LITERATURA › PHILIP ROTH Y LA PUBLICACION DE SALE EL ESPECTRO
El autor de Elegía y La conjura contra América vuelve con una magistral novela que encarna, como pocas obras, la rabia y el inconformismo que imperan en los Estados Unidos. “Bush es el peor presidente que hemos tenido nunca en nuestro país”, asegura.
› Por Jesús Ruiz Mantilla *
El lenguaje es la caja de utensilios común de la que todos sacan lo necesario. Pero siempre hay algo que diferencia a unos de otros. En el caso de Philip Roth es la rabia. Puede que ése sea el elemento más idóneo para definir la obra de uno de los escritores vivos que más han marcado en las últimas tres décadas a sus contemporáneos. Pero no se trata de una rabia estéril, de una rabia ciega. Es una rabia que aporta, que construye, que nos ayuda a vivir; una rabia que nos afloja los nudos que llevamos atados al cuello. En las novelas y en los libros de Roth no hay mucha esperanza: “No quiero que la tengan”, comenta él mismo, desde un despacho de la calle 57, en Manhattan. Es un lugar frío donde ni el hecho de que la calefacción funcione a tope consigue despegar el hielo de las paredes.
Tan sólo Roth, a solas, con su voz un tanto rota por el paso de los años –va camino de los 75–, lo logra. Sus lectores pueden encontrar el vitalismo de una voz que se niega a rendirse.
Eso es lo que ocurre al leer Sale el espectro (Mondadori), la nueva novela publicada en España, en la que Roth saca a pasear otra vez a Nathan Zuckerman, uno de sus alter ego más importantes, como también lo han sido el profesor David Kepesh y el famoso protagonista de la desternillante El lamento de Portnoy. En su nueva obra, Roth persigue al fantasma de un escritor muerto al que alguien quiere dedicar una biografía descubriendo aspectos escabrosos de su existencia. Si se tratara de Roth, esto no sería necesario. El autor de Pastoral americana y El animal moribundo ha compartido con sus lectores, paso a paso, su vida. Su propia experiencia ha servido de catalizador para observar el mundo, un lugar que Roth analiza con inconformismo y rebeldía, con humor histriónico y piedad por la especie. De su infancia en Weequahic (barrio de la peligrosa Newark, en Nueva Jersey) a su vejez a medio camino entre su casa de campo en Connecticut y Nueva York, este autor fundamental, eterno candidato al Premio Nobel, no ha dejado indiferente a nadie. Ni a sus compadres de la comunidad judía, que han montado en cólera más de una vez por la descarnada visión que muestra sobre su propio mundo, ni a los cristianos, que tienen que soportar en los libros de este escritor desde la blasfemia hasta el vapuleo constante de una carga alejada de la moralidad y las costumbres decentes de los más retrógrados. Las novelas de Roth, a no ser que haga política-ficción como en La conjura contra América, juegan en el campo de la realidad, y si Me casé con un comunista fue la novela de la era de McCarthy y La mancha humana fue la obra maestra de la era de Clinton, Sale el espectro aparece con la ambición de convertirse en el mismo fresco de la intrahistoria para estos tiempos de infierno en la Tierra que ha dejado la era de Bush, “el peor presidente que hemos tenido nunca en nuestro país”, comenta Roth.
–Tiene buenos, fieles lectores, y eso que en Sale el espectro se lamenta de que ya no existen. ¿Por qué?
–Le diría que todavía quedan por ahí buenos lectores. Pero en Estados Unidos, no.
–¿Las pantallas nos han derrotado?
–Ahí está la competencia, la dura competencia. La de las pantallas. ¿Cómo deben combatir contra eso los escritores? No lo sé. No me lo planteo seriamente. Sólo le puedo decir lo que ha ocurrido: que han ganado la batalla sobre las páginas.
–¿Tampoco confía en el tan alabado Kindle, el libro electrónico que acaba de aparecer en Estados Unidos?
–No lo vi todavía, sé que anda por ahí, pero dudo de que reemplace un artefacto como el libro. La clave no es trasladar libros a pantallas electrónicas. No es eso. No. El problema es que el hábito de la lectura se ha esfumado. Como si para leer necesitáramos una antena y la hubieran cortado. No llega la señal. La concentración, la soledad, la imaginación que requiere el hábito de la lectura. Hemos perdido la guerra. En veinte años, la lectura será un culto.
–¿Y los lectores serán una especie de gente rara, de espectros?
–No, no, tampoco. Será un hobby minoritario. Unos criarán perros y peces tropicales, otros leerán. Como lo que es hoy leer poesía. Existen poetas, se los publica, pero los lectores de poesía son una minoría. Eso ocurrirá.
–¿Los escritores tampoco serán esas voces que cualquier sociedad necesita?
–Existirán. Pocos se ganarán la vida con ello. Pero no hablo del final de ningún género, como la novela, eso que se habla tanto hoy en día. Hablo de la muerte del lector, algo que en este país ya es un hecho. No sé si en Europa también.
–En su nuevo libro vuelve a sacar a su alter ego Nathan Zuckerman de paseo. ¿Usted también ha renunciado a muchas cosas?
