Domingo, 17 de junio de 2007 | Hoy
LITERATURA › LAS MEMORIAS DE UN DRAMATURGO
El notable escritor italiano acaba de lanzar su libro de memorias, en el que –curiosamente– apenas dedica algún párrafo a Berlusconi. Y prepara otro sobre Jesucristo.
Por Por Laura Lucchini
Desde Milán
Dario Fo provoca simultáneamente la risa y el llanto en su última obra. El dramaturgo, actor, pintor y Premio Nobel de Literatura en 1997 firma, junto con la periodista Giuseppina Manin, un libro-conversación en donde recorre –con la ironía que lo caracteriza– los momentos más significativos de su vida y de su obra. El mundo según Fo regala pasajes intensos que quizás sólo una persona de 81 años y con una vida como la suya se puede permitir; y entra en su territorio íntimo y privado, en aquel que se esconde detrás de todo hombre de espectáculo. Pero ese libro no llega solo: también editará un ensayo acerca de la relación entre Jesús y las mujeres, un trabajo que le llevó 16 años de investigación.
La casa de Dario Fo está en el barrio de Porta Romana, en el centro de Milán. El dramaturgo mantiene la nariz pegada a la pantalla de un gran televisor que se apoya en un mueble de madera. En ese momento se está retransmitiendo una sesión en el Senado italiano y él busca, entre los 322 senadores, a su mujer, Franca Rame, hermosa actriz y senadora del gobierno de Prodi por el partido Italia de los Valores. “¡Ahí está!”, grita Fo. El escritor se encarga personalmente de servir la cena, unos tallarines exquisitos con salsa de carne y verduras, polenta y queso, ensalada y fruta. Alrededor de la mesa están sentados también el actor y escritor Mario Pirovano y la actriz Laura Bertozzo: Fo obliga a sus huéspedes a comer todo de principio a fin. Una llamada telefónica interrumpe la cena: es Franca, que aprovecha una pausa de la sesión para llamar a su marido. “Sí, Franca, te vimos, te estamos mirando”, responde él contento. Mantienen una relación que se remonta a más de 50 años. Y sus ojos continúan brillándole mientras enseña los nueve retratos de la mujer que lo acompañó toda su vida, firmados por un tal Pablo Picasso.
A lo largo de seis décadas, las sátiras de Fo fueron el contrapunto a la crónica italiana. Su enorme lente captaba el lado más grotesco. “Tengo 80 años, pero creo que he vivido por lo menos 150”, escribe en El mundo según Fo. Y confiesa: “No le tengo miedo a la muerte. Lo que verdaderamente me asusta es no vivir más. Porque la vida conmigo ha sido generosa de verdad”. En todo el mundo son célebres sus sátiras sobre Silvio Berlusconi, al que siempre define como un “genio de la mentira”. Cuando la cena termina apaga la televisión, acompaña a sus invitados al salón y mientras toma un espresso responde a las preguntas.
–En su último libro se tocan varios temas muy distintos entre sí. Sin embargo, destaca una gran ausencia, Silvio Berlusconi, que únicamente se menciona de paso. ¿Por qué?
–¿Me está acusando de haberme quedado dormido? (Risas.) Berlusconi, por mucho que intente llamar la atención, está fuera de juego. Es como un jugador en el banquillo de un equipo que está perdiendo, y grita, y se mueve y se agita. Sigue diciendo tonterías que luego desmiente. La clave para entender la cantidad de mentiras de Berlusconi es contar las veces que luego se desdice. Sobre todo cuando niega haber dicho cosas que declaró públicamente. De todas formas, criticar ahora a alguien que pelea como un atún en la red sería cruel, y yo no quiero ser cruel.
–Usted calificó una vez la era de Berlusconi como un tiempo en el que “sobran payasadas y hace falta sátira”. ¿Sigue pensando lo mismo?
–La sátira, la que es auténtica, siempre molesta. Se ve también en esas pequeñas cosas que pasan en televisión. La televisión sigue exactamente con la misma estructura a pesar de haber cambiado el gobierno. La televisión italiana no ha sustituido a sus directivos. No ha cambiado ni siquiera a aquellos que por su incapacidad o escasa experiencia provocaron grandes pérdidas de audiencia. Ante estas cuestiones se dice que Italia es una gran nación que puede con todo y elude tomar decisiones. Yo diría: tenemos un gobierno que evita asumir las responsabilidades y que no tiene determinación para cambiar las cosas.
