LITERATURA › EDUARDO MENDOZA HABLA DE “MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS”
El español presentó en la Feria del Libro una historia en la Barcelona de los ’90, con la que dibuja una reflexión sobre los tiempos del desencanto, “una herencia de la dictadura”.
› Por Silvina Friera
Lo más difícil y arriesgado a la hora de escribir una novela es elegir la mirada. Eso opina el español Eduardo Mendoza, que presentó Mauricio o las elecciones primarias (Seix Barral) en la Feria. Desde Una comedia ligera, hacía más de diez años que no publicaba una novela. Su nuevo libro se desmarca del tono paródico de ficciones anteriores, pero sin abandonar el humor que lo caracteriza. La historia está situada en Barcelona, donde el escritor nació, en el momento posterior a la transición, entre las segundas elecciones autonómicas que ganó Jordi Pujol y la designación de la ciudad como sede olímpica en 1992. Mauricio, un dentista con ideales pero desilusionado, regresa tras años de ausencia y participa en la campaña del partido socialista. “En esas elecciones se sabía quién iba a ser elegido, poca cosa iba a cambiar, la abstención fue grande, a los mitines no iba nadie, a diferencia de los primeros años de entusiasmo. Elegí no la mirada de un escéptico sino la de un desencantado progresivo, un hombre que no actúa ni por pasión política ni por interés, sólo por convicciones y principios, y que se va convirtiendo en un escéptico sin redención”, dice Mendoza.
–¿La política alienta el desencanto actual?
–El desencanto es una herencia maldita de las dictaduras, que infecta el futuro. En España, el que se dedicaba a la política en la dictadura era un idealista o un héroe, se jugaba la vida. Pero eso convirtió al político profesional en una suerte de superhéroe, que luego la realidad desmintió. Cuando empezaron a surgir casos de corrupción el desconcierto fue enorme. Nos dejó en un estado de orfandad respecto de nuestros héroes. Era el momento en que el modelo de economía de la URSS se venía abajo, sin que nadie saliera a la calle a defenderlo.
–¿Y por qué cree que no hubo movilizaciones en las calles?
–El sistema socialista, por su afán honrado de crear un mundo justo, pensó que podía pasar sobre las personas y no respetó los derechos humanos, el derecho a la libertad, a cantar por la noche si bebiste de más, a que en vez de comprar trigo y papa te compres una blusa. Decidieron que las debilidades de la naturaleza humana no tenían importancia. Y lo pagaron. Cayó el Muro y toda Alemania del Este lo celebró. No hay fotos de una lágrima ni en Unión Soviética ni en Polonia, ni Checoslovaquia ni Hungría. Y en Cuba va a pasar lo mismo, y será terrible porque ahí muchos tuvimos un sueño.
–¿Cómo se conjura este desencanto?
–No sé, pero es mundial, nadie cree en nada. Una de las cosas que se dicen es que el error del siglo XX no fueron las guerras sino la descolonización, porque Africa es el horror interno. Quizá si los ingleses, franceses, belgas hubieran estado un tiempo más, la cosa no hubiera terminado como terminó. Suena a disparate, pero cómo se lo refuta cuando ves Burundi, Sierra Leona, países donde unos drogadictos con diamantes matan a la población. Casi era mejor aquel gobernador inglés que decía “Oh, yes, yes”. Cuando apareció el cristianismo, el Imperio Romano tardó unos siglos en enterarse de lo que pasaba, pero se vino abajo. A lo mejor nuestro cristianismo es el escepticismo, la falta de una creencia, de una cosmogonía que nos sustente.
–Al leer la novela aparece un interrogante: qué implica ser de izquierda hoy. ¿Qué respondería usted?
–El autor es el primero que se lo pregunta (risas). Cuando la izquierda llegó al poder en España, lo primero que hizo fue romper con los sindicatos. No había más remedio que hacer una reconversión económica, si queríamos entrar en Europa. La solución fue: “Ustedes a casa, y a callar”. En este mundo tan cínico, la izquierda es la que se carga a los sindicatos como la derecha es la que hace las reconciliaciones. Si una medida de izquierda la toma la derecha, la apoyará la derecha y una parte de la izquierda, y a la inversa. Entonces resulta que la derecha y la izquierda hacen el trabajo sucio del otro. Más disparate imposible, pero es así. Empecé a escribir la novela cuando decidí que el personaje tenía que ser dentista. No quería que fuera novelista ni periodista, y me encontré con mi dentista. Y se me ocurrió un chiste muy tonto: “Esta es la persona que más daño me hizo en la vida”. Y él me dijo que es la persona que más daño me evitó. Y en ese momento, además de arreglarme la boca, es como si me hubiera escrito buena parte de la novela. Esa etapa es una terrible sesión de dentistas, o sesiones sucesivas, inacabables, que te cuestan tus ahorros y de las que sales más dolorido.
–¿Pasar por la experiencia de la política es como ir al dentista?
–Bueno, por la política y por las demás, las sentimentales y profesionales. Es una novela de desaprendizaje, de deconstrucción de un mundo que uno imaginó. Hubo mucha gente que habiendo militado en la izquierda más revolucionaria se desencantó de sus programas y se hizo de derecha. Y hoy son muy ricos, corruptos o son políticos que piden que se fusile a los inmigrantes. Es importante saber renunciar a las fantasías y mantener los principios, no pensar que porque la URSS dejó de existir todo vale. El que pensó que allí estaba la justicia y la verdad tendrá que salir a la calle a buscarla. Nunca se acaba el proceso que creíamos solucionado con la adscripción a un ideal.
–¿Para escribir Mauricio. . . tuvo que deconstruir su manera de escribir novelas?
–No lo sé, es más difícil analizar esto que la caída de la Unión Soviética (risas). Pero llevaba un tiempo con una enorme pereza para escribir. Siempre pienso por qué estoy haciendo este disparate, aparte de que es mi forma de ganarme la vida y eso ya lo justifica todo. Pero uno entra en una selva y es desolador; qué hago añadiendo mi libro debajo de esta pirámide de grandísimas obras. ¡Qué locura es ésta! Cuando has escrito y publicado bastante, sabes que no vas a sobresalir ni a hundirte, que ya tienes la carrera hecha. Y ni siquiera los estímulos de los acreedores son suficientes para sentarse a escribir una novela. Empecé a escribirla lentamente, buscando una forma de narrar sin repetirme, sin ser plagiario de otro escritor que se llama Eduardo Mendoza. Eso me daba mucho miedo, y me sigue dando. Soy un cronista casi autista, con una escritura muy simple, una construcción literaria que parece que no sé escribir –y a lo mejor es verdad–; no hago ninguna exhibición de dominio de las oraciones subordinadas. Procuré suprimir los “ques”: tal vez sea la novela con menos “ques” de los últimos cincuenta años.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux