Lun 06.08.2007
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LITERATURA › ENTREVISTA AL MUSICO Y ESCRITOR SERGIO PANGARO

“Me gustaría ser un dandy al estilo de Oscar Wilde”

Auténtico personaje de la escena porteña, el cantante de Baccarat se luce ahora con la edición de Señores chinos, un libro que reúne los textos que fue publicando en la revista Tokonoma.

› Por Silvina Friera

Camina despacio, casi en cámara lenta, subrayando su elegancia. ¿Es o se hace el dandy? El dirá que no es un dandy, pero si todo depende de la mirada de los otros y del imaginario que se construye en torno de su figura, la respuesta es sí. Tiene un traje azul Francia de los años ’70, camisa blanca, zapatos marrones y el pelo engominado. Sergio Pángaro cruzó literalmente la ciudad para encontrarse con Página/12 en el bar de una librería de Palermo. Vive en Constitución, sobre la calle Santiago del Estero, a dos cuadras de la estación. ¿Qué dirán en el barrio las amas de casas, las prostitutas, las dominicanas, los dueños de los bares y los taxistas cuando lo ven así vestido? “Ya se acostumbraron, formo parte del lugar, pero la verdad es que ellos son mucho más exóticos que yo”, dice el músico y escritor. Si el señor Tao –uno de los personajes de Señores chinos (Editorial Vestales), libro en el que reúne los relatos que publicó en la revista Tokonoma– domina al máximo la virtud de ser servicial, Pángaro saca varios cuerpos de ventaja en el arte de la conversación.

Amalia Sato, editora de Tokonoma, plantea en la contratapa del libro que Pángaro obra “con la ilusión de que el aleteo de una mariposa provoque una acción en las antípodas, lanza frases sentenciosas que, como líneas del Tao Te King, aplazan el juicio”. Y añade que en “sus relatos, como en demorado script, las palabras, don de músico, se suceden como roces en la seda”. En Señores chinos el escritor entrega a los lectores bocados deliciosos que se aproximan a la luminosa economía de expresión y síntesis de la poesía. “Mi contacto con la poesía me permite condensar el contenido más que explotar los sentidos connotativos –confirma Pángaro–. Mi manera de condensar es reductiva, no tiendo a ampliar los significados sino que los brindo de a uno, copiando, si se quiere, un recurso orientalista. Está claro que yo coqueteo con la idea de una seudofilosofía orientalista, pero se trata de una falsa filosofía, por si hay algún distraído que cree encontrar un contenido de pensamiento. Para mí escribir estos relatos fue como un juego que me permitió liberarme”. Pángaro juega, por ejemplo, con las máximas negativas del Señor Tao: “Aprende a decir la verdad como si fueran mentiras. Siguiendo esta conducta nadie podrá distinguir tu falsedad”, o “El acercamiento no hace sino alejar al amado. Muéstrate distante y lo tendrás”.

En estos relatos aparece un joven narrador con problemas amorosos que, para alejarse del sufrimiento, se refugiará en la novedad de la orientalidad que le ofrecen los señores chinos con los que se irá encontrando: Tao, Wo, Kono, Fu y Po, entre otros. Hay un efecto contagio del tono del Tao Te King en la escritura de Pángaro. “Una de las cosas que me fascinan es que los traductores encontraban sus propias soluciones para transmitir problemas lingüísticos, algunos usaban las comillas o los paréntesis, otros ponían al lado de una palabra otra más corta que abarcaba lo que quería decir el término en su idioma original. Me fascinó que eso se transformara en una especie de poesía”, explica Pángaro. “Octavio Paz tiene versiones de poemas chinos del período Tang. Tuve la suerte de encontrarme con un libro de poesía Tang y percibí en la traducción una gran libertad narrativa. Arranca con una imagen que te deja paralizado, asociando quizá la luna con la casa donde está bebiendo vino, o el bosque con las hormigas que se comen el cuerpo de alguien que ya no quiere vivir más. Ahora me doy cuenta de que algo de eso hay en Señores chinos, que son narraciones que por momentos se transforman en poemas”.

–Sin embargo, parecería que fuera al revés: que son poemas que por momentos se transforman en relatos...

–En realidad es un elogio porque hay un misterio en la poesía que yo desconozco.

–¿El hecho de escribir canciones quizá lo acerque más a la poesía?

–No creo, porque la poesía tiene la música en sí. Siento que la música de la poesía va en contra de la música de la canción. Al principio no sabía lo que estaba escribiendo, pero cuando empezó a tener forma, me di cuenta de que el tono orientalista es una apariencia, más vinculada con la traducción, y que los personajes chinos son un tanto confusos. El narrador es un porteño joven que anda de acá para allá y que se refugia en la supuesta orientalidad para salir del sufrimiento. Los señores chinos que lo aconsejan son como unos señores de barrio.

