CINE › “EL NOVENO DIA”, DEL DIRECTOR DE “EL TAMBOR DE HOJALATA”
El dilema ético del padre Kramer
Volker Schlöndorff ofrece en El noveno día una historia sobre una opción extrema en la que se ve envuelto un sacerdote durante la Segunda Guerra. La trama da cuenta de una decisión difícil de tomar, en la que la propia conciencia juega un rol principal. La vereda de la sombra, por su parte, dirigida por Gustavo Alonso, reconstruye el camino hecho por Fabián Polosecki, un personaje cercano al mito.
› Por H. B.
Macilento, enjuto y ojeroso, la disyuntiva que se le ofrece al padre Kremer es de esas que sólo en tiempos de pesadilla se presentan. Si convence al arzobispo de Luxemburgo de hacer las paces con el nazismo será liberado del campo de concentración de Dachau, los miembros de su familia seguirán vivos y los clérigos encerrados recuperarán la libertad. En caso contrario, vuelve al campo, el resto de su familia es exterminada y lo mismo les sucederá a los religiosos prisioneros. En películas como Decepción y la aquí inédita La leyenda de Rita, el alemán Volker Schlöndorff –cuyo film más famoso y premiado sigue siendo El tambor de hojalata– había afrontado la política desde el lugar de la ética, y su film más reciente no es la excepción. Exhibida con alta repercusión en gran cantidad de festivales (desde Berlín a Mar del Plata), El noveno día vuelve a hacer eje en un dilema moral de resolución aparentemente imposible, haciendo vivir al espectador la clase de encrucijadas que una época acomodaticia suele esquivar.
Leyendo las memorias del sacerdote Jean Bernard (fundador de la Oficina Católica Internacional para el Cine, entre otras cosas), Schlöndorff prestó atención a un párrafo en el que aquél hacía referencia a un infrecuente “permiso de salida” que las autoridades de Dachau le otorgaron por unos días, con el sepelio de su madre como motivo aparente. Junto con los guionistas Eberhard Görner y Andreas Pflügner, Schlöndorff imaginó una posible razón oculta para esa licencia, la siniestra misión que se detalla en el párrafo anterior. Nueve días le son concedidos al abad luxemburgués Henri Kremer (trasposición ficcional de Bernard) para un regreso a casa en el que las torturas físicas serán reemplazadas por un tormento peor aún: el de la conciencia.
Un regreso a casa parece representar también para Schlöndorff (Wiesbaden, 1939) El noveno día, tras un largo par de décadas en el que su cine pareció trastabillar entre desafíos literarios más altos que inspirados (El gran amor de Swann, 1984), transcripciones apenas respetuosas (la de La muerte de un viajante, en 1985) y algún policial negro canónico pero poco destacado, como Palmetto (1998), aquí editada en video. Cierta trillada respetabilidad dramática echa también sobre su sombra en las primeras escenas de El noveno día, en las que la cotidianidad del campo de concentración –el sadismo nazi de un lado, el silencio de las víctimas del otro– corre peligro de quedar atrapada en una rutina demasiado conocida, con rituales de sangre y humillación. Debe reconocerse, sin embargo, que los prisioneros no son en esta ocasión los que el espectador está más habituado a ver, ya que se trata de miembros del clero católico. Una realidad que está en los documentos de época pero no siempre el cine recogió, y que explica el momento más impactante de ese prólogo, el de la crucifixión de uno de los detenidos.
Habrá que esperar hasta más adelante en el relato para verificar que no se trata de igualar en su condición de víctimas a todos los estamentos de la fe. El film de Schlöndorff no deja de dar cuenta del histórico silencio de la jerarquía católica frente a las atrocidades nazis. Como tampoco convierte a su protagonista en un héroe a la medida de Hollywood, de esos que suelen sentar superioridad moral frente al horror. La sorprendente caracterización de Ulrich Matthes (que casi al mismo tiempo componía a un Goebbels frío como el acero, en La caída), su reconcentrado y hondo dolor, dibujan a un hombre profundamente quebrado, a quien sus carceleros ansían convertir en títere. El titiritero del caso es el Untersturmführer Gebhardt (notable August Diehl), oficial nazi de sofisticada perversidad, que intenta hacer del abad un puente. ¿Puente para llegar a dónde? Hasta el arzobispo de Luxemburgo, que, encerrado en su gabinete, hace tañer las campanas todas las mañanas, significando su rebeldía frente al invasor.
Como director y guionistas no ignoran el carácter político de la Iglesia, junto al arzobispo hacen aparecer (entre adecuadas sombras) a un asistente que, en su sibilino maquiavelismo clerical, parece casi escapado de El Padrino III. Debe agradecerse que esta situación aparentemente irresoluble (el padre Kremer no es cualquier religioso; anteriormente apoyó a resistentes franceses y luxemburgueses) no sea llevada por Schlöndorff y sus guionistas a un terreno del heroísmo alla Holly-
wood, sino más bien al del drama de conciencia, que el cine europeo supo cultivar en los años ’70. Lo hacen sin soluciones fáciles a la vista, tanto en el terreno dramático (los conflictos pasan aquí por el combate diálectico entre el títere y su titiritero, antes que por el juego de opuestos entre coraje y cobardía) como en el de los contenidos, que no eluden complicadas encerronas teológicas. Es en esa ética dramática que no sabe de concesiones donde los responsables de El noveno día se ponen a la altura de su protagonista, cuyo gesto de profundo dolor revela que, cuando la historia se iguala con la pesadilla, no hay escape para nadie, jamás.
8-EL NOVENO DIA
(Der Neunte Tag) Alemania, 2004.
Dirección: Volker Schlöndorff.
Guión: Eberhard Görner y Andreas Pflügner.
Fotografía: Thomas Erhart.
Intérpretes: Ulrich Matthes, August Diehl, Hilmar Thate, Bibiana Beglau y Germain Wagner.
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