Lunes, 15 de octubre de 2007 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR MEXICANO JORGE VOLPI
Integrante de la llamada “generación crack” de autores mexicanos que rompió con el realismo mágico, vino a Buenos Aires a presentar No será la tierra, novela que cierra su trilogía sobre el siglo XX. Volpi explica de qué manera su libro, ambientado en la Unión Soviética, funciona también como un ajuste de cuentas en el terreno de la historia, la ciencia y la literatura.
Por Silvina Friera
En su infancia decía que quería ser científico, pero en el momento en que tuvo que optar por una carrera, eligió estudiar Derecho y después Letras. ¿Por qué decidió tomar un camino en vez de otro? El escritor mexicano Jorge Volpi cuenta a Página/12 que recicló parte de este interrogante, que muchas veces reaparece cuando repasa su vida, en el laboratorio de la ficción. Durante diez años se entregó al más ambicioso de los experimentos que hasta ahora pudo concebir: escribir una trilogía fáustica sobre el siglo XX, que fuera también un ajuste de cuentas en el terreno de la historia, la ciencia y la literatura. En No será la tierra (Alfaguara), culminación de esta extraordinaria tentativa, el escritor extrema la condición de la novela como campo de exploración y experimentación al mezclar con mayor intensidad que nunca el ensayo y la ficción. Esta mezcla le permite capturar la esencia de lo humano y mostrar, a través de un puñado de personajes inolvidables, cómo los hombres y mujeres se adaptaron o no a las grandes transformaciones del siglo pasado. Combinando el principio científico de la causalidad circular y la estructura del teatro, esta novela en tres actos –“más tolstoiana que dostoievskiana”, según la define el autor– comienza con un preludio, la catástrofe de Chernobyl, y continúa con una seguidilla de transmutaciones: la caída del Muro de Berlín, el golpe de Estado contra Gorbachov y el ascenso de Yeltsin, y el derrumbe de la Unión Soviética.
Yuri Mijáilovich Chernishevski, el narrador de la historia, se define como “un animal que, pese a los infinitos progresos de la ciencia, no logra comprenderse a sí mismo”. Tal vez añora la época en que fue un héroe para la izquierda radical por haber sido un periodista y escritor independiente que se enfrentó a Yeltsin. Por esta necesidad imperiosa de comprenderse, el día en que es sentenciado a quince años de prisión por el asesinato de la mujer que amó, Eva Halász –cerebro de la informática, obsesionada por descubrir los secretos de la inteligencia–, decide escribir un libro que sea un “ajuste de cuentas”, No será la tierra. Este narrador, minucioso testigo y partícipe de varios de los hechos que expondrá, relatará con lujo de detalles la vida de cinco mujeres. Eva, la científica húngara que él mató “por accidente”, la mujer imposible de poseer. Para ella no había palabra más empalagosa que el amor, al que definía como “una máscara para disfrazar una necesidad evolutiva: el deseo de atrapar a un hombre para siempre, o al menos durante unos años, a fin de convertirlo en proveedor de genes y alimentos”.
Irina, bióloga soviética, contempla azorada la reacción de sus compatriotas ante los cambios en la URSS y piensa que el fin del comunismo no los ha hecho cambiar, que “aún tienen alma de policías” mientras que su marido, Arkadi –ex homo sovieticus feliz–, proclama que cada hamburguesa de Mc Donald’s representa un triunfo de la libertad para los rusos. La hija de ambos, la joven Oksana, se lacera su propio cuerpo, abraza la poesía de Anna Ajmatova, escribe poemas, canciones y un diario, y terminará sus días en las sombrías calles de Vladivostok. El quinteto de mujeres se completa con Jennifer, funcionaria del Fondo Monetario Internacional –fiel ejecutora de las recetas que se cocinan en el “altar de la economía del planeta” en Zaire, México o Rusia– que mantiene un matrimonio de conveniencia con Jack y cultiva, como muchas mujeres de su clase, una doble moral: su marido puede tener todas las amantes que quiera, entre otras Eva, “siempre y cuando se cuide”. Allison, exacto reverso de su hermana Jennifer, pasará de militar en distintos grupos ecologistas, como Greenpeace y Earth First, a integrar la Coalición por los Niños, una organización no gubernamental cuyo principal objetivo consiste en proteger los derechos infantiles en Gaza y Cisjordania.
Volpi, miembro de lo que se denominó la “generación crack” de escritores mexicanos que rompió con el realismo mágico en la literatura latinoamericana, dice que se dio cuenta de que podía aspirar a componer una trilogía cuando estaba terminando de escribir En busca de Klingsor, novela con la que ganó el premio Biblioteca Breve en 1999 y que lo convirtió en un fenómeno literario. Por primera vez un escritor latinoamericano, menor de treinta años, ganaba ese premio. Guillermo Cabrera Infante, uno de los miembros del jurado, dijo que le parecía haber estado leyendo a un autor alemán. Si en esta primera novela indagó en la responsabilidad moral de los científicos durante la Segunda Guerra Mundial, en la segunda, El fin de la locura, se concentró en la actitud de los intelectuales en América y Francia en las décadas del sesenta y setenta. “Disfruté mucho de la experiencia estética de mezclar historia y ficción, de investigar algunos de los acontecimientos centrales del siglo XX, de imaginar tantos personajes y combinar discursos tan distintos”, señala Volpi. Antes de empezar a escribir la última de las novelas, el escritor viajó a Rusia. “Me sorprendió ver los contrastes entre la pobreza extrema y el despliegue de lujo en San Petersburgo; nunca había visto algo así en mi vida”, confiesa, y recuerda que se sumergió en un proceso muy largo de documentación que duró tres años y medio. Revolvió archivos y bibliotecas, y con esa paciencia y calma con la que manifiesta su timidez, aclara que trató de construir un verosímil, “hacerle creer al lector que conozco el alma rusa”.
