Jue 23.10.2008
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CINE › RICHARD LINKLATER, ERIC SCHLOSSER Y CóMO CONVERTIR UNA INVESTIGACIóN EN OBRA DE FICCIóN

“Este caso representa a muchas industrias”

Hace siete años, el libro Fast Food Nation significó una patada en las narices de las cadenas de comida chatarra. Ahora, su autor y el director señalan cómo la película sirve para contar el estado de un país, más allá de la hamburguesa.

› Por Gilbert Adams

En 2001, el periodista de investigación Eric Schlosser reunió, en forma de libro, una serie de notas que había venido publicando, desde un par de años antes, en la revista Rolling Stone. Se llamaba Fast Food Nation: The Dark Side of the All-American Meal, algo así como La nación fast food: El lado oscuro de la comida quintaesencialmente estadounidense. Exito meteórico, Fast Food Nation entrañaba una fuerte denuncia sobre la industria de la comida chatarra, dejando a la vista condiciones de higiene muy poco higiénicas, controles de calidad sumamente indulgentes, explotación de inmigrantes ilegales, maltrato y bajos salarios. Todo ello, detrás de la prístina pulcritud de cada local de McDonald’s, empresa a la que mencionaba con pelos y señales.

Ya se sabe que, tarde o temprano, a todo best seller (y Fast Food Nation lo fue en toda la regla, manteniéndose durante meses en el primer puesto de ventas) le llega su película. Claro que en este caso resultó atípica, ya desde el propio origen. Empezando por el motor del proyecto, no otro que Malcolm McLaren, legendario “inventor” de The Sex Pistols, cuya relación con el cine se había limitado, hasta ahora, a participar de las bandas de sonido de Scratch, Kill Bill y María Antonieta y su ineludible rol en The Great Rock’n’roll Swindle, sobre el cuarteto punk. Su socio para la ocasión, Jeremy Thomas, siempre estuvo vinculado con lo que podría considerarse “cine de gran espectáculo de calidad”, como lo confirman desde El último emperador hasta Crash, pasando por El paciente inglés. La tercera pata del proyecto fue la compañía estadounidense Participant Productions, cuyos directivos no se cansan de pregonar que “los medios pueden provocar cambios sociales importantes”. En concordancia con ello, sólo apoyan proyectos política (o socialmente) correctos, como Buenas noches, buena suerte, Syriana o La verdad incómoda.

A su turno, los antecedentes del texano Richard Linklater (Houston, 1960) no daban para vincularlo con lo que suele llamarse “cine de denuncia”. Con un elenco gigantesco, en el que superestrellas del tamaño de Bruce Willis se ponen a la par de buena cantidad de actores latinos (Catalina Sandino Moreno, Wilmer Valderrama, Luis Guzmán), sumándose a “regulares” de Linklater como Ethan Hawke, Fast Food Nation participó de la competencia oficial en la edición 2006 del Festival de Cannes. La película se había rodado un año antes bajo el falso título de Coyote, cuestión de evitar demostraciones y actos de sabotaje, como los que Schlosser debió afrontar en las giras de presentación del libro. Cosa curiosa: en los Estados Unidos de hoy, las manifestaciones de protesta no las hacen los condenados de la tierra, sino los representantes de las más grandes corporaciones.

Lado a lado –del mismo modo en que escribieron el guión de la película– Linklater y Schlosser hablaron sobre el proceso que llevó del libro al film. Y también sobre esa América de corporaciones, comida poco sana y condiciones laborales dignas del Tercer Mundo.

–¿Cómo fue que Richard Linklater terminó dirigiendo Fast Food Nation?

Richard Linklater: –Nos juntamos una tarde a conversar. Primero pensé que se trataba de un error, ya que yo no filmo documentales, e imaginé que la traslación de ese libro al cine debía ser necesariamente un documental. Pero allí encontré que Eric estaba pensando en una película de personajes, poniendo el acento más en la gente afectada por el asunto que en la estricta denuncia social o empresaria. Y eso yo sí puedo hacerlo.

Eric Schlosser: –Cuando me reuní con Richard, desde hacía un año que venía teniendo reuniones con documentalistas. Pero no estaba muy seguro de que un documental sobre el tema no quedara expuesto a presiones corporativas. Fue allí que tuve una primera charla con Jeremy Thomas, en la que comenzamos a entrever la posibilidad de filmar no un documental, sino una película de ficción. En una primera instancia sonaba medio loco, pero a medida que le dábamos vueltas empezó a cerrarnos. Además, el hecho de que Jeremy fuera un productor off Hollywood me daba más seguridad, en el sentido de que no quedaba tan expuesto a cualquier presión.

