CINE › ENTREVISTA A PATRICIO GUZMáN, DIRECTOR DE SALVADOR ALLENDE
Su documental, que se emite esta noche por Canal 7, es un trabajo alejado de los convencionalismos de la biografía clásica, sumando al material de archivo y los testimonios una voz que narra en un tono intimista.
› Por Oscar Ranzani
Es posible conjeturar que hace cuatro años, cuando el documentalista chileno Patricio Guzmán presentó en el Festival de Cannes su último trabajo, Salvador Allende, nadie del jurado haya pensado que se trataba de más de lo mismo. Si bien buena parte de la filmografía de Guzmán recupera los años de convulsión política en el Chile de los ’70, el apogeo y caída del gobierno socialista, el golpe de Pinochet y sus consecuencias, este documental lo tiene al mayor símbolo político del país trasandino como figura central y marca sus diferencias con los trabajos anteriores que, además, se diferencian entre sí: su obra cumbre La batalla de Chile (1972-1979), pensada como una trilogía y filmada en el mismo momento en que sucedieron los hechos; En nombre de Dios (1986), que enfoca el enfrentamiento de parte de la Iglesia Católica chilena con los militares y la creación de la Vicaría de la Solidaridad; Chile, la memoria obstinada (1997), que posa su mirada en la fragilidad política en su país, o El caso Pinochet, basada en el juicio contra el dictador en Londres (2001). “En La batalla de Chile yo miraba a Allende desde lejos. Aunque lo admirábamos, yo estaba más preocupado por hacer una película más colectiva en la base y no de los dirigentes, de los parlamentarios o de ciertos líderes. De modo que es una película coral”, cuenta Guzmán en diálogo telefónico con PáginaI12, desde Francia.
Y enseguida recuerda que tenía pendiente realizar un film exclusivamente sobre Allende. Como consecuencia, construyó un riguroso documental, totalmente alejado de los convencionalismos de la biografía clásica y donde su voz en off ordena el relato de los hechos con un tono intimista y organiza la estructura del film, que cuenta con un valioso material de archivo y testimonios. En el año del centenario del nacimiento de Allende y a pocos meses de cumplirse treinta y cinco años del golpe de Estado, podrá verse Salvador Allende hoy a las 22 por Canal 7, en el ciclo Ficciones de lo Real, que conduce Diego Brodersen.
–La película mira la figura de Allende pero desde el momento actual. ¿Esto permite conocer mejor al personaje?
–Sin duda, porque vivimos un momento en que hay una desilusión de la política y también hay una corrupción de la política. Por lo tanto, se hace necesario reivindicar figuras que fueron un ejemplo de ética, de política bien hecha; de la palabra empeñada, cumplida. Y eso es muy importante porque la política, incluso, se ha vuelto sinónimo de corrupción, de abuso de poder. Se ha deteriorado la imagen de la política. Y este hombre justamente dignifica el trabajo de un político.
–¿Por qué decidió no plantear el documental como una biografía clásica?
–Por una cuestión de aburrimiento. Cuando una película empieza con la foto del personaje bebé en una cuna y se ven después los padres, cuando entró al Liceo y fue avanzando, creo que es un dispositivo narrativo muy árido y muy difícil de llevar bien. No quiero decir que no haya películas que sean así y que no sean buenas. Hay algunas biografías interesantes hechas de ese modo. Sin ir más lejos, hay una película sobre Pierre Mendès-France –un político que se pareció mucho a Allende– y que la hizo un realizador francés que yo admiro mucho: Jean-Christophe Rose. Justamente, empieza con la fotografía del bebé. Pero yo no quería seguir ese camino porque preferí dar vuelta todo y, en definitiva, no hacer una película demostrativa. Allende hizo muchísimas más cosas que las que aparecen en el film. Se podría haber hecho un texto enormemente denso y habría sido una película de las que apagas el proyector y la escuchas como un programa de radio. Yo quería transmitir otra cosa: algunos de los elementos del espíritu de este hombre. Quería convencer al espectador de que éste era un hombre diferente, antes que dar tantos datos que, al final, cansan mucho.
–¿Por qué utiliza su propio relato en primera persona?
–Porque es una manera sencilla de aproximarse al espectador: Les voy a contar un cuento. Había una vez un presidente que se llamaba Salvador Allende... Creo que eso ayuda a disolver el estereotipo de la biografía. La hace más subjetiva, más humana quizás. Incluso, hoy día viendo la película creo que debí hacer un texto más sencillo porque está un poco recargado. Pero bueno, uno siempre es su mejor crítico.
–A casi treinta y cinco años del golpe, ¿hay una deuda con la memoria histórica en Chile?
–Sí. En Chile no ha ocurrido lo que ha pasado en Argentina. Nadie se atrevió a descolgar un cuadro que está en el Museo Naval con la figura de Merino, el almirante que dio el golpe. Yo lo mandaría quitar como hizo el presidente Kirchner en el Colegio Militar. Y ese tipo de gestos que son tan importantes en la vida de un país, en Chile no hubo. Hay muchos juicios que están pendientes. El gran gesto que hubo fue cuando el fiscal Castresana y el juez Baltasar Garzón encarcelaron a Pinochet en Londres. A partir de ahí, la transición comenzó. Muchos decían en Chile que la transición estaba a punto de terminar y, de repente, Pinochet cae preso y todos nos dimos cuenta de que estaba empezando.
–Gran parte de su filmografía está atravesada por la figura de Salvador Allende y en este documental menciona que el ex presidente marcó su vida. ¿De qué manera se produjo esto y cómo se relaciona con la profesión?
–No lo sabría decir exactamente. Yo estuve en una escuela de cine en Madrid durante toda la campaña de Allende. Y volví en el año ’71 cuando Allende ya estaba en el poder. Y decidí volver porque me resultaba tan extraordinario lo que iba a pasar que tenía que estar ahí. Entonces, cuando volví y tenía algunos guiones de ficción, vi la realidad, me gustó tanto lo que estaba pasando, era tan emocionante ver el movimiento que había en la calle, en el Parlamento, en el campo, en las fábricas que me enamoré de esa situación. Entonces, lo que me ocurrió es que quizás yo convertí el proyecto político en un proyecto personal. Y por eso filmé cuatro largometrajes en esos tres años.
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