–A lo largo de toda su vida usted se enfrentó con el poder eclesiástico y protestó contra la censura, un tema que pesó en muchas de sus puestas en escena. ¿Qué opina ahora sobre la relación entre el Estado y la Iglesia en Italia?
–Es una cuestión sobre la que hay que hablar claro y denunciarla. La Iglesia en Italia es una organización de privilegiados. La estructura eclesiástica disfruta de importantes ventajas con respecto al resto de los ciudadanos. Por ejemplo, no paga impuestos. También goza de privilegios con respecto al patrimonio inmobiliario. Se calcula que el 40% de los edificios de Roma es propiedad del Vaticano. Hay que denunciar este tipo de cosas y el poder político no lo hace. Le voy a poner otro ejemplo que habla de las relaciones entre ambos poderes: el agua que el Vaticano utiliza se la regala el Estado italiano en base a lo que quedó establecido en una ley fascista. Estamos hablando de cientos de miles de euros a lo largo de un siglo. Y como de momento la Iglesia es una institución duradera, también es duradera esta estafa, digamos, santa.
–Se lo vio cómo se manifestaba contra la construcción de la base militar estadounidense en Vicenza, al noreste de Italia. Pero, a pesar de todas las protestas, el gobierno dio su autorización. ¿Puede considerarse esto como una derrota?
–No. Batallas de este estilo no se pierden. Porque cuando uno logra movilizar a cientos de miles de ciudadanos en una región como el Véneto, en la que suele dominar una cierta apatía política, y ve que esa apatía es superada por la rabia y la conciencia colectivas, el resultado es una victoria. El gobierno cometió un error grave cuando minimizó públicamente el valor de esta manifestación.
–En su nuevo libro, El mundo según Fo, habla de la fiesta de los toros en España y de su valor estético. ¿Considera que el valor estético sigue justificando la existencia de un espectáculo de esas características?
–Ya no hay motivación estética, dejó de existir. Cuando este tipo de cosas pierden su relación con la historia y con la cultura, pierden también su valor humano y civil. La corrida existía en todo el Mediterráneo, incluso en Venecia, en el año 1200, y resistió en algunas zonas de Italia hasta el 1600. El ritual de la fiesta de los toros siempre formó parte de un ritual que incluye también los rituales de la muerte. En Cerdeña, por ejemplo, existen unas tumbas en cuya lápida figura una enorme cabeza de toro que representa el tránsito hacia la otra vida después de la muerte. Cuando existe una cultura que tiene relación con los hechos realmente importantes de la vida, eso tiene un significado. Pero si en un momento dado esa relación se pierde, ese espectáculo se convierte en algo manipulador de las emociones. Ya no es algo que participa de la vida. Es una violencia exhibida, una muerte en directo.
–Usted formó parte durante su juventud del ejército de la República de Saló, el último resquicio de la Italia mussoliniana. Sin embargo, usted siempre habló abiertamente del tema y nunca hubo ningún escándalo. ¿Qué opina de la polémica que causó el libro de Günter Grass Pelando la cebolla, donde confiesa su pertenencia a las SS?
–Nuestras experiencias son muy distintas, pero yo creo que la historia de Günter Grass no fue contada con todos los matices necesarios. Llegó así, de sorpresa, como una especie de descargo de conciencia que sinceramente no me queda muy claro. Es una historia que no logro entender muy bien, así que no puedo emitir ningún juicio porque me confunde.
–¿Tiene en marcha algún proyecto futuro?
–Estoy a punto de publicar un nuevo libro acerca de Jesucristo y su relación con las mujeres. Arranca del hecho de haber intuido que Jesús mostraba una atención particular hacia las mujeres. En el Evangelio él las trata con cariño y cuidado, con un amor muy particular que nunca demuestra hacia sus discípulos. Es más, me di cuenta a través del análisis de los evangelios apócrifos que hubo un trabajo de censura, durante siglos, para minimizar la aportación de las mujeres al movimiento de Jesús. Cuando llega el final, el gran final, son las mujeres las únicas que se quedan al lado de Jesús, mientras todos los demás se fueron. Pero sabemos que cuando Jesucristo renace, lo hace delante de las mujeres y dice: “He resurgido, vayan donde los apóstoles y prepárenlos, yo llegaré después porque ya sé que cuando vayan no les creerán”. El tenía la intuición de que puedes apoyarte en la mujer, mientras que los hombres cambian fácilmente.
–¿Todavía se divierte haciendo lo que hace?
–¡Ooooh! Mucho... Mucho.
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