Sáb 23.06.2007
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LITERATURA › ENTREVISTA A LA POETA PERLA ROTZAIT

“Escribo simplemente por una razón: lo necesito”

Tiene 87 años y una rica trayectoria desarrollada al margen de grupos y movimientos literarios. Se acaban de reeditar su primer poemario, Cuando las sombras, prologado por Rafael Alberti, y su último libro, El cuerpo. “La literatura es una de las cosas más hermosas que me pasan en la vida”, señala.

› Por Silvina Friera

“Razono mejor con anteojos”, dice, como si sonriera con los ojos, la poeta Perla Rotzait en el living de su departamento de la calle Posadas. “Haceme buenas fotos o te tiro del piso diecinueve”, amenaza a la fotógrafa, tal vez para disimular su timidez de posar ante la cámara. A los 87 años, no está acostumbrada a las entrevistas, a hablar de su obra, de sus poemas. Cuenta que su filosofía de vida, teñida de cierto romanticismo que ella menciona con un tono zumbón, no se la recomienda a nadie, que puede resultar disparatada y hasta pide que no la imiten. Siempre creyó –y sigue creyendo– que no tenía que salir a buscar nada, que si los poemas que escribía y publicaba tenían algún valor, alguien lo sabría y se acercaría. “Nunca estuve en ningún círculo de ninguna especie”, aclara. Ajena a los grupos y movimientos literarios, la poeta ha construido una obra –más de una docena de libros publicados– que Raúl H. Castagnino ha calificado como “desusada y auténticamente original” (ver aparte). Su silencio “no es incomunicación ni desarraigo”, como se lee en uno de los poemas de El cuerpo (Alción), su último libro. Desde su primer poemario Cuando las sombras –publicado en 1962 por la editorial Losada con un prólogo-poema del poeta español Rafael Alberti, y recientemente reeditado por Pre-textos–, han pasado más de cuarenta y cinco años, y esa actitud de mantenerse silenciosa y al margen de la vidriera literaria quizá también se deba a un arraigado pudor por mostrarse. Y en estos tiempos donde el mandato es exhibirse –a veces con una pedantería ilimitada que roza la obscenidad–, la filosofía de vida Rotzait es un bálsamo que sus interlocutores agradecen.

“Un poema es una flor que no necesita razones para vivir. Explicar un poema es quitarle creatividad, misterio y viveza. Creo que es un pecado explicar la poesía”, admite en la entrevista con Página/12. “No está sólo la persona que crea el poema sino que después viene el crítico que cree que tiene que interpretar el poema, y luego el crítico que interpreta al crítico. Parece un asunto de nunca acabar”, se queja la poeta. “Siempre tengo la curiosidad de saber qué sucedería si el crítico se animara a saltar al vacío y escribiera. A lo mejor, al final, no necesita hacer crítica.”

–¿Pero le gusta leer las críticas sobre sus libros?

–Sí, coincida o no con lo que los demás dicen, sea un elogio o una patada. Me gusta porque estoy logrando el último acto del hecho de escribir. Uno podría escribir y dejar todo en un cajón. En última instancia, le guste o no le guste, el poeta necesita al otro. El hecho de que alguien te diga lo que fuere, para bien o para mal, de lo que le parece tu poema es una gratificación, porque publicás para que haya alguien que te vea, que te mire y que se dé cuenta de que existís. Si no, no publicarías.

Rotzait invita a tomar café y mientras la conversación avanza suelta de a poco anécdotas que permiten ahondar en esa zona de su vida a la que sólo se accede con la visa de la confianza. “Era bastante tímida y no le mostraba a nadie lo que hacía –confiesa la poeta–. Iba a la casa de Rafael Alberti corrientemente y me ponía en un rincón para escuchar lo que decían los demás y observar las cosas que hacían. Pero recuerdo que en una ocasión alguien empezó a hablar mal de Camus. Me dio una indignación terrible y empecé a hablar como una cotorra defendiendo a Camus. No me paró nadie, todos se quedaron alelados: esta señora muda sabe hablar. A la semana siguiente, cuando volví a la casa de Rafael, me tomaba el pelo. ‘Pues habla, Perla, habla de literatura.’ Ahí fue que me preguntó si escribía y, después de tanto insistir, le llevé el libro Cuando las sombras. Fue él quien le pidió a Losada que me lo publicara.” El prólogo de Alberti, según Rotzait, es una de las críticas más serias que recibió. “El supo interpretar una serie de silencios porque entonces yo quería decir, pero callaba más.”

