Viernes, 27 de junio de 2008 | Hoy
CINE › 1973, UN GRITO DE CORAZON, DE LILIANA MAZURE
Por Juan Pablo Cinelli
Dirección: Miguel Kohan.
Producción: Gustavo Santaolalla, Lita Stantic y Walter Salles.
Supervisión de música y sonido: Aníbal Kerpel.
Con la participación de los músicos Horacio Salgán, Mariano Mores, Leopoldo Federico, Ubaldo De Lío, Atilio Stampone, Oscar Berlingeri, Chula Clausi, Virginia Luque, Lágrima Ríos, J.C. Godoy, Alberto Podestá, José Libertella, entre otros.
La segunda mitad del siglo XX supone un trauma nacional que la historia argentina difícilmente supere alguna vez: las famosas “Dos Argentinas” que hoy cualquiera menciona a diario como cosa nueva, a pesar de que siempre han existido, comenzaron lo peor de su escalada de agresión justamente con la caída de Perón en 1955, alcanzando un clímax siniestro durante la dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional. 1973, un grito de corazón propone una recorrida por esas décadas de horror que casi consiguen naturalizar el fratricidio y transformar la muerte y la violencia en hechos cotidianos.
Diagramada a partir de los testimonios de muchos protagonistas, imágenes de archivo, relato en off y la dramatización de algunos sucesos, Un grito de corazón podría ser vista como una revisión histórica de los movimientos revolucionarios y la lucha armada en la Argentina, puesta en el contexto de un conjunto de acontecimientos similares en espíritu, aunque políticamente diversos, que se repitieron a lo ancho del orbe a partir de la posguerra, como la revolución cubana, la independencia de Argelia o el Mayo francés. Visto más de cerca y ya desde su título, el documental se parece más a una manifestación netamente partidaria: un diario de la resistencia peronista durante esos años, que abunda en la exaltación de sus rituales y que, habiéndolo buscado o no, propone su versión de las Dos Argentinas: la de quienes padecieron la proscripción y la otra, en la que sin mencionarlo se embolsa a todos los demás como si fueran lo mismo (Iglesia, militares y aristocracia conservadora, junto al grueso del pueblo no peronista), dejando la impresión de que la dicotomía es la de ser soldado de Perón o ser un gorila. Lo cual es por lo menos conversable.
Este enfoque, que no se advierte durante la mayoría de los testimonios, queda evidenciado en las dramatizaciones, en las que algunos grupos aparecen caricaturizados, como el cura de gesticulación casi perversa que en el colegio le anuncia a los chicos el derrocamiento del General. En el haber se cuenta la riqueza de los testimonios de primera mano. Sobre todo los de quienes no son figuras políticas notorias, como el del militante que afirma que cuando cantaban que con el regreso de Perón los militares se iban a tener que meter la picana en el culo, no tenían ni idea de lo que el futuro se guardaba; el de Julio César Urién, infante de marina rebelde a quien un capitán de corbeta le “confió” que la marina estaba dispuesta a matar un millón de personas para evitar la revolución; o el papel de voz de la conciencia que en cierto momento asume Juan Manuel Abal Medina.
1973, un grito de corazón es un oportuno homenaje a tantos caídos en la entonces inevitable lucha armada por la libertad. Lo que no hay que creer es que aquel contexto puede trasladarse a la ligera y continuarse en la actualidad de estas Dos Argentinas presentes.
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