LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR ALBERTO LAISECA
El autor de Los Soria “actuará” en Eterna Cadencia. Narrará en vivo los cuentos que durante años estremecieron a grandes y a chicos. “El miedo te hace más fuerte”, dice, y hay que creerle.
› Por Facundo García
Un Laiseca más peludo y con taparrabo de pieles debe haber desgranado historias en una ronda junto al fuego, hace miles de años. El bigotudo que ahora abre la puerta, en cambio, está bien plantado en este verano: su refugio reproduce el calor y la humedad del Vietnam donde una vez quiso ir a luchar, pero queda en Caballito. Y nada de eso impide que lo ronde un aire antiguo y venerable. No porque no quiera encender el ventilador (“¿Sabés que pasa, flaquito? Si lo prendo no vas a escuchar nada”), sino porque él se reconoce heredero de aquellas noches ancestrales, en las que los humanos descubrieron el placer de los cuentos. “Cuentos de terror”, podría agregar el entrevistado, con mirada capaz de pulverizar brujas al voleo. Se trata, entonces, de recuperar aquel ritual. Para eso el autor de Los Soria, un Gandalf real y atorrante que Tolkien jamás podría haber imaginado, está de vuelta en los escenarios. Después de que la TV abriera una nueva etapa de popularidad para el escritor de culto, las narraciones en vivo que el Conde Láisek presentará hoy y el próximo viernes (22) en Eterna Cadencia (Honduras 5574, a las 19) reúnen todos los condimentos para convertirse en un clásico.
–Ha publicado dieciocho libros, aunque últimamente trabaja bastante con el cuerpo y la voz. ¿Qué se gana y qué se pierde eligiendo una u otra forma de expresión?
–Van de la mano. La narración oral es un arte paralelo a la escritura. Hablar y escribir son como dos corrientes que pueden unirse en un único río, la literatura. El escritor es un actor, aunque no lo sepa. Si cuando vos escribís no actuás a tus personajes –aunque sea internamente–, te salen sin vida. Si no tienen vida, sos un mal escritor.
–De hecho, hubo quienes prefirieron la palabra hablada sobre la escrita, o viceversa. Ahí está Platón, que desconfiaba de los libros porque no permitían el diálogo. Vaya uno a saber qué pensaría sobre el arte de contar cuentos...
(Interrumpe, con voz inocente.)
–¿Y si nos transformamos en ñañas?
–¿?
(Amenazante.)–Escuchame: quedate piola, porque te voy a dar un cuetazo. Bastante que tenemos que aguantar esta lluvia para encima bancarte a vos.
–¿Se siente bien, Laiseca?
–Sí. ¿Te das cuenta? Quería mostrarte que en la narración oral también está el diálogo. Permanentemente. No sólo dentro del cuento, sino que uno está comunicado con las reacciones del público. ¿Sabés cómo empezó esto de mis “contadas”? Yo tenía algo así como treinta y me estaba por suicidar. Estaba solito. Vino un amigo y me prestó un viejo grabador Geloso, de esos con cintas grandotas que tenías que enganchar. Ese aparato me salvó, porque yo hacía distintas voces, tomaba pedazos de libros, actuaba cosas de lo que fue después Los Soria. Puse mi onda en eso en vez de pensar que estaba todo perdido. Mi vida daba para pensar que se venía el cuetazo y, sin embargo, encontré en esa actividad una compañía. Ni en sueños hubiese imaginado que mis “Obras para grabador” me iban a servir profesionalmente.
–Usted maneja una forma de hablar que tiene más que ver con una identidad personal que con pertenencias territoriales. ¿Cómo aparecieron ese acento y esos giros bizarros de la lengua?
–Uno va absorbiendo lo que vivió. Yo siempre jodo y digo que hablo en Latinoamericano Básico (risas). Para decirte la verdad, a veces es consciente y otras veces no. En Camilo Aldao, pueblo donde crecí, nosotros no tenemos mucho tono. Cuando me fui a Santa Fe a estudiar ingeniería había en mi pensión muchos panameños. Me quedé muy copado con el tono y el humor ácido de los morenos. Hoy puedo imitarlos perfectamente (mira para un costado y habla con acento panameño). ¿Hace calor? El aire acondicionado sale mucha plata, y no tengo para esa vaina. Tecnocracia está pobre. Todo nuestro presupuesto se nos está yendo en la guerra. (Nota del R.: “Tecnocracia” es uno de los países en que se divide el mundo que se retrata en Los Soria.)
