LITERATURA › JOSE LUIS MANGIERI, POETA, EDITOR, CIUDADANO ILUSTRE
El poeta que editó a autores como González Tuñón, Gelman, Marechal y Lamborghini, y se negó a exiliarse aun en la época más negra, repasa su lugar en todos estos años de gente e ideas.
› Por Silvina Friera
“El Macho”, como lo llaman familiares y vecinos de Floresta, “Cauli”, apodo que le pusieron los poetas que empezaron a publicar en los años ’90 –porque se parece al jefe de la serie británica Los profesionales–, desayuna un té con medialunas de manteca en el bar de la esquina de Paraguay y Ravignani, en Palermo. José Luis Mangieri, poeta y editor legendario de La Rosa Blindada y Libros de Tierra Firme, gran constructor de redes que unen a artistas plásticos, escritores y músicos, es un trabajador infatigable que, aunque no lo parezca, tiene 82 años. Como señaló la poeta Diana Bellessi, “él es el más joven de todos, nunca se sentó para mirar pasar el féretro de la historia”. Y trabaja hasta cuando desayuna; mira un fotomontaje del artista Gerardo Lorenzo en una de las paredes del bar y decide utilizarlo para ilustrar la tapa de un libro que está por publicar. Cuando llega el fotógrafo de Página/12, Mangieri, uno de los pilgrim fathers de Floresta, le dice: “No me saques fotos tomando té que los muchachos van a decir que me hice maricón. Sacame tomando ginebra”, bromea. Y los muchachos, que se enteraron de que hoy a las 18, en el Salón Dorado de la Legislatura, Mangieri será declarado Ciudadano Ilustre (ver aparte), cada vez que lo ven en la puerta de su casa de la calle Mercedes, o caminando por la avenida Juan B. Justo, siempre con su valija repleta de libros, le gritan: “Chau, ilustrísimo”.
A fuerza de haber hecho bien su trabajo, Mangieri, como señaló el poeta Fabián Casas, “se volvió invisible”. Sin apoyos de empresarios ni subsidios –hasta llegó a hipotecar su casa para editar Interrupciones, de Juan Gelman– logró publicar más de 1000 títulos en las tres principales editoriales que creó: La Rosa Blindada, Ediciones Caldén y Libros de Tierra Firme. Editor pasional que publica lo que se le da la gana sin ningún tipo de condicionamiento, en su catálogo conviven la poesía de Raúl González Tuñón, Leopoldo Marechal, Juan Gelman, Raúl Gustavo Aguirre, Joaquín Giannuzzi, Leónidas Lamborghini, Francisco Madariaga, Juana Bignozzi, Diana Bellessi y Fabián Casas, con los textos políticos de Antonio Gramsci, Ho Chi Minh y Ernesto Guevara, entre otros. “Es una distinción eminentemente justa”, reconoce Mangieri. Y esta vez no bromea ni peca de soberbio. “No por mis muchos o pocos méritos –aclara el editor–, sino porque están distinguiendo al hijo de un conventillo. Nací en un conventillo en Parque Patricios (en la calle Salcedo), y toda la amplitud que tuve en mi vida política e intelectual se la debo al conventillo, donde conviví con una enorme cantidad de obreros y donde también estaba, por supuesto, la prostituta que se llamaba María y nos regalaba caramelos los domingos.”
–¿Por qué dejó la carrera de odontología?
–(Frunce las cejas) ¡¡¡¡Era horroroso, Dios mío!!!! Mi viejo era amigo de un dentista anarquista y le había dicho que si yo seguía odontología, me dejaba el consultorio, con la clientela y todo. Y mi viejo, aferrado al “m’hijo el dotor” a pesar de su anarquismo, me hizo estudiar. Duré dos años, ¡qué penuria! (se lleva las manos a la cara), nunca sufrí tanto... Era hijo único y cuando decidí dejar la carrera me tuve que ir de casa. Cuando le conté este episodio a una amiga psicoanalista, ella me dijo: “No hay lugar para dos machos, uno tiene que irse”. Y como tenía unos primos que eran pintores de brocha gorda, me fui con ellos a Bariloche, donde estuve viviendo cinco años. Ahí conocí a Priebke (criminal nazi preso en Roma); yo compraba el pan en su panadería.
–¿Por qué su generación no pudo comprender al peronismo?
–La mayoría éramos gorilas porque militábamos en el Partido Comunista, pero después, cuando nos echaron por “foquistas, maoístas y guevaristas”, y bien echados estábamos porque efectivamente éramos todo eso, nos fuimos curando del gorilismo. En mi barrio, la mayoría eran obreros anarquistas y socialistas, y mi viejo al lado del gorilismo del almirante Rojas era un boy scout. En los años ’30 la clase obrera estaba en manos de los anarquistas y los comunistas. Cuando apareció Perón, limpió la clase obrera y la izquierda tuvo grandes dificultades y mucho resentimiento para comprender al peronismo. Que me perdonen mis amigos de izquierda –y lo digo yo que siempre seré de izquierda–, pero éste es un país de centroderecha. En la primera mitad de los ’70 pensábamos que íbamos a cambiar el país para bien y nos dimos de bruces con la dictadura, aunque el genocidio había empezado con las tres A, Isabelita y López Rega. Además, todos los golpes, empezando por el de Uriburu, fueron apoyados por buena parte de la sociedad argentina. Sin ese apoyo la dictadura no hubiera durado ocho años.
–¿Qué recuerdos tiene del 17 de octubre?