–Una paradoja, tal vez propia de la poesía, entre el decir y el callar.

–A lo mejor era por pudor a mostrarme, no sé, no estoy muy segura. Otra de las cosas que me pasaba es que no decía que era poeta a los abogados, y a los poetas no les decía que ejercía la abogacía. En el campo de la abogacía no hablaba de poesía porque para los señores abogados era una mala palabra; que me perdonen, pero la mayoría no hubiera entendido nada de lo que escribía. Y cuando estaba con los poetas, no les decía que era abogada porque era una mala palabra. Recuerdo una de mis primeras audiencias en Tribunales. Tenía conciencia de que iba a poder ganarle al contrario porque leía literatura. Sabía que el poder de la palabra y del ingenio, que venían de la literatura, no estaban en el Código Civil. A pesar de que me moría de miedo, cuando tenía una audiencia, me decía: “No importa, les voy a ganar porque leo literatura” (risas).

–En algunos poemas de Cuando las sombras alude al milagro del trigo, la multiplicación de los panes, y hay una zona del poemario titulada Parábolas o mi hermano el hombre. ¿La experiencia poética sería, como en la etimología de la palabra religión, un “religar”?

–Siento que formo parte del cosmos. Mi sentido, mi permanencia no es algo que tenga que ver con la Tierra sino que la trasciende. Tengo un sentido místico de la vida que me hace creer que es una experiencia maravillosa la que nosotros tenemos en la Tierra, sin necesidad de que yo persista como Perla Rotzait en un futuro, cuando me muera. Me basta imaginarme que voy a ser un tomate maduro, porque en algo me voy a convertir. El polvo no desaparece, nada desaparece. En este sentido diría que soy religiosa.

–¿Se podría, entonces, afirmar que su poesía es mística?

–Sí, sin que me lo proponga. Cuando una persona se siente parte del cosmos y se expresa, esta relación tiene que reflejarse de alguna manera en lo que crea. A mí me conmueve que exista el trigo y que los panes puedan multiplicarse. Ese es el milagro de la vida, los demás son milagritos.

–Lo que sorprende de Cuando las sombras, más que los temas, serían ciertos climas subrayados por la certeza de la muerte y de las ausencias, pero enunciados desde cierta madurez. Ahora cuesta leer esos poemas como el primer libro de una poeta en formación.

–No sabría cómo explicarlo... El sentido de la muerte y de la ausencia se adquiere muy rápido en la vida. Casi diría que es una categoría que está dentro de uno y que no tiene que ver con la edad, al menos no en mi caso. Tal vez puede haber agudizado este sentimiento el hecho de haber perdido una hermana muy joven. Tal vez, pero no puedo asegurarlo...

Jamás comete el pecado del exceso de énfasis cuando habla. Más bien prefiere extender un manto de dudas, lanzar un “no sé”, “no estoy segura”. Amable y atenta, no deja de ofrecer café. “El poema es un juego peligroso que fija el instante, y móvil para siempre, es otro”, escribió en El cuerpo. La poeta Mirta Rosenberg planteó que desde un verso despojado, casi aforístico, “la poesía de Rotzait puede crecer sin desbordes hasta hacerse extensa y conquistar de punta a punta el blanco de la página sin volverse prosa, sin sucumbir a la voluntad de narrar in extenso. Puede arder en la fogata lírica y volverse puro pensamiento o cosa a secas prescindiendo de adjetivos, abrirse al centelleo áureo de los universales o concentrarse en la árida materia empobrecida del lenguaje cotidiano de una sociedad que ha olvidado los nombres que dan vida a las cosas”. Rotzait sostiene que no cree que tenga influencias de ningún escritor, aunque en varios de sus poemas aparezcan mencionados, entre otros, Safo, Robert Walser, Blanchot, Tolstoi, Kantor, Raúl González Tuñón y Celan. “Escribo, simplemente, por el hecho de que lo necesito. Si mañana no lo necesitara, no escribiría nunca más. Así que no me veo influenciada por nadie. Lo que sucede es que amo la literatura, es una de las cosas más hermosas que me pasan en la vida, y es como una reverencia que hago frente a estos autores. Son abrazos que les doy a ciertos escritores a los que he leído.”