–Tecnocracia está en guerra. ¿Y Laiseca? Una vez dijo que en un futuro los seres como usted serían eliminados...
–Estoy en guerra con algunos hijos de puta, no con todos. Pasa que soy un romántico incurable. Creo que el amor es para siempre, aunque la gente e incluso mi propia vida me digan que no. Te voy a decir una cosa: quien sufrió acá va a sufrir también en el más allá, y quien gozó acá va a gozar allá. Por eso es tan importante el amor... Ojo, allá en el cielo también se hacen parejas, pero como no se coge duran todavía menos que acá. Allá no hay tetas ni cervezas, loco. Grabátelo. Todas las tetas y las cervezas que quieras las tenés que disfrutar de este lado...
–¿Utiliza alguna aproximación particular a los textos literarios a partir de saber que los va a usar en un espectáculo “hablado”?
–Para captar el erotismo en sordina que tiene “Berenice” de Poe, por citarte un caso, yo tuve que leerlo incontables veces. Poe vivió y murió en la primera mitad del XIX, no podía escribir explícitamente. Pero hay ahí una tremenda vibración erótica. Uno va siguiendo esa línea y puede sacar mucho material para enriquecer lo que vas a decir. Al mismo tiempo, ensayo muchísimo. Tanto que cuando finalmente hago la presentación, llego a mi casa y no puedo parar. Contar es un asunto tan delicado que si querés volver a un cuento que trabajaste antes tenés que estudiarlo casi desde cero. Mirá “La caída de la casa Usher”, de Poe. Lo he contado, lo he grabado. Y sin embargo, no te lo puedo narrar ahora, porque me van a faltar mil cosas y me voy a enojar.
Uno de los aspectos más interesantes de Laiseca es el camino curioso que ha seguido su erudición. Saberes extraños, construidos sobre la base de estudios en astrología y culturas antiguas, se mezclan con la admiración a Luis Landriscina, los códigos de la calle o el recuerdo de unas señoras que en su infancia, en Camilo Aldao, lo iniciaron en el arte de relatar y escuchar rarezas. “Aprendí mucho de aquellas viejas viejísimas”, revela el escritor. “Mi padre –que era Yosif Stalin– me había prohibido ir a verlas. Vivían a la vuelta. ‘Lo que le cuento es todo verdad’, me decían. Y así empezaban con los casos de gente enterrada viva, los lobizones. Yo tenía ocho años: ¡me pegaba unos soretes que mejor ni te cuento! Sin embargo, eso me hizo crecer”, rememora.
–Miedo que hace crecer: frente a un sistema que utiliza el temor para justificar invasiones y comerciar con la seguridad, ¿es posible construir resistencia dentro del género del terror, con un miedo que responda a otras lógicas?
–¡Sí! Ese espacio tiene que ver con los niños. Ahora nosotros somos adultos, pero alguna vez fuimos chicos y ahí empezaron a darnos. No la voy con eso de que no hay que asustar a los pibes. A ellos les gustan los cuentos de terror y no son tontos. Sospechan que éste es un lugar lleno de monstruos. Cuando el pendejo cree que hay un monstruo debajo de la cama ... tiene toda la razón. Están debajo de las camas y en lugares todavía más insólitos. Entonces ese miedo te está haciendo más fuerte. El precio que vos como chico tenés que pagar es cagarte un poco. Pero vale la pena.
En 2007, en un encuentro de literatura fantástica, un nene fue a saludar a Laiseca. El gigante miró para abajo e hizo un gruñido que, amplificado por sus casi dos metros de altura, retumbó por toda la sala. La velocidad con la que el chico se fue a esconder tras la falda de la madre debe haber superado la velocidad de la luz. Pero inmediatamente el ogro se disculpó y el niño se asomó mezclando lágrimas con diversión. Cuando se lo recuerdan, el Conde Láisek hace alguna broma, pero deja claro que “si asustás a los pibes con mala intención, lo vas a pagar en algún lado”. Sigue una risa contenida, que termina cuando sus colmillos pinchan el vigésimo pucho y la oscuridad confirma que acaba de ponerse el sol.
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