–Zuckerman está retirado, lleva una vida de reclusión. Leyendo, escribiendo. Ha dejado el mundo por varias razones, se ha ido de Nueva York tras recibir amenazas y le ha tomado gusto a vivir en el campo.
–¿Se ha recrudecido el racismo contra los judíos en Estados Unidos estos últimos años?
–No. Es una constante. No nos libramos en este país de sujetos rencorosos y rabiosos. Con una persona que lo haga ya resulta suficientemente desagradable.
–Al poco tiempo de regresar a Nueva York, Zuckerman ya quiere largarse. No puede soportarlo.
–Lo amenazan muchas cosas, entre ellas, la belleza. Bueno, se rinde ante ella, pero también le asusta. Como el cáncer que padece y el pasado, la nostalgia.
–Usted mete demasiado de sí mismo, su propia experiencia. Una tendencia que caló en la literatura contemporánea de todas partes. Historias con voces poderosas.
–Bueno, una voz es la que nos distingue a unos de otros. No creo que sea un fenómeno de los últimos años, sino una característica de la literatura en sí. La voz no es una técnica, sino lo que marca diferencia.
–Pero la suya creó escuela. ¿Le incomoda?
–No sabría decirle hasta qué punto eso es así. No me incomoda porque no me doy cuenta de ello. Si me planteara esas cosas, me sentiría terrible.
–No muchos autores pueden presumir de haber sido publicados en vida en la colección Library of America. Usted ahora es el único.
–Debo conservar ese privilegio. Eso espero. Es mi ilusión.
–Como autor que refleja el tiempo en el que vive, si La mancha humana fue su libro de la era de Clinton, Sale el espectro es el de la era de Bush. ¿Cómo será el de la Norteamérica de Obama?
–Quién sabe. No podemos predecir nada. En nuestras vidas podemos programar los próximos cuatro años. En política es un misterio. ¿Quién se habría imaginado hace poco el desastre de Irak?
–¿Qué quedará de Bush?
–Mucho daño. Mucho daño. Tan sólo si lo miramos en cifras, llevó al país a la bancarrota. Ha destruido en el mundo nuestra reputación moral. Ha matado cientos de miles de iraquíes sin razón. Ha sido un desastre, el peor presidente de nuestra historia.
–¿Peor de lo que habría sido Lindbergh, ese presidente de ficción que usted describió para La conjura contra América?
–Mucho peor. Lindbergh habría sido mejor que Bush. Ahora que lo pienso, podría haber hecho ese ejercicio con Bush, pero no sería ficción. Siguiendo en ese terreno, no sé qué ocurrirá con Hillary y Obama.
–Quizá la respuesta de la gente contra la era de Bush haya provocado esta necesidad tan radical de cambio.
–Una de las ventajas de cómo se desarrollan estas elecciones primarias es que están despertando ilusión en todo el país hacia los demócratas. Están convenciendo a mucha gente. Pero si Obama gana esta etapa, todavía, para la elección final, debe vencer muchos prejuicios y barreras. Lo que ocurre es que se está convirtiendo en un auténtico fenómeno de masas. Es muy listo, es brillante. Tiene un discurso articulado, posee esa energía contagiosa, joven y poderosa. Es muy esperanzador para la gente. Los demócratas parecen encantados de votar por alguien así. Cuando era niño, recuerdo que elegimos delegado de clase al único niño negro que teníamos y todos nos sentimos tan bien con nuestras conciencias...
–Su infancia en Newark, Nueva Jersey. Ese territorio mítico.
–Me doy una vuelta de vez en cuando, sobre todo si voy a escribir algo en lo que aparece el barrio. Voy a ver a viejos amigos, pero hay que andar con cuidado por ahí, hay traficantes, droga.
–¿Es más un escenario de Los Soprano que de las novelas de Philip Roth?
–Los Soprano parece un cuento para niños pequeños comparado con lo que hay. Es trágico, persecuciones con disparos, secuestros, robos de coches hasta con los niños adentro... Son el pan nuestro de cada día. Así que le digo: no vaya.
–¿Dónde vive ahora?
–En mi casa de Connecticut, aunque los inviernos los paso aquí, en Nueva York, porque no puedo soportar el frío, me hago viejo, me afecta.
–La vejez es su obsesión de las últimas novelas y memorias. ¿No lo lleva bien?
–Escribo sobre ello. Lo exorcizo. Me viene bien hacerlo. Hacerse viejo es un cambio bastante duro en la vida, no hay nada comparable. Ni a los treinta, ni a los cuarenta. ¿Y qué es lo que no se te puede pasar por la cabeza? Que el tiempo se acaba, que ya no sabes cuántos años te quedan, si cinco, si seis. Sabes que ya no van a ser más de 20. Has llegado al fondo. Y luego están las pérdidas. Un amigo mío murió ayer. Primero has perdido a tus abuelos; después, a tus padres. Ahora pierdes a los amigos. Aparte de todo eso, cuando el tiempo se acaba, vas perdiendo las facultades. La memoria, me aterra perder la memoria.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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