Jueves, 22 de mayo de 2008 | Hoy
CINE › INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL, DE STEVEN SPIELBERG
La cuarta entrega del arqueólogo tiene todo aquello que sus sucesores pretendieron sin éxito. Sin apelar a efectos digitales ni al frenesí visual, el film confía en la trama, la fotografía y el indudable carisma del Dr. Jones.
Por Horacio Bernades
En momentos en que el género aparece copado por el efecto especial, la virtualidad digital y el golpazo sensorial, con Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal Steven Spielberg propone un regreso a un cine de aventuras a la antigua. Regreso a la trama, al desarrollo narrativo, a los personajes, a la duración de no más de dos horas, y también a unos efectos especiales en armonía con la acción física, que es analógica y no virtual. Pero no hay que confundir regreso con regresión. Como sus tres antecesoras, en lugar de querer retroceder hasta una infancia idealizada del cine, la nueva aventura del arqueólogo del sombrero, el látigo y la campera de cuero aspira a reconectarse con ella. Y lo hace desde la adultez cinematográfica, expresada por el gigantesco “entre comillas” que preside la película entera.
El guión, escrito por David Koepp (Jurassic Park, Misión: Imposible, La guerra de los mundos) en base a una historia de George Lucas y Jeff Nathanson, aparece guiado por el encadenamiento lógico. Esto es: si pasaron veinte años en la realidad, ese mismo lapso ha pasado en la ficción. Algo que ni el sesentón Harrison Ford ni la cincuentona larga Karen Allen están en condiciones de disimular. Se salta entonces de los años ’30, en que transcurrían las tres primeras aventuras de la serie, hasta 1957. ¿Qué pasa en 1957 en Estados Unidos? Dos cosas: la Guerra Fría, con el macarthismo todavía tibio (“el gobierno ve comunistas hasta en la sopa”, se queja Jones, y por su intermedio el liberal Spielberg), y el miedo a una invasión extraterrestre. Así, Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal reúne las dos grandes fuentes de paranoia americanas de los años ’50: rusos y marcianos, juntos por primera vez.
La cuarta de la serie enfrenta a Harrison Ford (que no disimula canas, arrugas y cabello menguante) con una avanzada soviética en Estados Unidos, encabezada por la comisario Irina Spalko. Como una Cybersix bolchevique, Irina (Cate Blanchett, con peluca morocha) luce enterito gris, cortecito carré y una asexualidad que la cámara se ocupa de poner en cuestión. “Soy la mano derecha de Stalin”, se jacta Irina, capaz de conciliar materialismo dialéctico con una mística ocultista alla Rasputín. I like Ike! (“¡A mí me gusta Eisenhower!”, en traducción inevitablemente pobre), le ladra Indiana, ingresando en la historia grande del epigrama cinematográfico. ¿Qué hacen los damned russkies en pleno territorio estadounidense? Buscan a aquel famoso alienígena que supuestamente cayó en la localidad de Rosswell, Nevada. Con lo cual, Spielberg se da el gusto de juntar en una misma película a sus dos amores: Indiana Jones y los extraterrestres.
¿Es entonces El reino de la calavera de cristal un Spielberg al cuadrado? No, es sólo un Spielberg. Aunque ni se arrime al semicadavérico George Lucas de la segunda trilogía de Star Wars, al nuevo Indiana se lo nota viejo. No tanto por los tiempos laxos (que tal vez se le hagan intolerables al público cautivo de Transformers o Meteoro, lo cual es un mérito antes que una debilidad), sino por cierto cansancio, perceptible en la pereza con que están construidos algunos personajes. Sobre todo el del profesor Oxley (John Hurt), académico desvariado con poncho peruano. Pero también el de la resucitada Marion Ravenwood (Karen Allen, poco más que decorativa) y el de su hijo Mutt (Shia LaBeouf), cuya caracterización se limita a hacer de él un doble de Brando en El salvaje, y a quien el final de la película confirma como posible heredero de la corona/sombrero de Indiana. La pereza parecería estar también en la base de ciertas arbitrariedades argumentales, como las de los poderes telepáticos de la calavera de cristal y el doble proceso de traducción de antiguos ideogramas mayas, que realizan, como conectados en serie, el profesor Oxley y el Dr. Jones.
Contrariamente, la falta de apuro con que está narrada toda la primera mitad resulta de lo más placentera, con abundancia de planos largos y una fotografía cristalina, gentileza del gran Janusz Kaminski, brazo derecho de Spielberg desde los tiempos de La lista de Schindler. En esa zona, la sociedad Spielberg-Kaminski brinda momentos de verdadera belleza visual: las doradas pasturas de Nevada; un melancólico atardecer al fondo de cuadro, mientras Indiana e Irina se intercambian one liners; el hongo atómico que el héroe contempla con estupor, en otro atardecer color maíz. No son dos sino más los tópicos de los ’50 que el guión desarrolla: el rock and roll de los comienzos, las motos, la gomina, las películas de motoqueros... y la carrera atómica. Esta última da lugar al que posiblemente sea el mejor momento de El reino de la calavera de cristal, cuando –en lo que podría ser casi un episodio en colores de La dimensión desconocida– Indiana va a parar a lo que parece un pueblo, pero resulta una maqueta tamaño natural, habitada por muñecos. Señal de que una prueba atómica está por explotar, con el héroe como próxima víctima.
Lo demás –el viaje a Perú en busca de El Dorado, la famosa calavera de cristal, la visita a un antiquísimo templo indio, el descubrimiento de un segundo templo subterráneo, la idea de que los antepasados de los mayas fueron alienígenas– es parte de la rutina genérica. Rutina que en manos de Spielberg luce, claro, como cualquiera de sus émulos sueña, pero jamás podrá. Ver si no cualquiera de las grandes secuencias de acción que jalonan la película, todas ellas modélicas: la primera persecución en moto; la segunda, llena de sub-escenas y peleas varias, en plena selva amazónica; las caídas del final, en tres cataratas sucesivas. Comparar luego con cualquier secuencia equivalente de La leyenda del tesoro perdido, por poner un ejemplo reciente, y se recorrerá el camino que va del montón indiscriminado a la simple y llana maestría narrativa. Simple y llana: así es Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, y eso no es ningún defecto.
7-INDIANA JONES Y EL REINO DE LA CALAVERA DE CRISTAL
(Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull, EE.UU., 2008)
Dirección: Steven Spielberg.
Guión: David Koepp, sobre historia de George Lucas y Jeff Nathanson.
Fotografía: Janusz Kaminski.
Música: John Williams.
Intérpretes: Harrison Ford, Cate Blanchett, Karen Allen, Shia LaBeouf, Ray Winstone, John Hurt y Jim Broadbent.
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