Jue 11.12.2008
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CINE › LA DUQUESA, CON KEIRA KNIGHTLEY, RALPH FIENNES Y CHARLOTTE RAMPLING

Cómo sobrevivir en una prisión dorada

Debajo de su previsible despliegue escenográfico hay una historia por demás interesante a la que la película de Saul Dibb –demasiado preocupada por atender tanto al gran público como a ciertas aspiraciones artísticas– no termina de hacer justicia.

› Por Luciano Monteagudo

A primera vista, La duquesa tiene todo aquello que se puede esperar de una película de época, ambientada en la corte británica del siglo XVIII: pelucas como tortas, maquillajes como máscaras, grandes mansiones y suntuosos bailes, en los que la aristocracia aprovecha para el alarde, el cotilleo y los juegos de seducción. Pero por debajo de ese previsible despliegue escenográfico, que una esmerada producción enfatiza en vez de desacralizar (como hacía la María Antonieta de Sofía Coppola), hay una historia por demás interesante, a la que la película –demasiado preocupada por atender tanto al gran público como a ciertas aspiraciones artísticas– no termina de hacer justicia.

En 1774, Georgiana Spencer –hija de una familia terrateniente de la cual dos siglos más tarde salió también Lady Di, con quien siempre fue comparada– tenía apenas 17 años cuando fue dada en matrimonio a William Cavendish, duque de Devonshire, uno de los hombres más ricos y poderosos de su época. Ese matrimonio, al que Georgiana al comienzo se entregó con una ilusión adolescente, tenía para el duque –que les prestaba más atención a sus criadas y a sus perros– casi la única finalidad de proveerle de un heredero barón. La prolongada demora en conseguir ese resultado –la muchacha no tuvo mejor idea que parir dos niñas al hilo– hizo sentir sus consecuencias en varios sentidos, que la película esboza, pero apenas si desarrolla en sus facetas más superficiales.

Hay un primer momento relevante, sin embargo, que despierta al film del letargo en el que cae apenas comenzado: se trata de una escena dominada por no menos de dos docenas de hombres, envarados políticos todos, que se llenan la boca con unos discursos que aburren hasta a su propio mecenas, el duque, que los deja en la solitaria compañía de la duquesa. Entonada por unas copas de vino (las crónicas de la época hablan de su pasión por la bebida y el juego), Georgiana los pone en su lugar, haciéndoles ver que esas ideas de libertad que tanto pregonan son mezquinas, por no decir hipócritas, en la medida en que la libertad nunca puede ser limitada porque es una noción absoluta.

Sucede que Georgiana fue una figura de gran influencia política, como sugiere –pero no despliega– la película. Se la ve asistir a un mitin, en el que antes de que tenga la oportunidad de abrir la boca ya se gana a su multitudinario auditorio, pero el director Saul Dibb –proveniente de la televisión y a quien el proyecto parece quedarle tan grande como la mansión a su duque– nunca se molesta en explicar cómo esa mujer sometida a todas las inclemencias de su género y su época había sido capaz de alcanzar semejante popularidad, más allá de sus soberbios sombreros.

La película prefiere distraerse en cambio con otras dos aristas de su vida que si no tuvieran un relato tan convencional también podrían resultar atractivas: su sinuosa relación de amistad con Lady Foster, que después de una prolongada y ambigua convivencia con el matrimonio llegaría a ser la segunda esposa del duque; y el romance clandestino que Georgiana vivió con Charles Grey (de él proviene el nombre de esa variedad de té), futuro primer ministro, con quien tuvo una hija ilegítima. En cambio, mucho más interesante termina resultando el devenir del matrimonio de Georgiana, quien a pesar de sus ideas sobre la libertad termina comprometiéndolas para no tener que perder el contacto con sus hijos.

En este sentido, es determinante el duque que encarna Ralph Fiennes, una composición muy sutil y controlada, que expone al mismo tiempo el vicioso pragmatismo del personaje y también su asombrosa humanidad, sin por ello hacerlo menos repulsivo. “Qué maravilla esa libertad”, añora cuando ve jugar a sus hijos, a los que inexorablemente condenará a vivir en la misma dorada prisión de formas que él también habita. Por el contrario, a pesar de que es una actriz sensible, como lo demostró en Orgullo y prejuicio, Keira Knightley, quizá por insuficiencia del guión o impericia del director, no alcanza a darle a su protagonista la fascinación y la complejidad que pedía su personaje. Se la nota demasiado pendiente de su imagen, al punto que después de varios años y unos cuantos partos la película la sigue exhibiendo tan delgada y lozana como al comienzo, a pesar de que Georgiana murió muy joven, por complicaciones hepáticas.

6-LA DUQUESA

The Duchess, Gran Bretaña/ EE.UU./Francia, 2008.

Dirección: Saul Dibb.

Guión: Jeffrey Hatcher y Anders Thomas Jensen, basado en la novela de Amanda Foreman.

Intérpretes: Keira Knightley, Ralph Fiennes, Hayley Atwell, Charlotte Rampling.

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