Jue 08.05.2008
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LITERATURA › ALMUDENA GRANDES Y EL CORAZON HELADO, GANADORA DEL PREMIO AL LIBRO DEL AÑO 2007

“España tiene deudas con el exilio”

Dada su propia historia familiar, la escritora admite el inevitable sesgo autobiográfico del libro que presenta hoy a las 19.30: “Cuando llegamos a los 40 años empezamos a hacer preguntas y no nos gustaron las respuestas que recibimos”.

› Por Silvina Friera

Dos versos se convirtieron en una especie de contraseña para toda una generación de españoles. “Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”, escribió el poeta Antonio Machado. Almudena Grandes se inspiró en esa “declaración de principios” machadiana para titular su última novela El corazón helado (Tusquets), ganadora del Premio al Libro del año 2007 que otorga el Gremio de Libreros en Madrid. La novela comienza con el entierro de Julio Carrión, exitoso hombre de negocios que se hizo poderoso durante el franquismo. A su hijo Alvaro le llama la atención la presencia de una mujer desconocida que observa desde lejos la ceremonia, Raquel Fernández Perea, hija y nieta de exiliados republicanos en Francia. Ellos se enamoran, pero las certezas de Alvaro tambalean cuando investiga el pasado de su admirado padre, cuando descubre quién fue realmente. “No habría podido escribir una novela como ésta si no hubiera tenido resuelta mi propia historia personal. Tengo una familia muy dividida; las dos Españas están muy bien representadas, había comunistas, socialistas, falangistas. Durante los tres años que duró la guerra no se hablaban”, cuenta la escritora española, que hoy a las 19.30 se presenta en la Feria del Libro, junto a Eduardo Mendicutti (ver aparte), para hablar sobre La realidad y las estrategias de la ficción.

Escribir esta novela le permitió también comprender viejos asuntos familiares. “El padre de mi madre era militar; mi abuelo materno apoyó el golpe de Estado. Los republicanos lo detuvieron, estuvo en la cárcel Modelo, lo llevaron a un campo de prisioneros y se escapó. Volvió a Madrid como un héroe de guerra condecorado y le dieron un puesto en un ministerio. Siempre he oído contar que mi abuelo un día dejó todo, el ejército y el ministerio. El tenía un puesto muy especial en un ministerio que se llamaba Regiones Devastadas, que era donde mejores negocios se hacía en todo el régimen. En el año ’42 lo dejó todo porque no podía soportar el nivel de corrupción del ministerio”, recuerda. “Estuve años escribiendo la novela y pensando si ponía a mi abuelo o no en los agradecimientos. Porque realmente el personaje de Eugenio es un poco la historia de mi abuelo. No puse el nombre de mi abuelo porque la mitad de mi familia se iba a enfadar.”

–La novela gira en torno de los secretos que guardan las familias. ¿Por qué el pasado franquista sigue siendo tan conflictivo?

–En el momento histórico en que esos secretos deberían haberse liquidado, en el ’75, después de la muerte de Franco, no se hizo. Se optó por prolongar indefinidamente el silencio. La novela refleja la dinámica generacional que ha afectado a la memoria en España. Ha habido tres generaciones con actitudes diferentes. La de los vencedores, que optaron por callar, lo cual es curioso, porque en el caso de los derrotados es comprensible, no sólo porque fuera deprimente estar recordando todo el tiempo que has perdido, sino porque el franquismo fue un Estado muy sanguinario. Franco fue capaz de ejecutar en paz, no en guerra –que se supone que es “el terror caliente”–, a más de 50 mil personas. La primera generación optó por el silencio; la segunda generación se educó en el miedo como forma de vida. Siempre recuerdo que en el ’81, con el golpe de Estado frustrado de Tejero, mi madre hizo un armario nuevo en la terraza y lo llenó de conservas porque tenía metido el pánico en la cabeza. Mi madre había nacido en el ’36, no había vivido la guerra, pero la habían educado en esa especie de terror permanente a todo. Esa generación fue la que hizo la transición y eso significa que dio por zanjada una historia que no conocía. Luego la generación de los nietos, que es la mía, al principio parecía que estaba muy conforme con todo, pero cuando llegamos a los 40 años empezamos a hacer preguntas y no nos gustaron las respuestas que recibimos y fuimos los que “levantamos un poco la liebre”, como decimos nosotros.

–¿Cuál fue la primera pregunta que se hizo como generación de nietos?

–Cuando Franco murió yo tenía 15 años, sabía en qué país vivía, intuitivamente sabía qué pasaba. En el ’72 o ’73, mi madre me contó que mi abuela había visto bailar desnuda a Josephine Baker en un teatro en Madrid. En un momento se me quebró la coherencia espacio-temporal y la idea del mundo, porque no me podía creer que mi abuela hubiera visto bailar a esa mujer desnuda en un teatro, no lo podía entender. A los 12 años supongo que pensaba que lo normal era que yo fuera más moderna que mi madre y mi madre más moderna que mi abuela. De repente descubrí que mi abuela era más moderna que mi madre y ya no entendía nada (risas). Con el tiempo me di cuenta de que vivía en un país en que los nietos no podíamos entender la vida de nuestros abuelos y pensé que eso era algo muy anormal. Uno de los crímenes más tremendos del franquismo fue cortar los hilos de la memoria, hacer imposible que los nietos se pudieran mirar en la vida de los abuelos. El reto de mi generación es llegar a ser tan modernos como nuestros abuelos y no sé si vamos a conseguirlo. Mucha gente de mi edad pregunta cosas parecidas; es el estupor y la perplejidad de darse cuenta de que nuestra vida se parece más a la de nuestros abuelos que a la de nuestros padres.

–Uno de los momentos más conmovedores de la novela es cuando uno de los personajes, Ignacio Fernández, se lanza a las calles de París para festejar la muerte de Franco. ¿La sociedad española se olvidó del exiliado republicano?

–España no ha comprendido todavía la deuda que tiene con el exilio español. Muchísimos exiliados en otros países perdieron su nacionalidad; los rusos, los polacos, optaron inmediatamente por naturalizarse en los países donde fueron acogidos. Los españoles no comprendemos hasta qué punto es importante que los exiliados españoles hayan decidido seguir siendo españoles; es un proceso que hace posible que para nosotros Machado sea un escritor español, Alberti sea un poeta español, cuando en muchísimos otros casos se perdió la relación con la tradición cultural. Me interesaba incluir a los exiliados en mi novela porque me parecía admirable esa tenacidad y ese coraje, y elegí el exilio francés, que era el de menor calidad, porque en Francia se quedaron los que tenían menos que ofrecer al resto del mundo. Esa perseverancia y esa especie de fe en nosotros los españoles que hemos venido después me pareció emocionante y yo quería agradecerla.

–¿El corazón helado es una novela sobre los miedos?

–Sí, el miedo es una pasión predominante en la novela. Lo irritante es que es un miedo que no tiene sentido. Cuando dicen que es mejor no remover estas cuestiones, me pregunto qué sentido tiene a esta altura tener miedo. Hay gente que tiene un miedo heredado, que no es suyo, y no lo entiendo en personas de mi edad, porque no hay nada en la realidad que inspire ese miedo, y hasta que no acabemos con ese miedo, todo estará mal.

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