–Y un poco chantas, ¿no?

–Sí, son en apariencia chinos, pero se parecen a los viejos de los bares que de pronto la pueden pegar con un comentario, pero que también se mandan cualquiera (risas).

–El narrador se queja de que el amor es ciego y el señor Tao agrega: “ciego y una pizca de idiota”. ¿Qué función cumple para usted la ironía?

–La ironía es una habilidad que tengo y que muchas veces me salva del lugar peligroso del aburrimiento; es como si hubiera una especie de procedimiento para narrar los acontecimientos y llegado el caso, la ironía produce un quiebre del sentido, una sorpresa.

–¿Se considera un dandy?

–No, pero sé que los demás me ven como un dandy. Cuando me empezaron a catalogar así, me informé y comencé a incorporar cosas que me parecían interesantes del dandismo, como el hecho de buscar dilapidar la fortuna propia o ajena. No tengo una fortuna como los dandies históricos, pero de alguna manera lo soy. El que más me atrae es Oscar Wilde, pero también Lucio V. Mansilla. Wilde, además de dandy, era un gran artista, un maestro de la sensibilidad, aunque parecía un duro, un irónico. No soy un dandy porque necesito trabajar para asegurarme mi manutención. Me da la sensación de que hay un imaginario alrededor del dandy, que sería algo así como Isidoro Cañones, según el imaginario popular, y no me considero un dandy en ese sentido. Quizá me gustaría ser un dandy al estilo de Oscar Wilde.

–¿El dandy es una figura anacrónica en estos tiempos?

–Justamente me pregunto si puede haber algún dandy en esta época, si están las condiciones dadas. El último dandy quizá haya sido (Adolfo) Bioy Casares. No sé si hay lugar en esta sociedad para un dandy, tal vez sería un bohemio o un outsider. Siempre fue peligrosa la situación de vivir elegantemente y sin recursos, pero en otras épocas, la acción de no producir no significaba necesariamente quedarse al margen.

–Aunque no se considere un dandy, se viste como si lo fuera. ¿Qué tipo de ropa no usaría nunca?

–Jamás me pondría un jean (risas). Tampoco usaría esas zapatillas de muchos colores. Me gusta cómo me quedan los trajes cruzados de los años ’40. Usaría cualquier traje, excepto esos trajes de los años ’90, muy menemistas, que no me gustan para nada.

–El señor Tao le dice al joven narrador que el arte lo harta. ¿Alguna vez tuvo esa sensación de hartazgo?

–Sí, a veces siento que el arte me harta. Soy muy mezquino con mi vida, en el sentido de que las cosas interesantes que me pasan terminan siendo objeto de anotación y observación para luego ser utilizadas en lo que escribo. Y me doy cuenta de que pierdo el respeto por la vida en sí, como si tuviera que servir para algo. Quizá haya bocetada una teoría del arte en esa frase. Tengo la sensación de que la historia de la iconografía o del metasentido de los símbolos avanzó, pero la idea de artista quedó detenida en un momento histórico. A veces hay un espíritu artístico en personas que permanecen ajenas, llamando la atención sobre algo. El curador es una nueva figura de artista porque adquiere protagonismo su selección específica, hace que la sensibilidad tenga una nueva vida sobre los objetos o sobre cosas no artísticas que trascienden las apariencias. Lo que harta es encontrarle un sentido al dolor, al pensamiento. El valor del arte no importa legítimamente, a veces un plagio es mejor que la obra original. En este sentido, el arte no tiene moral.

Pángaro dice que hace tiempo que no encuentra una fórmula que valga la pena en la literatura. “Tengo bocetos enormes de novelas, con mucho palabrerío y muchas ideas enredadas. Es muy difícil arreglar eso, hay cosas interesantes que se van arruinando con el transcurso de la lectura. Ahora siento que si el texto arranca bien, tengo más posibilidades de que termine bien. Antes tenía más energía para limpiar. Este libro era tres veces más extenso, mi trabajo fue por vaciamiento, fui tachando mucho.”

–¿Se siente un escritor?

–No de oficio. Estoy conforme con ciertos recursos que utilizo con comodidad en la literatura, pero no tengo la conducta que se supone tiene un escritor. Tengo más resultados con la música que con la escritura. Mi actitud ante la literatura es más relajada, si no aparece una idea que valga la pena, no escribo. En cambio con la música, si no tengo una idea, la busco y la trabajo.

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