–Estaba en mi casa de Floresta, donde vivo ahora, pero ojo que no volví vencido a la casita de mis viejos (risas). Veía pasar a los obreros que venían de la parte más pobre del barrio, donde todavía había calles de tierra, de Jonte, de San Blas. Todos éramos hijos de obreros que pegamos el salto a la pequeña burguesía gracias al peronismo. Hicimos el colegio secundario sin trabajar, las cinco chicas del barrio se recibieron de maestras, y eso fue por el primer peronismo, hay que reconocerlo. Perón acabó con el analfabetismo y los campeonatos infantiles de la Fundación Eva Perón, que nosotros criticamos tanto, fueron una prospección muy importante sobre el estado de salud de los chicos argentinos. Esto sigue siendo muy difícil de reconocer para la izquierda, a la cual el peronismo despojó de su masa obrera. Es cierto que pasamos por la cruz del menemismo, pero ahora estamos en una situación de estabilidad y somos un país que está mejorando. El otro día le decía a un amigo filósofo que Kirchner es lo mejor que tenemos dentro de lo posible. No digo que sea lo menos malo, no es lo mismo. Mi amigo me preguntó si me había vuelto peronista. Yo le contesté: “No, vos te volviste pelotudo”. Hay que estudiar los 60 años de peronismo y qué país golpista tuvimos. Ahora tenemos estabilidad, aunque la serpiente desestabilizadora se mueve debajo de la alfombra, no digo golpista porque los milicos, por suerte, están muy desprestigiados.
Mangieri estuvo preso en cuatro ocasiones, la última durante el gobierno de José María Guido (1962-1963), y compartió la cárcel con Osvaldo Bayer y Juan Gelman. “En la época de Levingston –precisa– me allanaron la casa y me destruyeron la colección completa de poesía argentina, desde 1880 a 1950. ¡Qué animalitos!, la quemaron. Tenía las tres primeras ediciones de Borges... hoy sería rico, se acaban de vender a 10 mil dólares cada uno en Inglaterra. ¿Se da cuenta? No trabajaba más.” Mientras observaba cómo habían vaciado su preciada biblioteca junto a su hija Andrea, el poeta tomó un libro, lo colocó en un estante y le dijo: “Hay que empezar de nuevo”. Confiesa que no sabe si en otros países de América latina se ensañaron tanto con los libros, pero recuerda una frase de esas que nunca se olvidan que escuchó días después del golpe del ’76. “Un general dijo: ‘terminamos con la literatura subversiva, ahora tenemos que empezar con los que editaron estos libros’. Lo leí en un diario y yo, lógicamente, me di por aludido”, señala Mangieri.
–¿Qué pasó con las ediciones de La Rosa... que no confiscaron los militares?
–El que se comportó muy bien fue Damián Carlos Hernández, el dueño de la librería Hernández. Hizo una gran pared y metió todos nuestros libros, los de La Rosa Blindada, Eudeba, el CEAL. Un día cayó un teniente y cuando vio esa pared pensó que ahí terminaba la librería. Hernández, siempre hay que decirlo, se la jugó. Nunca jamás me rechazó un libro. Era algo más que un librero, fue muy solidario. Acopió los libros de todas las editoriales de izquierda. Y venían de Brasil, Chile y Uruguay a comprar esos libros.
–¿Qué balance hace de la experiencia de La Rosa Blindada?
–La vez pasada alguien que tiene cincuenta años me dijo que se había formado con los libros que editamos nosotros. No fuimos grandes genios creadores, nos empujó la historia, interpretamos correctamente el momento que se vivía. La del 60 fue una década de oro, lo mismo que la del 22, con el grupo de Boedo y Florida, con Roberto Arlt, Borges, Elías Castelnuovo. Los grandes escritores que tenemos hoy vienen de esa década brillante que lamentablemente no se volvió a repetir.
El hermano del Tata Cedrón le puso el apodo de “la Bruja” de la calle Corrientes. Mangieri es uno de esos habitués que, como David Viñas en su bunker de la librería Losada, le toman el pulso a cada baldosa. “El público ha cambiado, los lectores son diferentes. Antes uno criticaba a las grandes empresas editoriales, pero fíjese que están editando a Rivera, a Gelman, a Saer, en tiradas y con una propaganda que nosotros no hubiéramos podido hacer”, admite el editor.
–¿Le molesta que esos autores se hayan fogueado primero con usted?
–Son decisiones personales... realmente no me molesta porque la época es otra. ¿Hoy se concibe una famosa polémica como la de Sartre y Camus? El problema es dónde estamos parados nosotros, si nos damos por derrotados. La lucha armada fue un error muy trágico que le costó la vida a miles de jóvenes. El sistema acomodó todas las piezas desordenadas en los ’60 y ’70. Son decisiones legítimas publicar en grandes editoriales, porque tienen un aparato con el que no podemos competir.
–Pero primero necesitaron tener lectores, y los tuvieron gracias a que usted los publicó...
–Ellos tuvieron lectores gracias a su talento. El libro de poesía está más allá del autor y del editor. Quedan los versitos, como digo yo. Edité los tres primeros libros de Fabián Casas, a quien quiero con locura, y ahora Planeta le va a publicar un libro de ensayos. Y me parece bien, ¡es un logro tremendo! Habré hecho mucho o poco, pero la pasión es muy importante. Si vos no tenés pasión, te convertís en un burócrata. Y hay que estar abierto a todo lo que pasa a tu alrededor, y tener ojo para captar a los jóvenes talentosos. Lo tuve con Casas, que es uno de los más brillantes de su generación, a los que llamo “los perritos de ceniza”, por un verso de Madariaga. La historia se repite porque hay enclaves editoriales importantes, Bajo la luna, Ultimo reino, Ediciones del Dock, que editan lo que las grandes editoriales no publican. No es un optimismo vacuo, pero siempre repito que nunca podrán con nosotros.
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