creo que es necesario este recambio, esta ruptura, porque no sé cuánto influyó esa literatura en los adultos actuales de mi generación. Me parece que esa etapa del boom está muy mistificada.
F. V.: –Es una historia nueva, que no ha tenido tan poca prensa como se dice, sino que al ser un fenómeno reciente todavía no están los estudiosos o la crítica, la gente que está formándose para atender este fenómeno. No es un “boom” sino algo que está instalado. No me gusta la palabra recambio; para mí se van agregando autores.
–¿De qué manera se relaciona esa gran libertad creativa con el hecho de que la escuela siga siendo la gran legitimadora, y al mismo tiempo conserve un poder de veto muy importante sobre ciertos textos?
M. M.: –La escuela condiciona un poco, es cierto, pero es algo que ya está implícito en el género. Cuando escribís, sabés que lo estás haciendo para lectores que no manejan un lenguaje sofisticado. Un libro para un chico de alrededor de ocho años no puede tener palabras complicadas. A medida que vas apuntando a chicos más grandes podés arriesgarte más con las palabras, jugar con la construcción, con el salto de una primera persona a una tercera. Pero también pienso que la escuela es menos censora de lo que creemos. La veo más como impulsora que como vetadora. Incluso hay más apertura en el ámbito de las temáticas: se puede hablar de sida, del divorcio y las separaciones, de las familias disfuncionales, ensambladas, que son nuestra realidad de los últimos años. Quizá todavía el sexo o las drogas sigan siendo un poco tabú. En El tesoro subterráneo, que trata sobre chicos en situación de calle, en una escena uno de los pibes está con la bolsita de Poxiran, y en ninguna de las escuelas en las que se leyó la novela me hicieron problema.
F. V.: –Hice versiones noveladas de La Odisea y La Eneida, y ahí tenés cosas escalofriantes: filicidios, muertes o a Zeus, que es absolutamente mujeriego y tiene hijos por todas partes, y esto lo hemos hablado en colegios católicos. Por ejemplo, hay una escena en donde se ven cincuenta tálamos nupciales y el rey de Troya está llorando porque sus cincuenta hijos fueron muertos por los griegos. Me parece que uno va haciendo sus ajustes, porque un escritor siempre piensa en su lector ideal cuando escribe. Nosotros sabemos a quién nos dirigimos, aunque sea en nuestro imaginario, y vamos adaptándonos. No deberíamos autocensurarnos con las temáticas porque hay editores que son más audaces que el propio escritor. Además, creo que se terminó ese equívoco de “una novela sobre padres divorciados”. Esto no es una novela, en todo caso es el arrabal de la novela con un personaje que tiene a los padres divorciados. La corrección política ha generado muchos libros aburridos por el solo hecho de tratar un tema “que nadie trató hasta ahora”. Pero la verdad es que el chico se aburre y, además, ningún chico que tenga padres separados va a querer leer una novela sobre padres separados. En una parte de los ’90 se pensaba en hacer libros políticamente correctos. Por eso planteo que ahora es un momento de creación pura donde podemos jugar un poco más a escribir literatura juvenil con historias interesantes para contar.
–En este sentido, ¿Harry Potter planteó nuevos desafíos?
F. V.: –Sí, nos puso a todos un estándar muy alto porque al chico que ya leyó tres o cuatro mil páginas de Harry Potter no le podés dar cualquier fruta. Ya no tenemos lectores inocentes.
–A pesar del buen momento que atraviesa la literatura infantil, ¿todavía tiene que pegar el gran salto para no depender únicamente de la escuela?
F. V.: –Algunos autores se despegan. Eso depende del talento, la fortuna y del milagro que ocurre cuando los lectores adoptan a un autor.
M. M.: –Es difícil lograr eso fundamentalmente porque hay muchísimos sectores de nuestra sociedad, incluso en la clase media y media alta, que si no reciben un impulso para leer en la escuela, en la casa no leen. No es privativo de las clases más populares. Acá se lee poco, y como maestro de escuelas públicas y privadas, me parece que si no interviene la escuela, los chicos no acceden a la lectura. Sería ideal que la literatura infantil se pudiera despegar de la escuela, pero este lugar de la escuela hay que valorarlo muchísimo.
A. K.: –Hay también un discurso dominante en el que se rechaza la escuela como medio de legitimación; muchos autores dicen que hacen un camino separado y que la literatura infantil no tiene nada que ver con la escuela.
M. M:. –Es una postura hipócrita de ciertos “próceres” de la literatura infantil, que no quieren que sus libros estén en las escuelas porque sostienen que su literatura va en paralelo, pero no se cruza. Para mí está muy bien que la literatura infantil aproveche el impulso que le da la escuela y que ésta aproveche lo que la literatura le brinda. No creo que haya contradicciones y más ahora que se han liberado las temáticas, el lenguaje y las formas.
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