–Pero aunque escriba por necesidad, resulta difícil hacerlo prescindiendo del placer que le ha generado la lectura de esos autores.

–No tengo memoria y esto es real. Para mí el pasado no existe; en un poema digo, y esto es absolutamente autobiográfico, que cuando me despierto tengo que recomponer mis rasgos porque no me acuerdo quién soy. Sigo viviendo, recomponiendo mis rasgos, y dentro de esos rasgos está Perla Rotzait. Como no tengo pasado, supongo que las lecturas se incorporan como si fueran mi sangre y traduzco después mis sentimientos, pero transmutados y convertidos en sangre. No recuerdo hechos pasados de mi vida, los evoco. Si me preguntaran cómo era la casa donde nací, puedo contar todos los detalles porque era una casa preciosa, pero no se me ocurre jamás recordar mi casa de Viamonte 1073; puedo evocar esa casa, que es diferente. Sé que no tener recuerdos es muy terrible, incluso para mucha gente es despreciable, pero en mí se da así. Es como si cada día se cerrara y al día siguiente yo naciera nuevamente.

–¿Su necesidad de escribir poesía puede estar relacionada con el hecho de no tener memoria?

–Ah... no sé, no necesito encontrar explicaciones para sentirme bien y fuerte. Entiendo que a la gente el misterio le resulte tan inaguantable y que necesite a toda costa encontrar razones y racionalizarlo todo, pero yo no. Me manejo muy bien con el misterio, me encanta, no me asusta, convivo con él.

–¿Le sucedió como en uno de los poemas de El cuerpo de romper sus poemas, de tirarlos al aire?

–No, nunca tiré al aire mis poemas, pero sí me pasó de sentir un gran disgusto con lo que había escrito. Ahora tengo un libro armado, que si no lo vuelvo a rehacer, no lo publicaré. Cuando lo terminé, me pareció una maravilla, qué bien que está esto, cómo lo logré, y después lo dejé dos o tres meses y cuando lo releí me pareció un horror. No me sucede con frecuencia, pero cuando me pasa algo así, dejo respirar a los poemas y después de un tiempo los retomo para ver si se pueden salvar o no.

–¿Por qué en Cuando las sombras no usa puntos finales?

–Esas eran coqueterías que tenía cuando era más joven (risas). No ponía puntos pero usaba mayúsculas, lo que sería un contrasentido. Podría decir que quería darles mayor valor al espacio o bien a los signos de puntuación; no era solamente las palabras, sino todo lo que estaba alrededor del poema, que es muy importante. Ahora me pregunto qué significado tiene no haber puesto puntos. Y, la verdad, fue por pura coquetería... (risas).

A pesar de su reticencia hacia los cenáculos y capillas literarias, frecuentaban la casa de Rotzait, en las tertulias que organizaba y que la convirtieron en una suerte de referente de la cultura de su época, María Teresa de León, Aurora Bernárdez, Julio Cortázar, Olga Orozco, Rafael Alberti, Alberto Girri, María Granata, Ernesto Schoo, Italo Calvino, Miguel Angel Asturias, Alejandra Pizarnik y Arnaldo Orfila Reynal, entre otros. “Alejandra Pizarnik venía a casa con Elizabeth Azcona Cranwell, que decía que éramos ‘las hermanitas’, aunque podría haber sido la madre, y no digo la abuela porque ya es un poco exagerado. Alejandra, aparte de su gran talento, tenía mucha habilidad para relacionarse en el campo de la poesía. Pero yo no, no me movía en ningún campo. Nunca estuve en ningún círculo de ninguna especie.”

–¿Por qué construyó una obra ajena a todos los movimientos, en períodos en los que la pertenencia a un grupo era tan fuerte?

–Simplemente porque creía en el ángel de la guarda. Y lo digo muy en serio. Creía que, con una idea muy romántica, no había que buscar nada, que si las cosas que uno hacía valían, alguien tenía que saberlo y se acercaría. Sé que es absolutamente disparatado. Si alguien se pone a escribir poesía, espero que no me imite (risas). Pero si me hubiera puesto a buscar, me hubiera sentido muy mal. Supongamos que tuviera dos o tres lectores, eso ya sería un lujo para un poeta. No recomiendo esta filosofía para vivir, no fue algo buscado, siempre fui así. Y soy así.

–Tan mal no le fue practicando esta filosofía, ¿no?

–No me fue nada mal, le estoy muy agradecida a la vida.

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