CINE › EL FID MARSEILLE, UN ENCUENTRO CON EL MEJOR CINE DOCUMENTAL
El festival, que se desarrolla desde hace 19 años en la populosa ciudad francesa, se muestra abierto al ensayo y a la estética de riesgo. La sorpresa llegó esta vez de la Argentina, con Iraqi Short Films, de Mauro Andrizzi.
› Por Luciano Monteagudo
Desde Marsella
Según el imaginario popular del siglo XX, forjado en base al cine policial y de aventuras, Marsella debería ser una ciudad siempre nocturna, peligrosa, cuya vida social gira alrededor de oscuras tabernas portuarias, que esconden turbios negocios como el de la droga, institucionalizado para la memoria colectiva por el recuerdo de Contacto en Francia y su archivillano, Fernando Rey, reinando soberano sobre los muelles. En verdad, sin embargo, Marsella impresiona en primera instancia como una ciudad no sólo moderna –a pesar de sus miles de años de historia, que se remontan a la cultura griega– sino también luminosa, favorecida por el sol y el aire limpio del Mediterráneo. Cosmopolita, diversa y populosa, con una fuerte presencia de la gente y la cultura del Magreb, que le dan una identidad muy particular, Marsella es también la segunda ciudad en importancia de Francia, después de París, con una fuerte tradición cinematográfica propia, empezando por la obra del dramaturgo y cineasta Marcel Pagnol (La mujer del panadero) que en los años ’30 levantó aquí su popular imperio, y que hoy tiene su continuidad en el cine de Robert Guédiguian, el autor de Marius et Jeannette y La ville est tranquille. Hace 19 años que Marsella alberga el más prestigioso festival internacional de cine documental. El FID Marseille toma por asalto los alrededores de Vieux Port en la primera semana de julio y concentra sobre sus muelles la actualidad más radical del documental contemporáneo. La programación del crítico Jean-Pierre Rhem ha venido privilegiando desde siempre una aproximación amplia al documental, abierto siempre al ensayo, al lenguaje poético y a la estética de riesgo, prescindiendo de los productos formateados por las exigencias de las cadenas de televisión.
En la competencia internacional del FID Marseille –que este año tiene como presidente del jurado al filósofo italiano Toni Negri, autor del polémico ensayo Imperio– conviven en igualdad de condiciones cortos y largometrajes, pero casi ninguna producción de esos delatores 59 minutos que denuncian su origen televisivo. Fortalecido en este campo del documental de autor, que tiene una producción mucho más generosa de lo que dejan ver habitualmente los mezquinos circuitos de difusión, el FID Marseille ha sido uno de los primeros espacios en reconocer las fronteras cada vez más lábiles entre ficción y documental y su programación en estos dos últimos años ha venido migrando hacia estas formas híbridas, que incluso Cannes (con 24 city, de Jia Zhang-Ke o Waltz with Bashir, de Ari Folman) terminó por reconocer en su competencia oficial, en mayo pasado.
Esta porosidad entre ficción y documental está muy bien ejemplificada en Aquele querido més de agosto, del portugués Miguel Gomes, una road-movie estival por una de las regiones más profundas y olvidadas de su país. En ese recorrido, pautado por canciones y bailes populares, Gomes plantea la tensión dramática entre un padre, su hija y un primo, que quiere ser su novio. Pero el conflicto potencialmente incestuoso cede en cambio su lugar a la realidad de los pueblos que recorren, a las gentes con quienes se cruzan, a las leyendas que descubren. Un film ciertamente mágico, que a su vez se permite la posibilidad de incluirse a sí mismo, no tanto como metalenguaje sino más bien como una forma de atestiguar que el equipo de la película vivió también esos lugares y circunstancias.
En un plano mucho más íntimo y delicado, la coreana Sun-Hee Ahn presenta Her Summer, un film en primera persona del singular con el que da cuenta de los trabajos y los días de su abuela, de 84 años. Realizado muy rigurosamente en base a planos-detalle –las manos, los pies, los ojos, pliegues de su ropa o rincones de su casa–, Sun-Hee Ahn es capaz de reflejar todo ese mundo a partir de sus fragmentos más ínfimos, con una sensibilidad que parece heredada del cine de la japonesa Naomi Kawase.
El documental político puro y duro tiene también su expresión en Marsella: Khiam 2000-20007 reconstruye a partir de media docena de testimonios las terribles condiciones de vida (y de muerte) de los prisioneros de ese penal libanés, en el que el ejército israelí de ocupación encarceló no sólo a militantes de Hezbolá sino también a cualquier hombre o mujer que consideraran sospechoso de integrar algún grupo de resistencia civil. Por su parte, Nos lieux interdits (Nuestros lugares prohibidos) viene a dar cuenta de una tragedia olvidada: en Marruecos –no muy lejos de Marsella, a través del espejo del Mediterráneo– durante el terrible reinado de Hasan II, el país sufrió una tragedia equivalente a la de Argentina y al día de hoy se registran también unos 30.000 desaparecidos. La directora Leila Kilani se interna en alguna de estas historias para descubrir hasta qué punto el silencio y el miedo están todavía internalizados en el seno de las familias marroquíes.
Pero si hubo hasta ahora una sorpresa en el FID Marseille, proviene de Argentina. La película se llama –así, en inglés– Iraqi Short Films y fue realizada por Mauro Andrizzi, programador del Festival de Mar del Plata. Durante más de seis meses, Andrizzi se internó en la red de redes y bajó todo el material que encontró referido a la invasión británico–estadounidense a Irak: películas caseras de ambos bandos en pugna, filmadas con pequeñas cámaras digitales o incluso teléfonos celulares. De ese enorme volumen de material, Andrizzi decidió excluir todo aquello que pudiera acercarse a los llamados snuff movies y descartó escenas de torturas y violencia explícita. Pero con lo que se quedó le basta y sobra para dar una idea de la importancia que han llegado a tener las imágenes clandestinas en una guerra que no parece tener fin.
Salvo imágenes oficiales, que en teoría son las únicas que pueden ser difundidas, en el impresionante found-footage de Andri-zzi hay un poco de todo: desde sofisticados musicales como el que los soldados británicos ensayan en sus horas de ocio (la versión coreografiada y sincronizada que hacen de “Is This The Way To Amarillo”, en una base en Basora) hasta los improvisados cortos con que las milicias de resistentes iraquíes (se calcula que son más de 140 en actividad) registran sus atentados a las fuerzas de ocupación, como una forma de propaganda para su causa. Desde cómo fabricar una bomba casera hasta cómo instalarla debajo de un tanque enemigo, nada falta en el film de Andrizzi, que también incluye –entre otras imágenes sorprendentes– un increíble plano secuencia filmado desde la torre de un vehículo blindado estadounidense, que se va abriendo paso por las calles de Bagdad como si sus habitantes fueran hormigas.
Habrá que volver sobre estos Iraqi Short Films cuando lleguen a Buenos Aires, pero por ahora no se puede dejar de consignar que con un material ajeno y muy disperso Andrizzi ha logrado no sólo organizarlo, sino descubrir en ese cúmulo de imágenes el nacimiento de una estética, propia a esa guerra. Una estética que tiene que ver tanto con la muerte como con el narcisismo de los tiempos que corren, como si cada bando estuviera dispuesto no sólo a registrar la aniquilación del enemigo sino, en un evidente impulso tanático, también la suya propia.
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