LITERATURA › ENTREVISTA A TOMAS ABRAHAM, QUE PRESENTO “EL PRESENTE ABSOLUTO”
El filósofo explica el sentido de su flamante libro, que reúne artículos publicados entre 2001 y 2006. Abraham analiza la paradoja de una cultura política que invoca con insistencia la memoria, frente a una realidad permanentemente en fuga.
› Por Silvina Friera
“¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde?”. El comienzo del soneto de Quevedo podría adaptarse a lo que plantea Tomás Abraham en El presente absoluto (Sudamericana). Sólo habría que cambiar la palabra vida por actualidad. El libro, que fue presentado ayer en la Feria, reúne artículos publicados en medios gráficos y digitales entre 2001 y 2006. Inspirado por la frase de Kant “la tarea de la filosofía es pensar lo impensable”, advierte de entrada que el pensamiento, como la lechuza filosófica, no tiene el tiempo ni las certezas para esperar que termine el día. Hoy ya es ayer. Y mañana es hoy. El tiempo se va. Y paradojas made in Argentina, lo vivido en los últimos cinco años en el país hace trizas la memoria. Como advierte Abraham, en una cultura política que invoca con insistencia la memoria, la realidad se fuga permanentemente bajo sus pies. “No es que sea inasible la actualidad, pero es sísmica, los cambios son muy abruptos, la temporalidad es muy fugaz y violenta y no vivimos en una sociedad que pueda darse ni el lujo ni la posibilidad de tener grandes perspectivas”, plantea el filósofo en la entrevista con Página/12.
En estos artículos, escritos por un filósofo de vocación, profesión y afición, Abraham más que comprender la realidad plantea la necesidad de intervenir, de hablar para dejar de oír el “sinfín” de informaciones y opiniones. Se atrinchera en el pensamiento, mecanismo de defensa y recurso indispensable del instinto de supervivencia. “El presente es el desafío más duro que puede tener un filósofo porque no exige las mismas armas teóricas ni los instrumentos de las investigaciones que trabajan, a largo plazo, con un ‘material muerto’. Acá el material está vivo y se expresa a través de los medios de comunicación y de todo lo que atraviesa nuestros poros y nuestras antenas”. Abraham dice que no se pueden encontrar causas finales ni principios de lo que está aconteciendo. “Hay que tener una mirada aguda para poder darle un orden a aquello que está pasando de modo disperso –explica–. Es un modo de trabajar la opinión que te enfrenta a decisiones de pensamiento. La opinión no es decir simplemente lo que uno cree, la opinión se trabaja, se construye con la materia prima que son opiniones, imágenes, íconos, símbolos. Y la formación filosófica da una gimnasia mental”.
–Pero cuando el filósofo interviene se encuentra con un problema que no es menor: el tiempo del periodismo y el de la filosofía.
–Hay una paradoja que es justamente que no hay tiempo, que las cosas son así, pero el pensamiento no puede renunciar a pensar el presente, la actualidad. Aquello que fue tiene que servir para pensar lo que es, pero lo que fue no explica lo que es, y más aún en una sociedad como la argentina. Puedo entender que un alemán como (Peter) Sloterdijk escriba a la manera de Hegel, Esferas, en cuatro tomos, y que hable de lo que pasa en el mundo, de los grandes movimientos, de la ciencia y la tecnología, pero eso requiere de unas circunstancias que no son las nuestras. Como profesionales estamos alejados de los grandes centros de información, de las fuentes y de la vastedad de la bibliografía mundiales. Entonces tenemos que aprovechar esta situación de periferia y debilidad haciendo cosas que ellos no pueden hacer.
–¿Cómo?
–No tenemos esa necesidad de orden planetario, de pensar el planeta. Desde este pequeño lugar, tenemos un presente sísmico que la filosofía quiere pensar como Platón pensó Atenas. La fundación de la república era una tarea muy urgente para Platón; le habían matado hacía muy poco tiempo a su maestro Sócrates, estaban en guerra civil, había batallas en todos los países vecinos. Esa urgencia no fue un impedimento para Platón o Aristóteles, ni para Spinoza ni Rousseau. La diferencia no está entre filosofía y coyuntura, todos los filósofos pensaron en las coyunturas, Voltaire, todos. El problema es, como dice Lyotard, que no hay grandes relatos en que podamos sostenernos. No tenemos grandes visiones religiosas, filosóficas, metafísicas, ni grandes ideologías que nos ayuden a interpretar el mundo. Frente a la ausencia de la gran red para interpretar, nos tenemos que jugar por nuestro propio pensamiento.
–¿Ese pensamiento sería más micro que macro?
–No, no pasa por una cuestión micro o macro. La filosofía no trabaja con grandes ideas necesariamente abstractas, ni con pretensiones de conocimientos a la manera científica, ni con especulaciones de grandes ideas, ni con largos plazos. La necesidad de pensar el presente es por una razón muy sencilla: la supervivencia. El pensamiento necesita espacio, ventilación. Como ese espacio no está libre, hay que crearlo, se necesita construir un vacío para pensar.
–¿Por qué es baja la intervención de los intelectuales en la televisión? ¿Será por prejuicios?
–El problema es que muy pocos medios llaman a los intelectuales. De repente, de tanto en tanto, la televisión invita a algunos, pero la mayor parte del espacio está ocupado por periodistas y políticos. Los prejuicios van por otro lado: qué piensan los pares del que está en los medios. Lo califican de “mono mediático”, “exhibicionista”, sólo porque no los llaman a ellos. Es un pensamiento frívolo; algunos todavía insisten en hablar de una alta y una baja cultura, algo tan anacrónico que no vale la pena analizar. Pero estoy seguro de que muchos intelectuales pagarían por ir a la televisión. El problema es que cuando intervienen son profesores dando clases: te explican lo que es el espíritu republicano, cómo se hace una democracia en serio, dan una clase de instrucción cívica en la pantalla. Ya sea en la televisión o en los diarios, pocos intelectuales se juegan a campo abierto.
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