Sáb 07.03.2009
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CINE › CóMO ESTAR MUERTO/ COMO ESTAR MUERTO, DE MANUEL FERRARI

Un acertijo sin resolver

La ópera prima de Ferrari es un ejercicio al que no debe restársele validez ni negar sus méritos estéticos, sobre todo su delicada fotografía en blanco y negro digital y un montaje eficaz que sostiene el ritmo de la narración. Pero sigue siendo un ejercicio.

› Por Juan Pablo Cinelli

Una pareja de jóvenes yace en la cama a oscuras, ocasionalmente iluminada por la luz de un velador que ella enciende y apaga por capricho. El le cuenta la historia de un amigo que durante un apagón nocturno quedó eternamente parado en una esquina, esperando que los semáforos volvieran a funcionar. O tal vez no: quizá se trata de que en realidad nunca supo cómo cruzar. Esta dualidad manifiesta es la misma que Manuel Ferrari ha querido dejar clara desde el título de su película. Cómo estar muerto/ Como estar muerto, juego de palabras al fin, se propone como un acertijo sin resolver. Sus personajes, como si fueran invisibles, deambulan por una ciudad fantasma igual que lo harían por un purgatorio gris y ajeno que se torna laberíntico a fuerza de montaje. Escapan, se esconden; se encuentran y se esquivan, como si ellos tampoco supieran si cruzar ese límite definitivo que la película evita con toda intención. Espectros ellos también, los personajes van desapareciendo sin dejar rastros ante la certeza de un ojo escrutador. Como si sus existencias sólo estuvieran pendientes de sí mismas y se desvanecieran ante la posibilidad de que Otro, omnivisor, pudiera aprehenderlos siquiera con una mirada veloz, mecánica, tangencial. Tal vez por todo esto el final de la proyección promete una continuidad que se sabe falsa, porque no hay forma de prolongar esta historia sin historia. No sin convertirla en un ciclo de eterna repetición.

Es lógico que una película como la que propone Manuel Ferrari tenga un espacio casi predestinado en la sala Lugones. Ello no sólo habla de la clase de cine que es, sino también del tipo de cine con el cual dialoga, o pretende hacerlo. Es inevitable relacionar a Cómo estar muerto con la obra de Lisandro Alonso, y no sólo desde la mera repetición de palabras en el título de alguna de sus películas. Cercanas en lo estético, hay algo de Fantasma en esta película: el espacio urbano e impersonal; el carácter ajeno de sus protagonistas ante determinados entornos, enajenamiento que se prolonga en el retrato aséptico que el espectador tiene de ellos a partir de la mirada pseudo testimonial que proponen ambos directores. La diferencia entre Fantasma –el cine de Alonso en general– y Cómo estar muerto proviene del plano dialéctico.

Alonso suele aferrarse a personajes e historias que casi no necesitan de palabras para existir: el silencio como personaje o, en todo caso, como recurso cinematográfico para aludir a algo más que no puede, no debe o no se sabe decir si no en silencio. El mismo ha dicho que eso obliga a que “el espectador vaya aportando mucho de lo que cree que pasa en la cabeza de los personajes, a partir de la información que va dando la película”. En oposición a eso, Ferrari opta por dotar a sus personajes de un discurso que aparece disociado y hasta como negación de una realidad que apenas se deja ver, representada en breves fragmentos en los que cada personaje habla a cámara contando sus experiencias como actores de publicidad. Pero también, como si se tratara de un match de improvisación, parece permitirle a sus actores librarse al juego del propio discurso, lejos de la rigidez de la letra escrita. Un discurso por momentos incoherente, pero en sintonía con el comportamiento antojadizo de los tres protagonistas, pruebas irrefutables de su desconexión con el mundo que los rodea y al que no desean ingresar. Lo que se dice ineludiblemente adquiere significación, pero enseguida queda claro que el texto es un exceso que desvía a la película de su cauce, volviéndola artificial por defecto y poniendo en evidencia (por contraste) la falta de naturalidad en el modo en que los actores van desgranando esos textos. A tal punto es así que nunca termina de saberse si el tono precario que muchas veces adquieren las actuaciones es una carencia o un recurso de estilo. Otro contraste con el espejo de Alonso: basta recordar el formidable trabajo que hizo con Argentino Vargas, que no tenía formación dramática alguna antes de protagonizar Los muertos.

Cómo estar muerto/ Como estar muerto es un ejercicio cinematográfico al que no debe restársele validez ni negar sus méritos estéticos, sobre todo su delicada fotografía en blanco y negro digital y un montaje eficaz que sostiene el ritmo de la narración. Pero es todavía un ejercicio.

5-Cómo estar muerto/ Como estar muerto

Argentina, 2008.

Dirección: Manuel Ferrari.

Guión: Manuel Ferrari y Nicolás Zukerfeld

Sonido: Francisco Pedemonte.

Fotografía: Fernando Lockett.

Intérpretes: Ignacio Rogers,

Nahuel Viale, Julián Tello, Inés Efrón.

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