Viernes, 17 de octubre de 2008 | Hoy
CINE › VECINOS EN LA MIRA, DE NEIL LABUTE, CON SAMUEL L. JACKSON
El film arranca de la vieja idea del “vecino peligroso” y le suma detalles que agregan paranoia: una pareja recién mudada terminará descubriendo que el policía de la casa lindera hará uso y abuso de su posición para echarlos del barrio.
Por Horacio Bernades
VECINOS EN LA MIRA
(Lakeview Terrace, EE.UU., 2008)
Dirección: Neil LaBute.
Guión: David Loughery y Howard Korder.
Intérpretes: Samuel L. Jackson, Patrick Wilson, Kerry Washington, Jay Hernández y Justin Chambers.
La idea de que el tipo de al lado puede ser un psicópata viene siendo trabajada en el cine desde los tiempos del mudo (en The Lodger, de Hitchcock, 1927) y, como es lógico, la paranoia hizo que se intensificara en tiempos recientes, tanto en películas de Hollywood (Intriga en la calle Arlington, por ejemplo) como del off Hollywood (Funny Games, de Michael Haneke). De algún modo, Vecinos en la mira lleva la apuesta al límite, al hacer del tipo de al lado nada menos que... un policía. Un policía negro, para más datos. Lo cual, como era de prever, generó reacciones airadas, en ese imperio de la corrección política que son los Estados Unidos. Como si la psicopatía no tuviera derecho a la multirracialidad.
Todo tiene lugar en un barrio residencial de las afueras de Los Angeles, el día que llegan nuevos vecinos. Recién casados, Lisa y Chris Mattson (Kerry Washington y Patrick Wilson) tienen, a los ojos de Abel Turner (Samuel L. Jackson), dos defectos imperdonables. El primero es que, jóvenes y ardorosos, cultivan la mala costumbre de fifar en la piscina, quedando a la vista de los hijos de Turner. El segundo defecto, mucho más grave, es que Lisa es negra y Chris, blanco. Sí, para Turner la cuestión racial es una verdadera fijación. El sexo, otra. La droga, también. Bah, digámoslo de una vez: el tipo es más reaccionario que un tachero. Con la diferencia de que anda armado. Incluso cuando sale a hacer rondas de vigilancia por el barrio. Rondas que nadie le pide: las hace porque quiere. En otras palabras, Turner no es un simple policía, es un militante de la vigilancia. Y como no es de quedarse de brazos cruzados, en cuanto sus nuevos vecinos llegan al barrio ya los quiere echar. Tiene con qué...
Construida con una tensión muy bien dosificada y narrada desde el punto de vista de los recién llegados, toda la primera parte de Vecinos en la mira logra poner al espectador en su lugar. Samuel L. Jackson pasa de la broma intencionada a la amenaza solapada, y de allí a la acción directa, con sus víctimas cayendo de a poco en la cuenta. En tanto Turner no es un psicopatón suelto sino un tipo que cuenta con el apoyo de toda la fuerza policial de Los Angeles, el asunto es fácilmente extendible a cualquier situación de abuso de poder. Con lo cual no habrá un solo espectador que no se sienta identificado. Es un detalle interesante, por el modo en que universaliza la situación, que el suegro de Chris, un tipo encumbrado, tenga hacia él tanto desprecio como el que le muestra su temible vecino. Detalle interesante, aunque riesgoso, en tanto convierte al protagonista en un blanco acosado no por un hombre negro... sino por dos. En verdad, debe corregirse lo que se dijo antes: no es el punto de vista de Lisa y Chris el que rige la narración sino sólo el de éste.
Este último detalle no debe extrañar, ya que el director de Vecinos en la mira es Neil LaBute. En sus comienzos, con películas como En compañía de hombres y Tus amigos y vecinos, LaBute asomó como director ultraindependiente y políticamente incorrecto. Pero de a poco trató de hacerse un lugarcito bajo el sol de Hollywood, como Vecinos..., basada en un guión ajeno, muestra de sobra. Algo se mantiene, sin embargo, de aquellas primeras a ésta: no hay una sola película de LaBute que no esté contada desde las fantasías de un hombre blanco. Incluidas las fantasías misóginas, por cierto. De todos modos, el principal problema de Vecinos en la mira no es tanto ése como uno de índole estrictamente dramática, más propio de Holly- wood que de LaBute. Como ese sistema no concibe narrar una historia como ésta sin llevarla al terreno del thriller, a partir de determinado momento la conducta del cana debe pasar de lo preocupante a lo hiperbólico, virando de personaje a monstruo. Lo cual lo convierte en pura rutina cinematográfica, de esas que se ven todas las semanas.
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