Viernes, 8 de agosto de 2008 | Hoy
CINE › LA OTRA BOLENA, CON NATALIE PORTMAN Y SCARLETT JOHANSSON
El problema de la película dirigida por el debutante Justin Chadwick es que reduce la tragedia dinástica al drama plebeyo, desperdiciando el caldo shakespeareano en el que podría haberse cocinado y empequeñeciéndose hasta casi lo televisivo.
Por Horacio Bernades
(The Other Boleyn Girl,
Gran Bretaña/EE.UU., 2008)
Dirección: Justin Chadwick.
Guión: Peter Morgan, sobre novela de Philippa Gregory.
Intérpretes: Natalie Portman, Scarlett Johansson, Eric Bana, David Morrisey, Kristin Scott Thomas, Mark Rylance y Ana Torrent.
Que sea una película de época es sólo circunstancial: la historia que narra La otra Bolena no podría ser más actual. Para comprobar su actualidad bastaría con sintonizar el reality show Living Lohan –donde mamá Dina prepara el lanzamiento de Ali, su hija menor, mientras intenta mantener a la incontrolable Lindsay fuera de comisarías y centros de rehabilitación– o imaginar la intimidad de las hermanas Spears. O recordar, para poner un ejemplo más criollo, la estrecha vigilancia que la familia Del Boca impuso siempre sobre su fuente de ingresos Andreíta. Como todas estas sucesoras, allá por el siglo XVI las hermanas Ana y María Bolena saltaron de la modestia provincial al trono. No el trono de los medios, sino el de los Tudor, en medio de intrigas, lobbies y corrupción y culminando –está por verse si lo mismo sucede con sus pares actuales– en caída, muerte y disgregación familiar.
Esa condición contemporánea, La otra Bolena la hace visible relegando al mínimo el desfile de trajes, danzas, interiores de lujo y demás notaciones de época. El problema de la película dirigida por el debutante Justin Chadwick es que reduce la tragedia dinástica al drama plebeyo, desperdiciando el caldo shakespeareano en el que podría haberse cocinado (intrigas palaciegas, infidelidad, infertilidad, una corona sin herederos, ejecuciones reales, política familiar y hasta incesto) y empequeñeciéndose hasta casi lo televisivo. De hecho, la novela en que se basa conoció, hace cinco años, una primera versión para ese medio, que aquí se emitió por cable, al mismo tiempo que la miniserie Los Tudor. Poco antes, la superproducción Elizabeth: Los años dorados caía de cartel, La reina resultaba uno de los grandes éxitos recientes del cine británico y un Enrique VIII llegaba también a la tele, en formato de miniserie. Todo lo cual hace pensar que –tal vez por obra de Lady Di, Dodi Al Fayed y el pont D’Alma– la realeza británica se halla en plena recuperación de una popularidad mórbida, que desde hace tiempo no tenía.
De hecho, uno de los autores de este nuevo auge, Peter Morgan (autor de La reina y la miniserie Enrique VIII) tuvo a su cargo la adaptación para cine de La otra Bolena. Básicamente un drama familiar (como en buena medida lo era La reina), la película dirigida de modo casi anónimo por Chadwick se centra en la doble promoción de Ana Bolena (Natalie Portman) y su hermana menor, Mary (una imprevistamente desabrida Scarlett Johansson), al lecho de Enrique VIII (Eric Bana, con menos kilos y aura de majestad que los necesarios). El monarca de las seis esposas anda necesitado de un heredero, que la reina, Catalina de Aragón (una crecida Ana Torrent, machacando cada ese como Sean Connery), no le puede dar. Como las hermanas Bolena son lindas y, se supone, fértiles, la alcoba real se entornará para ellas, con su tío, el intrigante duque de Norfolk (David Morrisey), como abrepuertas.
El duque de Norfolk cuenta para ello con la aprobación del padre de las chicas (Mark Rylance), el rechazo de la madre (Kristin Scott Thomas) y la divertida complicidad del hermano menor (Jim Sturgess, con una gestualidad más propia de un rocker londinense que un campesino de hace cinco siglos). Más allá del drama de rivalidades fraternas, a Morgan le interesa mostrar hasta dónde puede prostituirse una familia entera, en aras del poder y la ambición. De esa duramadre devienen las escenas más revulsivas de La otra Bolena: una en la que papá, mamá y hasta el marido oyen, de boca de Mary y sin que se les mueva un pelo, el relato de su primera noche en la recámara real, y otra en la que Ana, con tal de evitar su ejecución, pergeña la idea de encajarle al rey un hijo cuyo padre no sea él, sino su propio hermano. Es allí, a punto de ceder a la fiebre trágica y la locura, cuando La otra Bolena elige no transgredir los límites del drama pequeñoburgués. Peor para ella.
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