CINE › MILK, LA NUEVA PELíCULA DE GUS VAN SANT, CON OCHO NOMINACIONES AL OSCAR
El realizador de Elephant apela al notable trabajo de Sean Penn para retratar al primer político declaradamente homosexual de la historia estadounidense, trazando un paralelo con la reciente prohibición californiana al casamiento gay.
› Por Horacio Bernades
Las fechas dibujan algo parecido a un círculo vicioso, de modo tan matemático que estremece. En noviembre de 1978, en Estados Unidos se votó la llamada Proposition 6, iniciativa tendiente a impedir a gays y lesbianas el ejercicio de la docencia en escuelas públicas del estado de California. Justo treinta años más tarde, el 4 de noviembre de 2008, en el mismo estado se votó la Proposition 8, dirigida a prohibir a gays y lesbianas el derecho al matrimonio civil. Los resultados fueron opuestos: la Proposition 6 fue rechazada; la Proposition 8, aprobada. Cerrando ese círculo y abriendo tal vez otro, días después de esta última votación se estrenó en Estados Unidos Milk, que narra la historia de aquel triunfo y anticipa, de modo sesgado, este fracaso. Una de las más firmes competidoras por el Oscar (reúne ocho candidaturas, entre ellas varias de las principales), el opus 13 de Gus Van Sant hace eje en Harvey Milk, motor esencial para el rechazo a la Proposition 6. Y en cuyo asesinato puede leerse el anticipo de lo que sobrevendría treinta años más tarde. Lo cual permite reubicar el film de Van Sant en el lugar que le corresponde: no el de película de época sino el de cine político, resuelto a intervenir en la más ardiente actualidad.
Tanto como para acentuar ese carácter, Van Sant introduce libremente fragmentos documentales, reduciendo las notaciones de época apenas a lo esencial. Interesado desde hace años en abordar la historia de Harvey Milk, el realizador de Elephant optó finalmente por un guión de Dustin Lance Black (guionista en jefe de la serie televisiva Big Love), que reconstruye los últimos ocho años de vida del primer político asumidamente gay en la historia de los Estados Unidos. Encarnado por Sean Penn a tanta distancia de la obviedad como del recato, el guión de Black arranca en Nueva York, cuando Milk, a los 40 años, toma, tal vez sin saberlo todavía del todo, la decisión de hacer algo por él mismo y por los demás. De allí a la política no hay más que un paso. Aunque el paso por la política, si se permite el juego de palabras, será tan breve como su vida.
Si hay una palabra que Milk repite a lo largo de la película, esa palabra es “movimiento”. Algo que casi no hay escena que no exprese, mostrándoselo siempre rodeado de amigos, asesores, pares, novios, colaboradores y amantes. Todos mezclados e indiscriminados, del mismo modo en que política y vida se mezclan e indiscriminan, para quien hace de su boliche de barrio su cuartel general. Su más famosa fórmula de campaña, “Harvey Milk vs. The Machine”, expresa, no de modo demagógico sino transparente, el carácter de “distinto”, de tipo ajeno al establishment, que de pronto decidió tomar la política por asalto. Con la misma naturalidad con que en la primera escena se levanta a un chico lindo en los pasillos del subte de Nueva York, recién mudado a San Francisco Milk desafía a sus vecinos más discriminatorios, besándose ostentosamente en la vereda con su novio, Scottie (James Franco). “We’re Open”, refrenda el cartel en la vidriera.
Hombre común para quien el acceso a la condición de supervisor comunal (cargo equivalente al de concejal) aparece como continuación natural de su militancia personal, el Milk de Van Sant & Black es algo así como Citizen Gay. Incluyendo alguna que otra artimaña populista que en algún momento el personaje tiene la astucia de incorporar. Aunque, desde ya, “El intendente de la calle Castro” (apodo que se le dio en vida) jamás haya contado con algo siquiera semejante al poder, el dinero y la falta de escrúpulos de Charles Foster Kane. Es esa misma condición de versión purificada la que, en su escasez de zonas grises, simplifica el retrato, le quita complejidad. No parece casual que todo el relato esté organizado como testimonio postrero del propio Milk, que sentado frente a un grabador y anticipando su propia muerte (o tal vez evocándola, como un fantasma) repasa los hitos de su vida. Milk es, así, la historia de Milk, tal como él mismo podría haberla narrado.
Desde ya que alguna sombra hay en la clásica oposición entre vida pública y vida privada, una siendo sacrificando en el altar de la otra, con alguna pareja que se harta de su entrega 24 x 7 a la política, y alguna otra que terminará la relación de modo algo más drástico y teatral (el personaje del mexicano Diego Luna). Las mayores objeciones que despierta Milk nacen en su evidente convencionalidad y previsibilidad, que no difieren demasiado de las de cualquier biopic hollywoodense, siempre protagonizadas por algún Quijote, enfrentado molinos de viento bien reales e indefectiblemente encaminado al martirologio. Aquí, los molinos llevan los nombres de John Briggs (inspirador de la Proposition 6) y Anita Bryant (fundamentalista de la discriminación), así como el martirologio queda a cargo del conservador Dan White (el últimamente omnipresente Josh Brolin), para cuya condición de némesis se sugiere aquí un posible componente de homosexualidad reprimida.
Más allá de la sobriedad general impuesta por Van Sant, de la infrecuente distancia desde la cual se observa más de una escena, Milk aparece como una brusca interrupción del discurso cinematográfico que el realizador venía llevando adelante a lo largo de esta década, con películas como Gerry, Elephant, Last Days y más recientemente Paranoid Park. Poco hay aquí de las experimentaciones con el tiempo, el espacio y el relato que Van Sant encaró en ellas, y es seguramente esa diferencia la que la Academia de Hollywood acaba de reconocer, por octuplicado y con Sean Penn en línea de largada.
6-MILK
EE.UU., 2008.
Dirección: Gus Van Sant.
Guión: Dustin Lance Black.
Fotografía: Harris Savides.
Música: Danny Elfman.
Intérpretes: Sean Penn, James Franco, Josh Brolin, Emile Hirsch, Diego Luna, Alison Pills y Victor Garber.
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