“Siempre me pareció que la historia de la caída de la Unión Soviética era una especie de tragedia griega, como la caída de Troya en la Ilíada. En ese sentido se me ocurrió esta estructura de ‘teatro de la historia’ trágico”, plantea el escritor. “La ciencia está presente a lo largo de todo el libro, es el motor; la pregunta es cómo unas cuantas personas se adaptaron o no, sobrevivieron o no a esas transformaciones de fines del siglo XX. Hay un punto de vista biológico en toda la novela, que se corresponde también con nuestra búsqueda del genoma humano, que es parte de la trama.”
–En cuanto a ese punto de vista biológico, ¿habría una perspectiva darwinista?
–Sí, hay una parte evolutiva que está presente en toda la novela. Los seres humanos, en la tragedia griega clásica, están dominados por los dioses, y en el caso de esta novela, por sus genes. La idea es que nuestros genes son máquinas de sobrevivencia que nos dominan y quieren todo el tiempo reproducirse y permanecer.
–¿Por qué Yuri, el narrador de la historia, un hombre celoso, alcohólico y violento que mata por amor, consigue generar empatía con el lector?
–Es uno de los grandes retos del escritor: cómo hacer para que un narrador que ha cometido un crimen termine resultando simpático, y que el lector quiera saber sus motivos y conocer toda la historia que quiere contar y pueda identificarse con él. Si un narrador es muy distante, normalmente no ocurre esta identificación. Lo que está haciendo el personaje, a lo largo de esas casi 600 páginas, es justificarse frente al lector y a la historia.
–Uno de los personajes dice que entre todas las mezclas químicas posibles, “la más explosiva y peligrosa consiste en unir la ciencia con la política”. ¿Escribir la trilogía le permitió llegar a esta conclusión?
–Sí, la cercanía entre los científicos y los políticos siempre es peligrosa porque las personas que se dedican a la ciencia terminan al servicio del poder, o se convierten en sus principales víctimas. Después de escribir esta trilogía me di cuenta de que durante todo el siglo XX el ser humano no ha aprendido de sus errores y los repite constantemente.
–¿Por qué cree que ocurre esto?
–Hay una especie de amnesia, nos olvidamos que muchas veces nos mueve el odio y lo irracional. Pese a que nos creemos seres tan racionales, seguimos dominados por motivaciones irracionales. Varios de los personajes de la novela, aparentemente muy racionales (hay dos científicas y una economista), al final terminan gobernados por lo irracional.
–En No será la tierra parece que las mujeres tienen más dificultades para enamorarse, para amar, que los hombres.
–Sí, es cierto, y creo que es la reacción ante lo que se pensó durante tanto tiempo. En toda la historia de la literatura del siglo XX es la mujer la que se enamora, la que sufre, y aquí, en cambio, son todas mujeres duras, aunque al final terminan sufriendo por amor, pero aun así intentan planearlo o lo desprecian, como Eva, o se sienten muy independientes. Alguien me dijo que Eva era una mujer que se comportaba como si fuera un hombre. No sé si es así exactamente, pero sí hay en ella un desencanto inicial de no creer en el amor, a pesar de que lo siente.
–¿La novela es para usted lo que para el científico es el laboratorio?
–Sí, la novela es un ámbito en donde se puede experimentar con la ciencia, la historia, el arte, la ficción; y en ese laboratorio podemos ver cómo serían los comportamientos de los personajes frente a ciertos hechos o ante otras personas. La novela es una forma de explorar el mundo, un camino de búsqueda. La naturaleza esencial de la novela es investigar a través de la ficción.
–En un momento se dice que “la poesía puede ser un arma de combate, sirve para decir cosas que no pueden decirse de otro modo”. ¿Qué papel cumple la poesía en esta novela?
–Todos los personajes son científicos o políticos, aparentemente racionales, que viven en un mundo real que poco tiene que ver con el arte. El único personaje que en medio de todo esto intenta salvarse con el arte, con la poesía, es Oksana, la adolescente rusa, y es el contrapunto de todos los demás. Por eso termina siendo un personaje tan entrañable para mí, por esa fragilidad que intenta combatir a través de la poesía y de la música.
–¿Le hubiera gustado ser poeta?
–Sí, me hubiera gustado escribir poesía, pero nunca me he sentido capaz. Quizá es el género que más me gusta; en la poesía está la máxima condensación del lenguaje. Si uno no escribe poesía, se termina idealizando la posibilidad de despojarse de las historias para estar solo con las palabras.
–¿A qué atribuye que haya tan pocas novelas que incluyan la ciencia como parte de la trama?
–Supongo que tiene que ver con el poco desarrollo científico que ha habido en América latina. La división entre las humanidades y la ciencia se volvió tan tajante que no hay una visión más unificada de la enseñanza de la ciencia y la literatura.
–Pero también hay responsabilidad de los escritores, que se desentienden de la ciencia.
–Sí, es cierto, pero a mí la ciencia me parece fascinante; por eso dos de mis novelas tienen que ver con la ciencia. La ciencia es una de las mejores creaciones del ser humano, de lo más apasionante, y se puede volver literatura de manera no complicada.
–¿La novela es escéptica o el siglo que retrata es demasiado escéptico?
–La novela es terriblemente escéptica, quizá es una de mis novelas más pesimistas, pero el siglo XX no es escéptico, al contrario, es un siglo de gente muy convencida. Es el siglo donde avanza más la ciencia y la técnica; hemos sido capaces de crear cosas fascinantes, pero al mismo tiempo somos incapaces de ser menos injustos y arbitrarios, incapaces de entendernos con los otros y de comprender que hay una injusticia permanente en la desigualdad.
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