LITERATURA › EDUARDO MENDICUTTI Y LA NOVELA GANAS DE HABLAR
› Por Silvina Friera
“De hablar que no me prive nadie, antes tendrán que cortarme la lengua como a las moras les cortan el gatillito del gusto.” Lo dice Cigala, un manicuro a domicilio de La Algaida, que a los 76 años recibe la noticia de que el municipio decidió homenajearlo poniéndole su nombre a una calle, ese personaje inolvidable de Ganas de hablar (Tusquets), de Eduardo Mendicutti. Pero también lo podría decir el escritor español, que no para literalmente de hablar, que no usa comas, ni puntos suspensivos ni finales; se lanza a la cancha verbal y no para. La novela está dedicada a un personaje real, Palmera, también manicuro a domicilio en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), donde nació el escritor español en 1948. En la crónica histórica y en la literatura ha estado ausente la voz en primera persona del mariquita de pueblo. Pero también otro convidado de piedra parece el lenguaje coloquial andaluz, que en este gran soliloquio de Cigala es otro de los protagonistas indiscutibles de la novela, aunque, como advierte Mendicutti, en España se considere poco literario ese lenguaje.
“A mí me pasa como a Cigala, soy muy torpe con la comunicación por móvil o por Internet, entonces me refugio en la oralidad”, cuenta Mendicutti en la entrevista con Página/12. “Hay cosas fantásticas en Internet, pero todo se vuelve más uniforme, aísla mucho y se pierde lo que el lenguaje coloquial tiene de gestual, de expresividad y cercanía, y esa dimensión de cercanía le ha servido a personajes como Cigala para sobrevivir”, explica el autor de Una mala noche la tiene cualquiera, El palomo cojo, Los novios búlgaros y California.
–Las ganas de hablar del personaje, ¿son por un mundo que tiende a desaparecer, como su oficio, o el lenguaje con el que habla y ya casi nadie usa?
–El castizo madrileño no ha existido nunca, nada más en las obras de Carlos Arniches. En Andalucía hay mucha gente que sigue hablando de esa manera, aunque es verdad que se está perdiendo, porque ahora todo el mundo habla como en la televisión. Si ese lenguaje desaparece, el personaje se siente tremendamente desamparado, vulnerable, a la intemperie. Hacer de manicura a domicilio no es sólo hacer las uñas, sino ofrecer conversaciones, saber hablar, entretenerlas, animarlas, consolarlas, reñirles en un momento determinado.
–¿Cuáles son las consecuencias del terror al realismo en la narrativa española contemporánea?
–En la novela española de los últimos treinta años la vida laboral no existe; cualquiera que lea esas novelas va a decir que aquello era una maravilla, no había obreros que la pasaran mal, solamente la pasaban mal los escritores, los arquitectos, los galeristas, en fin los intelectuales (risas).
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