Vie 10.10.2008
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CINE › MATIAS CAPELLI HABLA DE SU LIBRO DE CUENTOS FRIO EN ALASKA

“No le tengo miedo a la incertidumbre”

Inspirado en una canción del mítico álbum Berlin, de Lou Reed, el periodista y escritor concibió cuatro relatos protagonizados por el personaje más sorprendente de la literatura argentina reciente, un joven pintor noruego anclado en Buenos Aires.

Pocos personajes recientes de la literatura argentina sorprenden tanto como Lekman, un joven pintor noruego que desde chico vive con su familia en el país. Este “artista emergente” es tan callado que podría sobrevivir comunicándose apenas con un par de señas. Prefiere no hablar con casi nadie; sólo se entrega (o se resigna) a la tarea mecánica de ordenar las facturas que su novia Fernanda le envía por correo desde Inglaterra. Aunque prefiere no pensar, no puede disimular la sorpresa e indignación que sintió cuando descubrió en uno de los tickets de supermercado, entre una larga enumeración de “productos inocentes”, una caja de preservativos de doce unidades que compró su novia, periodista y crítica de arte, en Londres. ¿Exagera su incomodidad con el mundo o su condición de extranjero, y la fragilidad de las relaciones que entabla, es endémica? No hay respuestas acabadas a este y otros interrogantes que puedan suscitar los cuatro relatos que integran Frío en Alaska (Eterna Cadencia), el primer libro de Matías Capelli, periodista y editor de la revista Inrockuptibles. Y no es casual que el primer cuento se llame “Principio de incertidumbre”. Las certezas son desplazadas por una mirada vacilante, desconfiada, por momentos escéptica.

Un clima teñido por un dejo de melancolía surca los cuatro relatos de Frío en Alaska. Tal vez sea un “efecto colateral” de la estremecedora y genial “Caroline says II”, de Lou Reed, del disco Berlin, que el escritor escuchó durante un año seguido casi hasta gastarlo. Capelli cuenta a PáginaI12 que le debe el título de su primer libro al estribillo de esa canción: “It’s so cold in Alaska”. “No recuerdo el contexto de estas palabras en la canción, pero me quedó dando vueltas en la cabeza esa frase que todavía no termino de entender. Tiene algo de redundante, como ‘llovido sobre mojado’, y sin embargo me gusta, pero no sé muy bien por qué”, dice el escritor. “Hay un par de frases e imágenes que le robé al poeta Martín Gambarotta, no sé si se las robé o las tenía tan incorporadas que en algún momento necesité usarlas. Cuando terminé los cuentos, me enteré que Gambarotta escribió sobre un lugar que se llama Alaska, en Venezuela, y me llamó la atención cómo los dos estábamos aludiendo a nuestros Alaskas sin que lo supiéramos.”

Capelli admite que las percepciones de Lekman acentúan el principio de incertidumbre. “La incertidumbre siempre estuvo; por lo menos desde la modernidad, es una sensación que nos acompaña. En el caso de Lekman, quizá podría extrapolarlo a lo generacional, pero también en mi generación hay gente muy segura de sí misma. Lekman está un poco paralizado y a medida que avanza la narración, el clima se va enrareciendo bastante, hasta que ya casi no se puede distinguir qué es lo que pasa por su cabeza y por afuera”, plantea el escritor.

–¿Este principio de incertidumbre lo acompañó también durante la escritura de los cuentos?

–Sí, totalmente. Pero no le tengo miedo a eso. Hace dos años no hubiera podido decir que iba a escribir un libro sobre “tal cosa”; fue saliendo, cambiando, mutando bastante hasta alcanzar su forma final. No me gustaría perder esa incertidumbre porque las certezas, al momento de escribir, no sirven. Me preocupa no tener certezas como otros escritores que plantean un discurso más estructurado sobre lo que hay que hacer o no. A veces me siento en inferioridad de condiciones por no tener ese discurso, pero para escribir resulta más productivo no saber, estar a la intemperie de las certezas. El libro se fue armando con esta incertidumbre y me gustó cómo quedó el recorrido que fue haciendo el personaje, pero fue algo a lo que llegué sin tener claro cómo. Lekman es un personaje bastante pasivo en cuanto a su interacción con el mundo, y quería que se viera arrastrado por los acontecimientos, que no pudiera dominarlos. En el último relato termina en un pueblo de mala muerte, casi en un punto muerto. Cuando encontré al personaje, me gustó llevar al límite algunas características como sus silencios o su descolocación con el entorno.

–¿Esta descolocación está relacionada con el hecho de ser extranjero?

–Está descolocado y no consigue encajar en ningún lado, ni siquiera en el mundo del arte, aunque parece que es bastante talentoso y le va bien. Pero cuando le empieza a ir demasiado bien, tampoco sabe qué hacer y se bloquea. Su extranjería pasa por algo más íntimo. Aunque se hubiera quedado en Noruega, hubiera sido extranjero en su propia casa.

–En el último cuento, la ex novia de Lekman dice: “Escribir es demasiado íntimo como para que otro lo corrija”, y a continuación plantea que los talleres literarios son “incubadoras de enfermedad y rencor”. ¿Concuerda con el espíritu de estas definiciones?

–Hay cierto romanticismo que me atrae de esa frase que asocia la escritura con un acto íntimo, aunque no suscribo esa idea ciento por ciento. Me gustaba que la desidia de Lekman hacia su propia obra se cruzara con la convicción de una ex novia con la que se reencuentra, una joven que tiene todo más claro y lanza esas proclamas tan tajantes. Lo bueno de la literatura es que uno no tiene que estar de acuerdo con lo que está escribiendo (risas).

–¿Cómo conviven el periodismo y la literatura? ¿Hay contaminación entre esas escrituras?

–Es raro... por un lado es bueno trabajar en periodismo. No tengo problemas en llenar dos páginas con una nota, pero me cuesta más escribir ficción. Aunque la escritura sea periodística, trabajás todos los días escribiendo. Y eso a veces me desmotiva para escribir mis textos. Como ahora edito más y no estoy escribiendo tanto, tengo más tiempo. No me interesa explorar algo que esté entre la literatura y el periodismo; prefiero que esas aguas estén separadas, quizá porque tengo a la literatura en alta estima y al periodismo no tanto. Pero escribí frases en algún cuento que me sirvieron después para una nota, o viceversa... Soy consciente de que a veces el contagio entre el periodismo y la literatura es inevitable.

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