LITERATURA › AMOS OZ, FLAMANTE GANADOR DEL PREMIO PRINCIPE DE ASTURIAS A LAS LETRAS
El jurado señaló que “contribuye a hacer de la lengua hebrea un brillante instrumento para el arte literario y para la revelación de las realidades más acuciantes”. En su obra, el autor de Contra el fanatismo defiende un entendimiento entre israelíes y palestinos basado en la cabal comprensión del otro.
› Por Silvina Friera
El fanatismo, más viejo que el Islam, el judaísmo y el cristianismo, forma parte de la naturaleza humana, y para Amos Oz es “más contagioso que cualquier virus”. El no estuvo exento de padecer esta enfermedad y más de una vez admitió que de niño también fue un pequeño fanático con el cerebro lavado, “un chico de Intifada judío”. Pero pocos lograron inmunizar y generar anticuerpos literarios tan poderosos ni aprendieron a escuchar tan bien como él, aunque salir del universo fanático, poder ponerse en la piel y llegar hasta el alma del otro no sea nada fácil. En su novela Una pantera en el sótano deja en claro que la vida en blanco y negro es demasiado cómoda por su simplicidad, y precisamente el que la abandona será inevitablemente acusado de traidor, “aquel que cambia a los ojos de los que no pueden cambiar”. Para el fanático –incapaz de cambiar–, la figura del traidor es insoportable, porque ha escapado de la jaula en la que estaba atrapado. A los 68 años, el escritor y periodista israelí, considerado uno de los autores más importantes de la narrativa hebrea contemporánea y uno de los intelectuales más comprometidos con el proceso de paz en Medio Oriente, desde el movimiento político Paz Ahora –que él mismo fundó en los ’70–, fue distinguido ayer con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por “la defensa de la paz entre los pueblos” que hace en su obra. El jurado que anunció el premio en la ciudad española de Oviedo señaló que Oz “ha contribuido a hacer de la lengua hebrea un brillante instrumento para el arte literario y para la revelación certera de las realidades más acuciantes y universales de nuestro tiempo”.
Gran admirador de Chéjov, de quien se considera discípulo, Oz reconoció que se siente “honrado” por haber obtenido este galardón. “En tanto que gran amante de la literatura española e hispanoamericana, es para mí un honor particular ser reconocido con este premio”, dijo el escritor israelí en una conversación telefónica con el diario El País de España, minutos antes de tomar un vuelo hacia Londres. “No siempre escribo sobre historia e identidad. Si me pide una palabra, diré que escribo sobre familias. Si me pide dos, diré que escribo sobre familias infelices”, arriesgó Oz. “Veo una oportunidad real de que haya progresos entre los israelíes y los palestinos. El divorcio entre los palestinos extremistas y moderados hace posible que Israel haga la paz con los palestinos moderados”, evaluó el ganador del Príncipe de Asturias de las Letras y varias veces candidato al Premio Nobel de Literatura. “Creo en una solución de dos Estados a lo largo, más o menos, de las fronteras del 67. Habrá que hacer algunas modificaciones, acordadas, al trazado. Tenemos que dividir la casa en dos apartamentos. Habrá que intercambiar tierras para reconocer la realidad demográfica en los territorios palestinos y en Israel.”
Escritor y académico de la lengua hebrea, Amos Klausner (apellido paterno del que después renegaría) nació el 4 de mayo de 1939 en Jerusalén, en el seno de una familia judía de emigrantes rusos y polacos. En Una historia de amor y oscuridad, autobiografía novelada, el escritor israelí cuenta que sus cultos y eruditos padres, que habían estudiado en Praga, como sus abuelos procedentes de Lituania, Ucrania y Rusia –su abuela Shlomit inauguró el primer salón literario hebreo que hubo en Odessa–, se definían como europeos, fieles a esa idea trasnacional de refinamiento moral y humanista de Europa. El padre de Oz hablaba siete idiomas y podía leer en 17; su madre –que se suicidó cuando él tenía doce años– podía expresarse sin problemas en otros cinco. Hace 75 años los únicos europeos eran aquellos judíos políglotas, “amantes de Europa incondicionalmente”, que, paradójicamente, luego serían perseguidos, asesinados y arrojados con violencia fuera de las fronteras europeas.
En 1953, cuando tenía catorce años y aún imaginaba que sería músico, se rebeló contra los valores burgueses y la atmósfera erudita de su familia, enfrentó a su padre y abandonó Jerusalén. “Decidí convertirme en todo lo que mi padre no era”, recordó el escritor. “El era de derecha, yo decidí ser socialista. El era un erudito, yo decidí manejar un tractor. El era un intelectual, yo decidí ser un granjero socialista. Y entre otras cosas, también decidí adoptar un nuevo apellido hebreo, Oz, que significa ‘coraje, determinación, fuerza’, cosas que necesitaba profundamente cuando dejé mi casa y me fui a vivir solo en un kibbutz (las granjas colectivas que simbolizaron el socialismo sionista).” Sólo salió del kibbutz de Hulda, donde vivió hasta 1986, para cursar la carrera de Filosofía y Literatura en la Universidad Hebrea de Jerusalén, hacer el servicio militar (1961) y combatir –“no por los lugares santos, sino por la vida”–- en las guerras de los Seis Días (1967) y de Yom Kippur (1973).
