Sábado, 28 de julio de 2007 | Hoy
LITERATURA
Entrerriano y radicado en Formosa, este narrador, poeta y profesor de literatura de la Universidad Nacional de esa provincia ganó el premio por unanimidad con Teoría del desamparo. Y no oculta su emoción: “Los premios nunca pasan de Rosario”, dice.
Por Angel Berlanga
Apenas le dieron la plaqueta del premio la levantó con las dos manos y la sacudió unas cuantas veces por sobre la cabeza, emocionadísimo. De haber tenido a mano un champán, Orlando Van Bredam lo habría agitado para derramar su lluvia de espuma sobre quienes el jueves se acercaron hasta la Casa de la Cultura para asistir a la entrega del Emecé de novela. Qué contento estaba este profesor y narrador y poeta de El Colorado, Formosa, radicado allí desde 1975, nacido en Entre Ríos en 1952. Varias veces, durante los minutos en los que habló de su lugar, de compañeros y amigos, de cómo recibió la noticia, de lo que signa su tarea en una provincia tan alejada de la Capital, la voz estuvo por írsele hacia el llanto. “Me divierte muchísimo escribir –dijo sobre el final–, pero me divierte mucho más saber que ahora alguien va a publicar mis libros sin que yo tenga que pagarlos, ni andar llorando por ahí, como les sucede a tantos escritores argentinos que vivimos olvidados en este país.”
Van Bredam presentó Teoría del desamparo con el seudónimo de “El vigía” y el asunto quedó en suspenso hasta las tres de la tarde del martes pasado, cuando sonó el teléfono en su casa de El Colorado. “Cuando suena a esa hora uno dice ‘estos son los porteños, que nos boicotean la siesta para recordarnos que debemos la tarjeta naranja, la de crédito’”, contó el escritor a Página/12. “Y cuando me dijeron que hablaba Vlady Kociancich pensé que era alguien de Sáenz Peña, Chaco, porque allá todos se llaman así, Mila Milosevic, cosas así. Yo sabía quién era, obviamente, porque he leído a los grandes escritores. Y luego, cuando me dijeron que iba a hablar Andrés Rivera, pensé que era una broma de mis amigos. Lo que más me ha impactado del premio es el nivel insospechable de los jurados; creo que Abelardo Castillo es, después de Borges y Cortázar, el cuentista más importante que tenemos.” El fallo del jurado fue unánime y los tres coincidieron, en las breves líneas de sus pronunciamientos personales, en la carga de ironía del texto; Kociancich y Rivera destacaron la calidad de la escritura y el humor y Castillo “la disparatada lógica de su argumento”.
“Mi novela es una reflexión sobre los hábitos y las prácticas que operan desde lo político en una provincia como Formosa, que derivan en que de pronto cualquiera pueda ser culpable y que el culpable termine siendo inocente –dice Van Bredam–. Acá es el caso de un hombre al que le han puesto un cadáver en el baúl de su coche. Y como suele suceder en la Argentina, el cadáver no sólo connota la presencia de un asesino, sino también cuestiones políticas y sociales. Imagínese si usted estuviera en Formosa y le pusieran el cuerpo de un diputado en el baúl de su coche, qué haría, a quién le avisaría. Esta novela empieza así, cuando Cátulo Rodríguez, un pusilánime de clase media que lleva una vida absolutamente normal, padre de una familia tipo con ingresos limitados y dos hijos adolescentes, que no encuentra satisfacciones en su vida ni en su trabajo pero que considera que todo está bien, abre el baúl del auto y se topa con el cadáver. A partir de ahí todo cambia, pero preferiría no contar más.”
El novelista se sorprende: “Es insólito que un escritor periférico, de Formosa, gane un premio: los premios nunca pasan de Rosario”. Hasta ahora aquí era casi un desconocido y no le había sido publicado ninguno de sus textos, a pesar de que es autor de una vasta obra; ha escrito el ensayo La estética de Armando Discépolo, cinco libros de poesía (tres de ellos premiados), varias obras teatrales, dos volúmenes de cuentos, otros dos de microficciones y cuatro novelas. “Sospecho, porque nunca he investigado, que mis abuelos vinieron de Bélgica, a fines del siglo XIX, en la época de la colonización, a Entre Ríos, de donde soy oriundo –explica–. Yo sería como cuarta descendencia.” Van Bredam es profesor en Letras y está a cargo de las cátedras de Teoría literaria y de Literatura Iberoamericana en la Universidad Nacional de Formosa. “Mi generación ha sufrido mucho el trato con García Márquez, el realismo mágico, pero a partir de un gran amigo, Mempo Giardinelli, que nos ha pegado unas buenas bofetadas, hemos reflexionado”, afirma. “A lo mejor queda grande la definición, pero creo que en mí y en otros escritores del interior se está produciendo un realismo crítico. Hay que encontrarle el lado arltiano a la literatura del interior para que deje de ser costumbrista.”
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