Martes, 6 de noviembre de 2007 | Hoy
LITERATURA › MARTIN KOHAN, GANADOR DEL HERRALDE
Su novela premiada, Ciencias morales, cuenta cómo se vivió la época de la dictadura dentro del Nacional de Buenos Aires.
Por Silvina Friera
Colegio Nacional de Buenos Aires, año 1982. Los últimos estertores de la dictadura militar argentina fluyen por los muros gruesos de la escuela más prestigiosa del país; la intolerancia y el fascismo están a la orden del día. Impera la sensación de claustrofobia y opresión. María Teresa, una de las preceptoras del colegio, es una ignorante maestra de ceremonias en la aplicación de las normas y la corrección de las conductas. Deberá encontrar el punto justo para una mejor vigilancia, una mirada alerta a la que no se le escape nada, pero que no sea evidente. Por este carril del pasado reciente se desplaza Ciencias morales, con la que el escritor Martín Kohan acaba de obtener el premio Herralde de Novela, dotado de 18.000 euros. La obra ganadora, seleccionada entre un total de 201 manuscritos –con amplia presencia de escritores latinoamericanos–, fue presentada bajo el seudónimo de Miguel Cané. Kohan, que fue alumno de ese colegio, apela a lo autobiográfico, pero excluyéndose como personaje, para narrar la historia de esta preceptora desde la distancia estratégica que siempre confiere la tercera persona. El jurado, integrado por Salvador Clotas, Juan Cueto, Esther Tusquets, Enrique Vila-Matas y Jorge Herralde, señaló que extramuros de ese colegio donde estudian y han estudiado las futuras clases dirigentes, “hay otro mundo, hay un país que acaso se le asemeja”. La novela, según el jurado, confirma “la extraordinaria madurez narrativa de uno de los autores más inteligentes, más estimulantes de la reciente literatura argentina”.
Durante la conferencia de prensa, Kohan –nacido en Buenos Aires hace cuarenta años, profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires y autor de las novelas Dos veces junio y la más reciente Museo de la revolución– recordó que el Colegio Nacional de Buenos Aires fue un centro en el que la represión durante la dictadura militar tuvo “una presencia particular”. El ganador del premio Herralde explicó que a la hora de escribir la novela trató de captar “cómo la intolerancia y el fascismo se introducen en aquellos aspectos más cotidianos como la escuela”. No es la primera vez que Kohan aborda la atmósfera de la dictadura militar en la vida cotidiana de seres grises, semejantes al médico que protagoniza Villa, de Luis Gusman. “¿A partir de qué edad se puede empezar a torturar a un niño?”, es la pregunta brutal con la que abre Dos veces junio, narrada desde la óptica de un conscripto en junio de 1978, mientras transcurre el Mundial de Fútbol. En diálogo con Página/12 desde España, Kohan cuenta que llegó el domingo a la noche a Barcelona, sabiendo que estaba entre los finalistas. “Venía pensando: ¡estos me van a traer hasta acá para aplaudir al ganador!”, bromea el escritor.
–¿Qué coincidencias puede establecer entre Ciencias morales y Dos veces junio?
–Tienen algo así como un aire de familia literaria. Comparten la idea de indagar las condiciones de la vida cotidiana bajo el control y la disciplina de la última dictadura. Pero narrativamente, por cómo está construida, incluso por sus materiales, Ciencias morales es muy distinta. Lo político está premeditadamente más diluido; mi intención era reproducir el hermetismo y la asepsia que el colegio buscaba y que al mismo tiempo hacía que la realidad se le metiera por las grietas, por donde menos se esperaba. La novela está construida como si la realidad política o social no existiera, pero dejando ver que estaba allí.
–¿Por qué decidió contar la historia desde la óptica de la preceptora?
–Me interesan las figuras grises, mediocres. En la novela aparece un jefe de preceptores que está más claramente implicado en lo que fue la represión. La novela transcurre en el ’82, y la represión en el colegio queda como algo que aconteció unos años antes. Sin embargo, la novela no pone el foco en el jefe de preceptores, que tendría la condición de cuadro ideológico, incluso se insinúa que en su momento él confeccionó listas, sin que se explique mucho más sobre esas listas. Me atrae más la figura gris de la preceptora, que no compone el cuadro ideológicamente formado, sino que es un eslabón de ejecución. Pero sin esos eslabones menores, la maquinaria represiva no funcionaría.
–¿Por qué el hincapié está puesto en lo moral?
–Ese tipo de maquinaria siempre tiene el respaldo de un discurso moral sumamente riguroso. El título de la novela tiene que ver con que el colegio se llamó Colegio de Ciencias Morales, y para mí era casi un disparador de las cosas que quería abordar: ¿cómo se imagina una institución educativa que alguna vez se pensó como un colegio de ciencias morales? El procedimiento de control y de disciplinamiento de la preceptora tiene una base de moralización muy fuerte, y desde esa misma moralización se tuerce tremendamente. En realidad, lo que la novela cuenta es cómo la preceptora en su búsqueda de perfeccionar y sistematizar el control de la disciplina empieza a custodiar el área de los baños del colegio. Y en esta búsqueda, ella misma se va metiendo en una historia medio retorcida.
–¿La preceptora adhiere sin ser consciente de que lo está haciendo?
–Sí, los engranajes de transmisión de una máquina represiva no generan nada, pero transmiten algo todo el tiempo. Son enlaces de transmisión, y el lector puede ver el juego de ese discurso sin que el personaje lo vea. Esta novela está escrita en tercera persona, pero muy pegada al personaje de la preceptora.
–¿Se inspiró en algunos de los preceptores que tuvo en el colegio?
–Me parece que funcionó como en los sueños, con puntos de condensación en donde mezclé cosas distintas. Es una novela muy autobiográfica, excepto porque no estoy yo mismo. No hay nada que me toque directamente o que haya funcionado como una experiencia personal, pero sí está el registro del mundo que viví en esos años.
–Se podría afirmar que a través de la ficción intenta trabajar de manera similar a lo que hace Pilar Calveiro con los campos de concentración, pero en la vida cotidiana.
–Puedo decir que el libro de Pilar Calveiro, Poder y desaparición, me resultó tremendamente iluminador. Hay un planteo que ella hace: cuáles son las condiciones que tienen que darse en una sociedad para que pueda haber centros clandestinos de detención. No puedo decir que escribí Dos veces junio y ahora Ciencias morales desde esta pregunta, pero en este momento creo que es una pregunta muy legítima para presidir la lectura de ambas novelas.
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