LITERATURA › ROY BEROCAY HABLA SOBRE LOS CHICOS Y LA LECTURA
El autor de Las aventuras del sapo Ruperto, “el detective más famoso del arroyo Solís Chico”, cree que “hay una mayor conciencia de los padres de la necesidad de que sus hijos lean”.
› Por Silvina Friera
Hace más de veinte años, Roy Berocay sólo había publicado su primera y única novela para adultos, Pescasueños. La casualidad o el destino –en rigor un sapo impertinente– torcieron el rumbo que él imaginaba. “Estaba de vacaciones en un balneario uruguayo y uno de mis hijos apareció con un sapo y se puso a jugar”, recuerda el escritor en la entrevista con Página/12. “Como les contaba cuentos a mis hijos antes de que se fueran a dormir, esa noche inventé una historia protagonizada por un sapo que se llamaba Ruperto. Y como les gustó, durante un tiempo sólo les contaba cuentos del sapo.” Cuando le propusieron hacer un libro para chicos, sólo tuvo que darle forma a ese material oral que había probado con sus hijos. Así nació Las aventuras del sapo Ruperto, “el detective más famoso del arroyo Solís Chico”, un personaje que pronto cruzó el Río de la Plata para instalarse, como fenómeno, también en la Argentina. Berocay, uno de los autores más destacados en la literatura infantil uruguaya, estuvo en el país presentando Ruperto de terror (Alfaguara) en varios colegios de la ciudad y del Gran Buenos Aires.
–¿Cómo se hace para seguir escribiendo después de que un personaje ha generado tanta expectativa? ¿Le siguen pidiendo más historias, cuando usted piensa que el fenómeno está agotado?
–Lo que pasa es que los libros están desfasados entre la Argentina y Uruguay. El que salió recién acá, allá fue publicado hace tres años. No voy a dejar de escribir si me surgen historias con Ruperto porque alguien piense: “¡Uy, este otra vez está currando con el sapo!” (risas). Si tengo ganas y está bueno, voy a seguir escribiendo. De hecho, los últimos dos libros que publiqué no tienen nada que ver con el sapo. Si escribiera pensando en términos comerciales, debería haber catorce libros del sapo Ruperto. Y hay cinco en Uruguay y tres en la Argentina.
–¿Qué cosas tiene este sapo de la idiosincrasia o la cultura uruguaya o rioplatense que tanto les gusta a los chicos?
–No sé... tal vez sea una mezcla. No le gusta mucho trabajar, es medio vago, está siempre echado, buscando un lugar para hacer la siestita o el asado con los amigos. Pero, por otro lado, también se cree que es muy vivo, muy astuto, que se las sabe todas. Creo que la viveza criolla es una característica rioplatense. Pero también es muy solidario (él ayuda a los amigos y a él también lo ayudan) y tiene mucho sentido del humor, otra de las características del Río de la Plata. Ruperto es una especie de pequeño resumen de virtudes y defectos que los niños ven en los padres, los tíos y los amigos, y por eso se identifican con el sapo.
–¿Encuentra alguna diferencia en la forma en que reciben los libros los chicos argentinos y uruguayos?
–No, ninguna. En realidad, si lo pensás es natural, somos tan parecidos que a la gente de otros países les cuesta diferenciar a argentinos de uruguayos. Nosotros nos diferenciamos por cuestiones muy pequeñas, casi diría que mínimas, como el acento, la política o el fútbol, pero fuera de eso somos en esencia lo mismo. Somos dos países por accidente, pero los niños argentinos o uruguayos son iguales, te hacen las mismas preguntas, se ríen de las mismas cosas y piensan muy parecido.
–¿Qué aspectos son los que más llaman la atención a los chicos de las historias del sapo?
–Les gusta mucho el tema del humor y que es un personaje que mira las cosas desde el punto de vista del niño. Trato de escribir siempre desde el punto de vista del chico, y no desde el adulto que trata de pasarle un mensaje o de enseñarle algo. Cuento las historias como si lo hiciera un niño.
–¿Cómo hace para que el adulto no se filtre en ese punto de vista?
–Es un tema vinculado con mi forma de ser, no considero que sea una virtud ni nada, tal vez sea un inmaduro y no me importa (risas), pero no me cuesta nada ponerme en la piel de un niño. No tengo mucha idea de cómo hago para que no se filtre el adulto. Cuando recién empezaba a escribir para chicos, me preguntaba cuáles eran los límites de la literatura infantil, hasta dónde se puede llegar, qué puedo hacer. Y ahí descubrí a Roald Dahl y me di cuenta de que no había límites, de que podía hacer lo que quisiera.
–¿Por qué dejó de escribir para adultos?
–En realidad, no tenía nada nuevo para decir y, como de alguna manera había un montón de cosas interesantes que estaban pasando con los libros para niños y adolescentes, sentí que era más útil y que hacían más falta autores de literatura infantil que de adultos. Pero no tiene nada que ver con lo comercial o con el rédito. Que en Bella Unión, bien al norte de Uruguay, en el barrio más pobre, la escuela le ponga mi nombre a la biblioteca es muy fuerte y me hace sentir bien. En Uruguay, desde hace unos quince años, apareció una serie de autores que empezaron a ser adoptados enseguida por los docentes. Entonces las editoriales vieron que había una demanda, comenzaron a publicar más y eso atrajo a otros autores. Ahora hay editoriales que gran parte de lo que venden está vinculado con la literatura infantil, más que con la de adultos.
–¿Se está leyendo más?
–Sí, hay una mayor conciencia de los padres de la necesidad de que sus hijos lean y hay una mayor intensidad del trabajo hacia el libro por parte de las escuelas y de los docentes. A cualquier escuela que vayas, notás que hay una onda a favor del libro.
–¿Pero no es un peligro también pensar la literatura infantil sólo en función de la escuela, de lo que quieren los docentes y los padres?
–Sí. Soy enemigo de lo didáctico; si vos querés enseñar gramática a los niños, usá el manual o el diario, pero si una persona se pasó equis cantidad de tiempo inventando una trama, un personaje, no se lo destripes en verbo, sujeto, predicado, porque después resulta que los chicos terminan odiando ese libro. Lo que funciona es estimular la lectura por placer, no por imposición. Hay estudios internacionales, en Francia sobre todo, que han demostrado que la gente que escribe mejor es la que leyó mucho y no la que estudió gramática. Creo que ponerse a escribir pensando en si el maestro va a usar el libro es lo mismo que escribir un best seller e imponerle determinadas dosis de sexo y violencia para vender más. No digo que no sea ético, pero es algo que me parece muy comercial, y no estoy de acuerdo. Además, el niño olfatea el didactismo a ocho kilómetros de distancia y huye despavorido, a menos que lo obliguen.
–¿Las nuevas tecnologías ayudan a que se lea más?
–Sí; puede ser que haya quienes teman que el libro desaparezca, pero siempre pongo el ejemplo de que es muy difícil leer una computadora en el baño. El libro no va a morir, es un objeto tecnológico lleno de imágenes y palabras que lo podés llevar en un bolsillo y no necesitás pilas ni baterías, ni nada. Además, cada vez se venden más libros en todo el mundo. Voy a pecar de improvisado, pero creo que las nuevas tecnologías, las computadoras o los teléfonos celulares han obligado a mucha gente a escribir. Hoy todos tienen que escribir mensajes de texto, mails, y eso ha llamado más la atención hacia la palabra escrita. En vez de afectarla, las nuevas tecnologías han servido para difundir la palabra escrita.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux