CINE › EL MAGRO SALDO ARTíSTICO QUE DEJó EL FESTIVAL DE VENECIA
La ausencia de estrellas y el bajo nivel de la competencia terminaron de deslucir un festival que conoció épocas mucho mejores.
› Por Carlos Boyero *
Hay que reconocerle valor o una insensata adicción al exhibicionismo al melifluo Marco Müller, director de esta Mostra que cualquier espectador con dos dedos de frente recordará como una pesadilla, al ejercer de maestro de ceremonias en la entrega de premios, ya que corría el peligro de que las víctimas del infinito tedio con el que castigó a público y prensa olvidara los buenos modales al verlo. Y, cómo no, durante la hora de agradecimientos que dura la clausura se escucharon muchas veces esas imposturas verborreicas y cursis exaltando el amor al cine, la necesidad de que haya arte en él. Pero en Venecia ese supuesto arte se pudo palpar con cuentagotas, aunque todos los concursantes estén convencidos de que sus criaturas chorrean trascendencia.
Al final de este festival de aburrimiento tuvieron la suerte de que se colara una gran película, algo que servirá a los organizadores para intentar maquillar lo injustificable y seguir tirándose el rollo del comprometido cine de autor en las próximas y temibles ediciones. Hubiera sido demasiado escandaloso que no concedieran el León de Oro a uno de los pocos oasis en este desierto. Se titula The wrestler y está destinada a perdurar como uno de los más emocionantes, violentos, sórdidos, tiernos y comprensivos acercamientos que ha hecho el cine a esos personajes sin estrella y vapuleados por la vida llamados perdedores. La dirige con estilo sobrio y capacidad de conmoción Darren Aronofsky y la interpreta Mickey Rourke con tanto dolor como autenticidad. Los que admiraban el esotérico cine anterior de Aronofsky deben de haberse llevado un susto de muerte, ya que en esta ocasión se entiende todo lo que pretende contar, rezuma sentimiento y complejidad, puede tocarle el corazón a una gama muy variada de espectadores. Aronofsky declaró que tiene derecho a reinventarse. Una lástima que haya tardado tanto tiempo en hacerlo, que poseyendo tanto talento y sensibilidad para narrar con clasicismo, haya representado durante años el papel de moderno delirante. Su caso recuerda al de otros colegas como David Cronenberg y David Lynch, gurúes que a veces se reinventan exponiéndose al desdén de su antigua y selectiva parroquia, que hacen películas tan hermosas como Promesas del Este, El hombre elefante y Una historia verdadera.
En el resto del palmarés se olvidaron del excelente guión de Guillermo Arriaga y de las admirables interpretaciones de Charlize Theron y de Kim Basinger en The burning plain o de la sabiduría para crear tensión de la directora Kathryn Bigelow en la perturbadora The hurt locker. Es normal. Con premiar a The wrestler ya estaban en paz con el gran cine y podían dedicar todos los demás premios a sus caprichos, coronando exotismos y pesadeces.
Vaya uno a saber si existe una ley que obliga a no dejar desiertos todos los premios, pero hacerlo de vez en cuando sería tan lúcido como coherente. Se puede entender con un poco de esfuerzo que se premien las buenas intenciones de la película etíope Teza, relato aceptable de los peligros que amenazan a los disidentes en las dictaduras populistas. Pero es difícil encontrar una mínima virtud en la insoportable espesura y vacuidad de la película rusa Bumaznyj soldat, que cuenta la preparación de sus astronautas en la época de la Guerra Fría. El personaje que interpreta la premiada actriz Dominique Blanc en La otra intenta suicidarse al principio sacudiéndose un martillazo en su cabeza. Sólo le sale un chichón y la vida continúa. Pero uno termina lamentando que ese daño fuera tan liviano al tener que aguantar durante dos horas las desgracias de esa desagradable señora. Tampoco hay nada destacable en la quejumbrosa composición que hace el actor Silvio Orlando en El padre de Giovanna. Y parece un disparate el León Especial que se le concedió a la insufrible carrera del director alemán Werner Schroeter: como anónimo regalo para un enemigo, no puede haber mejor opción que la obra completa en DVD del cine de ese señor.
Afortunadamente, entonces, se terminó un calvario de once días en el que el cine ha sido gravemente ofendido con una programación demencial. Adiós al insoportable calor húmedo de Venecia, a la tortura que suponen las butacas de la sala PalaLido, al incansable sadismo de los mosquitos, a tanto tiempo malgastado e irrecuperable, a tener que escribir sobre la nada absoluta: la ruina de esta Mostra será muy difícil de superar.
* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.
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