–¿Cómo hicieron para convertir una investigación periodística en una película de ficción?

R. L.: –En esa primera conversación, Eric hizo mención a una novela clásica, Winesburg, Ohio. En ella, Sherwood Anderson retrata a Estados Unidos a través del funcionamiento de un pequeño pueblito. Como a mí esa novela también me gusta mucho, fue allí donde decidimos adoptar el mismo procedimiento, trasponiendo lo que Eric expone en su libro a una ciudad inexistente (Cody, Colorado). Allí debían converger todos los personajes del relato, que representan distintos tipos de relación con el negocio de las comidas rápidas.

–Una célebre novela de comienzos del siglo XX, The Jungle, de Upton Sinclair, denuncia las condiciones laborales de la industria de la carne. ¿Cambió algo la situación hoy en día?

E. S.: –No, la situación es básicamente la misma. Es más, en los últimos veinte años las condiciones laborales empeoraron considerablemente. En los ’80 se pagaban muy buenos sueldos en comparación con otros rubros, pero a partir de ese momento empezaron a bajar los salarios y a traer inmigrantes ilegales. Fíjese que el 1º de mayo pasado hubo grandes movilizaciones de inmigrantes, y los mataderos tuvieron que cerrar ese día, porque se quedaron sin empleados. Hay pasajes de The Jungle que podrían haberse escrito hoy mismo.

–Da la impresión de que Fast Food Nation no es tanto una denuncia de la industria de la carne y las comidas rápidas, como del funcionamiento corporativo de Estados Unidos en general.

E. S.: –Creo que se podría escribir un libro igual sobre cualquier rama industrial. Los cambios producidos en el negocio de las comidas rápidas son representativos de los operados en Estados Unidos en general.

–En una escena de la película se muestra cómo se producen sabores artificiales, de laboratorio, para añadirles a las hamburguesas.

E. S.: –El tema es que en el proceso se pierden los sabores originales de la carne, y entonces necesitan reponérselos, recurriendo a químicos. Lo curioso es que para ello necesitan recurrir a la industria del perfume, que es enteramente europea. Con lo cual la más estadounidense de las comidas necesita recurrir necesariamente a productos europeos para su acabado.

–¿El problema es que la comida rápida no es saludable, o que es parte de un sistema perverso?

E. S.: –Se puede hacer comida rápida saludable, como por ejemplo la que se prepara en un wok. Una de las razones por las cuales las hamburguesas son tan poco saludables es porque poner a trabajar a un cocinero resultaría demasiado costoso.

–Inmigrantes ilegales trabajan también en locales de comidas saludables, donde se los explota igual que en las envasadoras de carne. ¿O hay explotadores peores que otros?

E. S.: –Nunca es bueno explotar a nadie. Pero lo cierto es que a los inmigrantes ilegales que trabajan en restaurantes les pagan mejor que a los que lo hacen en cadenas de hamburgueserías, que están entre los peor pagos.

–En 2004, Morgan Spurlock filmó el documental Supersize Me, que trataba sobre los efectos de la ingesta de hamburguesas. ¿Qué diferencias hay entre una película y otra?

R. L.: –Bueno, la diferencia es justamente la que usted mencionó. Supersize Me trataba sobre los efectos de la ingesta, mientras que Fast Food Nation es sobre lo que las hamburguesas les producen a los que las hacen.

–¿Qué efectos esperan alcanzar con Fast Food Nation?

R. L.: –Yo sería feliz si pudiera ayudar a alguna gente a comer más sano, y a tomar conciencia de la situación en la que está la gente que trabaja en este negocio.

E. S.: –Lo que sucedió con el libro fue que mucha gente empezó a mirar las hamburguesas con más desconfianza. Pero la situación de los trabajadores de la carne empeoró. Es que sucede una cosa: la industria de la carne envasada dona el 80 o 90 por ciento de sus ganancias al Partido Republicano, y las agencias gubernamentales encargadas de supervisar su funcionamiento están totalmente controladas por ella.

Selección, traducción e introducción: H. B.

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