Autor de novelas y ensayos traducidos a más de 30 lenguas, entre su obra se destacan Las tierras del chacal (1965), Mi marido Mikhael (1968), elegida en Alemania como una de las cien mejores del siglo XX; Hasta la muerte (1971), Tocar el agua, tocar el viento (1973), La colina del mal consejo (1976), y Soumchi (1978), Un descanso verdadero (1982), Una paz perfecta (1982), La caja negra (1987), Para conocer a una mujer (1989), La tercera condición (1991), No digas Noche (1998), donde menciona a Borges, de quien ha dicho que “está sin duda cerca de mi corazón”; Una pantera en el sótano (1998), El mismo mar (2002), la autobiografía novelada Una historia de amor y oscuridad (2002) y La bicicleta de Sumji (2005), además de ensayos como Voces de Israel (1983) o Contra el fanatismo (2003). “Como novelista, para mí es un enorme desafío y también un enorme placer escribir en hebreo moderno, porque es una lengua volcánica, musical, llena de posibilidades y también de vibraciones y ecos antiguos. Pero todavía pienso que escribir ficción en hebreo moderno es a veces como tocar una pieza de música de cámara en una inmensa catedral: hay que tener mucho cuidado con la acústica, porque con una sola palabra equivocada uno puede invocar toda una cascada de ecos, vibraciones y temblores. A veces uno quiere hacer justamente eso y entonces el hebreo moderno es un instrumento musical ideal”, aseguró el escritor, que ha recibido múltiples distinciones como el título de Oficial de las Artes y las Letras de Francia, Premio Fémina a la mejor novela extranjera publicada en Francia por La caja negra (1988), Premio de la Paz de los libreros alemanes (1992), Premio Nacional de Literatura de Israel (1998), Premio Libertad de Expresión de Noruega (2002) y Medalla Internacional a la Tolerancia de Polonia (2002), entre otros.
Oz sostiene que nunca pretendió que sus novelas se convirtieran en manifiestos políticos. “Jamás escribí una novela o un cuento para cambiarle a la gente sus ideas o sus puntos de vista políticos. Mis puntos de vista políticos se encontrarán más en mis ensayos y artículos que en mis novelas –advirtió el escritor–. En algunos círculos conservadores israelíes tengo reputación de ser un radical entusiasta. Pero en realidad nunca me consideré un radical, pienso que soy un evolucionista, y alguien que cree que contemporizar es vida y que la mayoría de los conflictos tiene que resolverse mediante algún tipo de desdichada contemporización chejoviana.”
El infatigable Oz, cuyos artículos publican los principales diarios de Europa y Estados Unidos, no se cansa de repetir que israelíes y palestinos son víctimas de un largo conflicto que debe resolverse sin fanatismos. “Creo que defiendo los derechos de ambas partes –señaló el escritor–. Nunca he sido pro-palestino, al estilo de Jane Fonda cuando durante una época fue pro-Vietcong. Nunca he visto el conflicto como una película del Oeste, con buenos y malos. Tanto los judíos como los palestinos tienen una reivindicación muy fundamentada. Una causa muy justa, que ambos defienden a veces de forma equivocada. Lo triste es que esas dos reivindicaciones justas tienen que ver con la misma tierra. Esto es una tragedia porque ambas partes no poseen más territorio, no tienen ningún otro lugar al que dirigirse. Lo que siempre he tratado de hacer ha sido describir la dimensión trágica de un conflicto entre lo justo y lo justo.” El principal error israelí, en opinión de Oz, fueron los asentamientos en los territorios ocupados. “Yo los rechacé y los objeté desde el principio, en 1967, y todavía pienso que es el error más trágico que cometió Israel.”
En Contra el fanatismo, Oz afirma que la literatura, que se entrega al ejercicio de imaginar a los otros, de ponerse incluso en el lugar del enemigo y comprenderlo desde dentro, es el verdadero antídoto contra la intolerancia, la violencia y la muerte. Asumir vidas ajenas, que es lo que hace el novelista cuando se inventa personajes, implica poner las bases para un contrato de buena vecindad, por muy disímiles e incluso antagónicas que sean esas vidas. Los libros de Oz son, además de prodigiosa ficción, lecciones de ética que arrojan un poco de luz en medio de tantas sombras y cegueras.
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