Jueves, 5 de junio de 2008 | Hoy
CINE › EL SUEñO DE CASSANDRA, DE WOODY ALLEN, CON EWAN MCGREGOR Y COLIN FARRELL
Después del interludio festivo de Scoop, en su tercera película filmada en Londres Woody se permite volver, sin demasiado rigor, a la fábula moral y los tonos oscuros de Match Point, derivados a su vez de uno de sus clásicos más celebrados, Crímenes y pecados.
Por Luciano Monteagudo
Woody Allen venía en una pronunciada decadencia cuando tres años atrás se reconcilió con la crítica y el público gracias a Match Point, sin duda su mejor film en mucho tiempo. Con casi medio millón de espectadores en Buenos Aires (la cifra más alta que haya conseguido nunca una película de Allen en el mercado local), Match Point pareció hablarle directamente al inconsciente colectivo de la clase media argentina a través de la parábola de su protagonista, un arribista para quien su ambición desmedida y sus crímenes no tienen por qué tener necesariamente castigo. Después del interludio festivo de Scoop (2006), donde Allen se permitió hacer una comedia con la misma ingenua ligereza con la que escribía sus primeros cuentos, en Los sueños de Cassandra –su tercera película filmada en Londres– Woody se permite volver a los tonos oscuros de Match Point, derivados a su vez de uno de sus clásicos más celebrados, Crímenes y pecados (1989).
Como en estos antecedentes, en el núcleo dramático de Cassandra’s Dream también late una fábula moral, que resume uno de los personajes de la película cuando expresa que “nadie quiere ser egoísta, pero finalmente todos lo terminamos siendo”. Sí, claro, a priori no hay nada esencialmente egoísta ni maligno en los hermanos Terry (Colin Farrell) e Ian (Ewan McGregor). Son apenas dos muchachos de la clase trabajadora británica que están intentando asomar un poco la cabeza y trepar en la siempre difícil escala social. El primero se las ingenia para sacar unas libras como mecánico y de paso aprovechar algunos de los autos de colección que le llevan para reparar. Y el otro piensa que debe haber un horizonte más atractivo y lejano que el de administrar el modesto restaurante de la familia.
Las carreras de galgos son la debilidad de Terry: gracias a ellas se pudo comprar un hermoso velero (llamado precisamente “El sueño de Cassandra”), pero también ganarse una fuerte deuda, por la cual unos matones no están dispuestos a perdonarlo sino más bien a quebrarle las piernas. Por su parte, Ian confía en que la inversión en una cadena hotelera californiana lo puede ayudar a subir algunos peldaños en su incipiente carrera financiera, pero para eso –como le sucede a su hermano– también necesita plata. Y mucha. Sin que el guión de Allen se moleste en explicar demasiado, los muchachos piensan que el tío Howard (Tom Wilkinson) los puede ayudar a salir de apuros. Al fin y al cabo, él siempre se vendió a sí mismo como el hombre exitoso de la familia. Pero sucede que el bueno de Howard también tiene sus problemas. Y les dice a Ian y a Terry que sí, que cómo no, que los puede llegar a ayudar, pero antes necesita por parte de ellos una contraprestación: que le saquen de encima a un acreedor que no entiende de buenas razones. Cómo y cuándo deberán los muchachos liberarse de ese lastre que se interpone en la felicidad de su tío –y por lo tanto en las suyas– es un problema que tendrán que resolver ellos con sus respectivas almohadas.
A diferencia de Match Point, parecería que en El sueño de Cassandra todo lo que pueda salir mal saldrá mal. Una forzada aura de tragedia griega sobrevuela a estos personajes condenados y la música pomposa de Philip Glass no hace sino subrayar esa idea con aires de grandeza. Como guionista, Allen se esmera apenas en establecer los conflictos básicos, escribir algunos diálogos filosos y poco más, sin darles una verdadera carnadura a sus personajes. Como director, se limita a filmar a sus eficientes actores luchando con ese borrador, que parece más un esqueleto, un primer tratamiento, que una pieza pensada y acabada. No es que El sueño de Cassandra sea una mala película. Pero es de manera evidente una película floja, perezosa, en la que Woody Allen parece descansar sobre todo en su oficio y en la que no da la impresión de poner un interés particular. En su película más reciente, Vicky Cristina Barcelona, estrenada el mes pasado en el Festival de Cannes, sucede un poco lo mismo, con la salvedad de que se trata de un vodevil a la española sin otras pretensiones que la de ser un entretenimiento ligero. Que no es aquí el caso. Siempre es más fácil caer parado cuando la mochila es liviana.
6-EL SUEÑO DE CASSANDRA
(Cassandra’s Dream, Gran Bretaña-Francia/2007).
Dirección y guión: Woody Allen.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Música: Philip Glass.
Intérpretes: Ewan McGregor, Colin Farrell, Tom Wilkinson, Hayley Atwell, Phil Davis, John Benfield, Clare Higgins, Ashley Medekwe.
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