Mié 28.03.2007
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LITERATURA › OPINION

El hombre con virtudes

› Por Fabián Casas *

A lo largo de la vida, uno conoce personas oscuras y luminosas. Aprendemos de ambas. Conocí a José Luis Mangieri a fines de los ochenta, por intermedio de Gerardo Foia, quien estaba organizando un encuentro de poesía en homenaje a Juan Gelman. Entre muchas de las cosas que le tengo que agradecer a Gelman, tal vez la más importante sea la de haber conocido a su legendario editor. Rápidamente –como bichitos alrededor de la gran luz–, un grupo de jóvenes a los que nos gustaba la poesía empezamos a orbitar en torno de José Luis. Mangieri y la parra de su casa, sus asados hechos a pura leña y con la pava en la mano para tener a raya la llama excesiva, su ropa de linyera existencialista a la que se mantiene fiel a pesar de que muchos le regalamos cosas a la moda que no se pone ni loco. Su poderoso impulso vital, la manera de salir a jugar todos los partidos en el campo contrario. Sus frases célebres que ya son marca registrada: “Es rigurosamente cierto”, para reafirmar algo demencial que estaba contando; “Ese tipo era más resbaladizo que chancho envaselinado”; cuando hablaba de alguien de quien desconfiaba; “Se me volvió la lengua de piedra”, cuando se daba cuenta de que hablaba de más o la sartreana “Era la nada entre dos panes” al referirse a un texto que no le hacía ni fu ni fa. José Luis Mangieri es una persona luminosa, de esas que trascienden entre la gente porque cuenta con una capacidad superior para eliminar su importancia personal y ocuparse por dar amor y sabiduría a los demás. No conozco mayor virtud.

* Poeta.

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